Personajes petrerenses (I): Don Miguel Amat Maestre

Lo cierto es que el tiempo político que vivía España estaba lejos de aquél en el que por su ideario y por su posición económica hubiera deseado y no es raro que en un momento determinado deje escapar un reproche que esconde la verdad de su fracaso: «Alguna recompensa merece el ciudadano ilustrado que como el Sr. Amat pone su talento, sus estudios, su vida, pues hasta su vida peligró en aquellos azarosos tiempos de la revolución en que por gentes ignorantes se le llegó a llamar por algunos rojos «enemigo de los pobres»; cuando él estaba defendiendo sus intereses y hubiera dado hasta su existencia por el bienestar de los desgraciados.»

Pasan los años y tan sólo ha conseguido intervenir en el Ateneo durante las sesiones que la institución dedicó en 1.877 a la controversia entre la literatura cristiana y la no confesional. Pero sus ideas radicalmente conservadoras e intransigentes chocaron con la nueva visión que desde hacía unos años se había extendido en la literatura española.

En 1.878 se casó con Luisa Maestre Rico, nacida en Petrel hacia 1.840, hija de José Maestre Pérez y Luisa Rico Marqués. Una hermana de Luisa, Josefa, fue la abuela materna de «Azorín». Así comenzó la relación de Amat con la familia del escritor monovero. Luisa había enviudado de Ramón de Montengón. No tenía hijos. Su matrimonio con Montengón no puede ser considerado como feliz, a pesar de que Luisa era una mujer agraciada y culta, tal como parece exigirlo Montengón en su novela inédita «Eudoxia». El matrimonio con Miguel Amat, que ya tenía un hijo de diez años, no fue tampoco una unión de amor sino de conveniencia social propiciado por ambas familias. El matrimonio vive en Madrid y pasa los veranos en Petrel. De esta época son los primeros recuerdos que tiene el niño Martínez Ruiz de su tío, tal como lo describe en su ya citada novela «Antonio Azorín»:

«En el sofá está sentada una señora que se abanica lentamente; en uno de los sillones laterales está un señor vestido con un traje blanquecino, con un cuello a listitas azules, con un sombrero de jipijapa que tiene una estrecha cinta negra. Este señor se yergue, entorna los ojos, extiende los brazos y comienza a declamar unos versos con modulación rítmica, con inflexiones dulces que ondulan en arpegios extraños, mezcla de imprecación y de plegaria. Después saca un fino pañuelo de batista, se limpia la frente y sonríe, mientras mi madre mueve suavemente la cabeza y dice: «¡Qué hermoso, Pascual! ¡Qué hermoso!».

En la Casa Museo «Azorín» de Monóvar se conservan dos cartas de Luisa Maestre, dirigidas ambas a la madre de «Azorín». En una de ellas, 20-3-1.879, le dice:

«Creo que batallarás mucho arreglando tanta familia, tómalo con paciencia y si no tienes bastante con tres criadas, puedes tener cuatro. No te escribo con letra mía, porque fui a ver al oculista y me aconsejó que no leyera ni escribiera ni hiciera nada que tuviera que fijar la vista; fortuna que ahora, los días de fiesta, tenga a Miguelito a mi disposición, pues Miguel está muy ocupado.

…No sabemos todavía con certeza cuándo será nuestro viaje (a Petrel), pero seguramente será a últimos de Junio, así que se examine Miguelito…»

En la otra, del 6 de Junio del mismo año, le dice que ha comprado ya los encargos que doña Luisa, la madre de «Azorín», le pide y le da detalles de la moda en Madrid: «Los niños como Pepito (el futuro «Azorín»), llevan los trajes lisos y botitas, y las niñas muchas llevan zapatos con dos lazos…»

En cambio, no hay un sólo poema de Amat que haga referencia a su mujer. Tan sólo una estremecedora carta a don Isidro Martínez Soriano, padre de «Azorín», en la que le da noticias de la muerte de Luisa. Está escrita el lunes 27 de Junio, poco después de que fuera enterrada en el cementerio de la Sacramental de Sanjusto. Luisa se había puesto enferma de un pequeño constipado el lunes anterior, pero se le complicó inopinadamente: «ello es que a las 11 de la noche del sábado dejó de existir mi querida e inolvidable Luisa. Dios nos ha enviado esta inmensa desgracia cuando más felices éramos. Cúmplase su santa voluntad. No puedo más. Miguelito se puede decir que ha sabido ahora lo que es perder una madre. Tanto ha sido su sentimiento que por él me dominaba yo lo que podía… No puedo más… Mientras mandé por el viático entró en la agonía y estando en la oración del viático expiró.»

