La historia de los pueblos suele estar llena de grandes incomprensiones y de innumerables olvidos. Por desgracia, la condición humana es tal que los mínimos avatares sociopolíticos de un determinado momento hacen que toda la obra de un hombre o de una generación quede aniquilada por la moda imperante del momento, y se eleven a categorías superiores valores determinados que no hubieran, sin esas circunstancias, salido a la luz del día. Pero ese es el ritmo de la historia, marcado a golpes de péndulo, de olvidos y de exaltaciones. Con frecuencia, una comunidad cree haber cumplido su cuota de gratitud hacia el personaje famoso nacido entre ellos, cuando se le hace una estatua, se le dedica una calle o se rotula con su nombre un colegio o un parque público. Al cabo de poco tiempo, porque las estatuas o las lápidas no hablan ni comen, se irá difuminando su memoria de entre sus coterráneos y, cierto día, otro busto y otro nombre sustituirán a los anteriores. Lo dicho: es la historia; pero ¡ay del pueblo que se queda sin historia, porque estará condenado a tener que inventársela!
Y viene todo esto a cuento porque Petrel es un pueblo rico, mimado, si se quiere, por los dioses de la historia, que le han dado un exuberante patrimonio de hechos, hombres y situaciones que harían feliz al más exigente de los historiadores de la cultura. No es ahora mi intención hacer un recorrido por esas parcelas en las que el nombre de Petrel aparecería con suma frecuencia. Y sin embargo, como casi todo rico, desconoce el alcance de sus riquezas por la misma abundancia de ellas. Y Petrel olvida con frecuencia a los hombres que hicieron ese patrimonio. Hoy mismo viven entre nosotros poetas, estudiosos de nuestras costumbres que son ya historia, y por nuestra suerte, viva historia de este pueblo que debería estar más orgulloso con su suerte.
Como debería estarlo de un hombre que tuvo al alcance las estrellas y quedó sólo en uno de los mejores abogados de su tiempo, poeta laureado en múltiples ocasiones, autor de una docena de libros y de más de un centenar de artículos periodísticos de evidente categoría, hábil político y fogoso orador, hombre de unas creencias religiosas viscerales, hombre bueno, en suma, cuyo uno de los no mayores méritos es el haber sido el amantísimo tío materno que durante cuatro años condicionó intensamente la formación literaria y humana del que luego se llamaría «Azorín». Me estoy refiriendo a don Miguel Amat Maestre, de quién Petrel colocó su nombre a una calle y a un parvulario, pero del que no se tiene en la Biblioteca un solo libro suyo, y del que sólo un reducidísimo número de sus paisanos recuerda su valía. Posiblemente, no sea suficiente con haberle dedicado una calle y un parvulario, tal vez haya llegado el momento en el que la Corporación Municipal se decida a hacer una recopilación y publicación de su obra. No solamente sería un descubrimiento para los azorinistas, que tendrían así una fuente de información preciosa sobre los primeros influjos literarios y humanos en el joven Martínez Ruiz, sino también la obra del que puede considerarse el primero de los escritores petrelenses. Creo que valdría la pena el esfuerzo.
Aunque es mi deseo dar a conocer en extensión la vida y obra de don Miguel, su relación con Azorín y su posterior evocación en la obra de éste, dadas las características de esta publicación de fiestas, me limitaré a entresacar lo más fundamental de su vida dejando para otra ocasión los puntos restantes.
2. – VIDA DE DON MIGUEL AMAT
De Miguel Amat ya se han escrito algunas páginas. La mayoría de esas referencias, cuando no displicentes, son claramente erróneas y siempre olvidadizas de su amplia obra. Los críticos azorinianos (1) se han acercado a don Miguel por ser éste el reflejo del espejo que da vida a la figura de Pascual Verdú, el tío atormentado que recorre algunos capítulos de la novela «Antonio Azorín». Sin duda, y a pesar de la ocultación de datos, de la manipulación de otros y exageración de los que fue mínimo, los más amplios documentos nos los proporciona él mismo, tan preocupado por su fama, a través de las cartas a su sobrino José Martínez Ruiz, del escrito que él llama «Mi biografía» y de otros múltiples datos diseminados en sus poemas. Sale así a la luz una vida apasionada y apasionante a la que, si la suerte le hubiera sido un poco más favorable, hubiera sido una de las más fecundas del siglo XIX.
En el Archivo Municipal de Petrel se conserva una lista de electores del año 1.890 en la que, con el número 1 del distrito del Santísimo Cristo, aparece el nombre de don Miguel Amat y Maestre, y los siguientes datos: vive en la calle Cuatro Esquinas, n.° 2, ha nacido el 4 de Febrero de 1.838 en Valencia, es viudo, de profesión abogado y hace 26 años que vive en Petrel. Paga al año 525 pesetas por contribución territorial. (Sólo don Ramón Maestre Rico, alcalde durante varios años, y dueño de una extensa plantación de uva para vino, le supera en contribución).
Esta relación de electores despeja de una manera definitiva la incógnita sobre el lugar y fecha de nacimiento, y en la que si bien era fácil determinar su cuna, puesto que el mismo don Miguel afirma en múltiples ocasiones haber nacido en Valencia, no todos los estudiosos de Azorín lo confirman, y en cuanto al año de su nacimiento he encontrado desde los que lo sitúan en 1.837 hasta los que lo hacen en 1.844.
Fue el segundo de los hijos del matrimonio de unos ricos hacendados de Petrel: Miguel Gerónimo Amat Peiró y Dolores Maestre, quien aportó al patrimonio una considerable fortuna. En el Libro Padrón de 1.842, tomo 2, del Arch. Municipal se encuentra una relación de la hacienda (2) de este matrimonio que posee dos casas, un horno de pan (en Petrel en esa época había cuatro hornos, tres de ellos en la calle Hoyos y uno en la calle Constitución) y múltiples tierras plantadas con olivares y viñedo. Todo esto le convierte en uno de los mayores contribuyentes, pero tal patrimonio aumenta en los seis años siguientes de modo importante con dos casas más, una en la Plaza de la Constitución, 11, y otra en la calle Cuatro Esquinas, 2 (aquella será por mucho tiempo de los descendientes de don Enrique Amat y todavía conserva hoy su estructura externa y el reloj de sol en su fachada, y esta última fue la heredada por don Miguel y la que describió «Azorín» en varios de sus libros, cuyo solar ocupa hoy el edificio del Banco Popular). Además, 46 tahullas más de tierra, con casa de campo, todo ello valorado en 30.760 reales de vellón y 1.583 de renta anual. No obstante, a partir de 1.856, el patrimonio de don Miguel Gerónimo desciende como consecuencia de la venta de algunas propiedades antes de trasladarse otra vez la familia a Valencia, y el último año que paga contribución, 1.864, año de su muerte, es ya el n.° 16 de la lista de contribuyentes.
Eran, a pesar de lo que pudieran parecer estas cifras, malos años para Petrel. Es significativa la instancia (3) que el alcalde envía al gobernador quejándose de lo mucho que pagan de impuestos por la contribución de consumos. Dice en ella que en 1.845 el pueblo tenía 645 vecinos, pero que «hoy, en 1.851, tiene 532 vecinos, (es decir, cabezas de familia, contribuyentes; en realidad, la población, según consta en el Padrón es de 2.165 hab.) Tal baja es ocasionada por las continuas y extremadas sequías que se han experimentado en los años últimos, las que han promovido también el decaimiento de la mano de riqueza y, por consecuencia, la baja de consumo en las especies afectadas, pues la generalidad se alimenta con legumbres, verduras y otras sustancias.