Personajes petrerenses (I): Don Miguel Amat Maestre

Como decía más arriba, son los años en los que vive una intensa relación con su sobrino Martínez Ruiz, quien empieza en Octubre de 1.892 a colaborar en la revista de Amat y se convertirá en el guía, único confidente (por encima del hijo) y albacea de su obra. La influencia literaria y humana de don Miguel en el joven «Azorín», que tiene entonces 20 años, es algo que ha de ser estudiado cuidadosamente y rebasa los límites de esta publicación. De Amat, al que constantemente llama «maestro», escribió en «Antonio Azorín»:

«Es alto, su cabellera es larga; la barba la tiene intensa; su cara pálida está ligeramente abotagada. Camina despacio, deteniéndose, apoyándose en los muebles… Viste con traje oscuro, holgado, la camisa es de batista, blanda, sin corbata; calza unos zapatos suizos; lleva los tres últimos botones del chaleco sin abrochar… Verdú es un bello ejemplar de esos hombres-fuerza que cantan, ríen, se apasionan, luchan, caen en desesperaciones hondas, se exaltan en alegrías súbitas… que son buenos, que son sencillos, que son grandes.»

Pero la enfermedad lo va minando velozmente. A finales de 1.894 entra en un proceso irreversible de la enfermedad que lo convierte en un ser demente. En ese grado de inconsciencia, sin apenas comer, caminando por las calles de Petrel sumido profundamente en la locura, se cumplirá, con trágica exactitud, lo que había escrito en su poema «¡Lágrimas!»:

¡Me espanta mi propia sombra!

Corro calles y senderos,

y al volver a mi morada,

como hoja en el árbol, tiemblo.

Que la casa de mis padres

como una tumba contemplo,

y de todos mis criados,

maldiciéndolos, me alejo.

Y a recorrer, jadeante,

calles y caminos vuelvo,

y al ¡ay! horrible que exhalo

con otro contesta el pueblo.

…Pero el dolor intensísimo del destrozado cerebro

no me permite tener la resignación que anhelo…

Apagóse mi mirada,

quedó mi serena frente

como entre tinieblas envuelta

y ni sombra soy

¡Dios mío! de lo que há poco era.

Morirá abandonado de todos sus amigos y familiares, incluso de su hijo, el 26 de Mayo de 1.896. Así lo relata «Azorín»:

«Entonces «Azorín», que sabe que los músculos son los primeros en morir y que cuando ha muerto el corazón y han muerto los pulmones todavía los sentidos perciben en aterradora inmovilidad, entonces «Azorín» se ha inclina¬do sobre Verdú y ha pronunciado con voz lenta y sonora:

¡Maestro, maestro; si me oyes aún, yo te deseo la paz! …Y «Azorín» añade:

¡Ha vuelto al alma eterna de las cosas!»

Su certificado de defunción especifica que don Joaquín Gil, natural de Sax, domiciliado en la calle Abadía de Petrel, de profesión escribiente, de 28 años de edad, manifestó que don Miguel Amat Maestre, natural de Valencia, de 61 años de edad (realmente, y sin duda ninguna, como hemos visto, tenía 58), abogado, domiciliado en la calle Cuatro Esquinas, falleció el día 26 de Mayo a las 6 de la tarde en su domicilio, a consecuencia de apoplejía cerebral fulminante, de lo cual da parte como encargado por la familia. Más abajo se dice que «se ignora que haya otorgado testamentó», cuando, en realidad, sabemos por sus cartas que hizo y rehizo su testamento varias veces, dejando a Martínez Ruiz como destinatario y albacea de todos sus libros y a su hijo como heredero de las demás pertenencias. No parece, a la vista del certificado de defunción, que su hermano Enrique hiciera mucho por don Miguel. El hijo de éste se encontraba en Valencia, sempiterno estudiante de Derecho, carrera que había comenzado a los 18 años, aunque ya ahora, a los 30, se encuentra soltero, solo, desgajado de toda raíz que le una a Petrel. Por eso, poco después de la muerte de su padre, reparte con su primo la extensa biblioteca paterna (en la Casa-Museo de Monóvar se encuentra buena parte de ella), vende a peso el resto de libros, malvende las tierras que le quedaban, reservándose tan sólo la casa paterna y se marcha a Valencia donde se casa y tiene un hijo. Muy de tarde en tarde viene a Petrel. En Barcelona trabajó como redactor de «La Vanguardia», y allí murió poco antes de la guerra civil española. (17)

Los restos de don Miguel están hoy a flor de tierra, mezclados con los de muchos petrelenses, en el lugar sagrado que es el viejo cementerio de este pueblo.

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