Poco después, cansado, hastiado, hundido por lo que cree una trama contra su valía, vuelve a Valencia a principios de 1.883, donde abandonando todo deseo de carrera política, o incluso su profesión de abogado, intenta sobresalir como escritor de temas científicos y como poeta de temas religiosos. Al poco tiempo, la «Juventud Católica» lo nombra Presidente y «Lo Rat-Penat» lo hace su Vicepresidente. Renueva sus colaboraciones en el diario «Las Provincias», que dirige su amigo Teodoro Llorente, y participa en diversas tertulias literarias, pero su triunfo, a pesar de la exageración de sus palabras, no pasó de unos círculos muy reducidos:

«Así que llegó a Valencia, «El Rat-Penat» (sic), «El Ateneo», «La Juventud Católica», «La Sociedad de amigos del País» y «Agricultura», que lo consideraban como socio hacía un cuarto de siglo, todos celebraron sesiones dedicadas a tan querido patricio, que después de más de 20 años de ausencia volvía a su patria todavía joven a gozar de esta tierra prodigiosísima por tantos motivos.» (Biografía)

Y de pronto, sin aviso, de nuevo la enfermedad se cebó sobre él. El 6 de Septiembre de 1.883 viene a Petrel a pasar un corto mes de vacaciones, pero a mitad del mes se siente enfermo, y lo que parecía algo de poca importancia, «una ligera indisposición, desatendido por estar sólo y las equivocaciones facultativas y las circunstancias de familia, convirtieron en una enfermedad gravísima lo que no tenía ninguna importancia.»

Y así fue, porque aunque por sus propias cartas sabemos que a finales de 1.883 ya se encontraba en Petrel, debió ser muy grave su enfermedad, puesto que su nombre no aparece en el censo hasta 1.887, donde junto al de su hermano Enrique aparecen numerosos datos de don Miguel, de quien se afirma que tiene 50 años, reside en Petrel desde hace cinco, es viudo, propietario y abogado, que vive con su hijo Miguel Amat Broqués, de 19 años, nacido en Petrel, estudiante, que vive en la calle Cuatro Esquinas n.° 2. Con él, y en la misma casa, viven atendiéndoles: Bartolomé Beltrán Reig, casero, de 53 años; Luisa Máñez Brotóns, casera, de 31 años, su esposa; la hija de ambos, Luisa, de 1 año; Vicente Beltrán Montesinos, criado, de 19 años, soltero y jornalero; todos ellos de Petrel, y María Forner Pastor, criada, 57 años, nacida en Muchamiel, residente en Petrel desde hacía 5 años, y que será propiamente su enfermera o cuidadora y la que a pesar de todas las dificultades le acompañará hasta su muerte, aunque en el último año también una tal Atanasia Poveda García, de Petrel, le ayudará en esos menesteres.

Recluido en la casa de la calle Cuatro Esquinas pasa siete terribles años en los que la inconsciencia alterna con breves períodos de lucidez. Hacia 1.891 se inicia una recuperación, una vuelta a la vida. Un día de Junio de 1.892 le visita Benedicto Mollá Bonet, nacido en Petrel, que dirigía en la capital el diario de tendencia católica «El Alicantino». Mollá inserta el 12 de Junio una nota sobre Amat en la que resalta su «ya larguísima y al par casi irresistible enfermedad, tremenda hasta lo increíble» y después de hacer un elogio de sus éxitos anteriores, se pregunta «¿Cómo un hombre así ha llegado a constituirse en el estado en que se encuentra?… la paz, única cosa que pedía todos los días al Ser Supremo. ¡La paz! que ha perdido quizás para siempre.» A partir de entonces es frecuente ver la firma de Amat en poemas, artículos críticos o cartas literarias en la prensa de la provincia. Amat ha renacido a la vida con una pasión: la publicación de todo cuanto ha escrito y escribe desde ese momento.

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