*NOTA: Artículo publicado originalmente en la Revista Festa 1999
Lamberto Amat y Sempere, ilustre figura eldense del siglo XIX, cuya vida estuvo dedicada no sólo al servicio de su pueblo natal sino también a la investigación de sus hechos históricos, nació en la vecina villa de Elda el 28 de septiembre de 1820, en el seno de una familia acomodada. Hijo único, su padre fue uno de los personajes más influyentes de la población: el varias veces alcalde durante la pasada centuria José María Amat y Amat. Por este motivo, y desde su más temprana juventud, se interesó por los asuntos de su pueblo, ejerciendo el cargo de secretario del ayuntamiento, lo que facilitó su acceso al archivo municipal, de cuyos documentos obtuvo innumerables datos y referencias escritas y en el que llevó a cabo una importante labor de conservación y recuperación, al ordenar y encuadernar un gran número de legajos y papeles dispersos que, de no ser por él, hubieran acabado por desaparecer. Su sincera y larga amistad con el cura párroco de Santa Ana, Gonzalo Sempere y Juan, le permitió conocer también los fondos del archivo parroquial, más abundantes que los que hoy se conservan, del cual extrajo notas y curiosidades que reprodujo en el extenso manuscrito que habría de ser su obra magna y por el cual es recordado en la actualidad.
Apasionado por la historia local, escribió algunas biografías de eldenses notables, colaboró con Rico y Montero en su Ensayo biobibliográfico de escritores de Alicante y su provincia (1888) y publicó una serie de escritos sobre la cuestión de las aguas de riego, por la que, como terrateniente y agricultor, estaba vivamente interesado, y a la que dedicó gran parte de su trabajo y actividad personal, pero sobre todos ellos destaca una obra fascinante, titulada Elda, su antigüedad, su historia. Personajes de estirpe regia que habitaron su alcázar, edificios públicos, sus obras; lo que fue antes esta población y lo que es ahora; su huerta y sus producciones; industrias de sus vecinos…, que permaneció inédita durante más de un siglo y que el Ayuntamiento de Elda, junto con la Universidad de Alicante, publicó en facsímil en 1983, reproduciendo un manuscrito que se hallaba en posesión de los descendientes del autor. Los dos tomos de que consta esta obra constituyen un compendio de erudición que contiene numerosos datos históricos y sociales, especialmente de los siglos XVII, XVIII y XIX, no sólo de aspectos interesantes de la vida eldense, sino también de la relación de Elda con las villas vecinas, entre ellas Petrer. Esta es una historia de enemistades seculares, de litigios por la tierra y el agua, de argucias, de batallas legales, de necesidades imperiosas para la supervivencia de sus gentes pero, sobre todo, de un destino común que ambas poblaciones seguimos compartiendo. Quizás su lectura explique, en cierto modo, la antigua rivalidad entre Elda y Petrer, motivada no tanto por las vicisitudes y las rencillas de sus vecinos sino por el profundo amor de éstos a su tierra y a la necesidad de defenderla y conservarla.
Este meritísimo historiador murió el 16 de marzo de 1893 y hubiera permanecido en el olvido de no ser por el interés que suscitaron su vida y sus obras en un grupo de investigadores eldenses, que, en los años cincuenta, comenzaron a darlas a conocer desde la revista Dahellos; más tarde, serían el Valle de Elda y Alborada los interesados en esta figura, con estudios que culminarían en la publicación de sus manuscritos, impidiendo así su desaparición definitiva.
Según Antonio Mestre, que presenta al público la edición facsimilar con un breve estudio preliminar, la obra puede dividirse en cuatro partes claramente diferenciadas, como son: historia de los sucesos, estudio de los monumentos y edificios, aspectos económico-sociales y personalidades eldenses de la cultura, de las cuales destacan, sobre todo, la primera y la tercera.
Respecto a la primera de ellas, impacto el sentido realista de D. Lamberto en una época en la que aún se tenía de la historia un concepto romántico que trataba de ennoblecer el pasado. Sorprende el uso de documentos originales, utilizados con frecuencia, que alterna con unas crónicas a menudo dudosas, como son las de Zurita y Escolano. Nuestro autor cree firmemente en ellas, incluso sostiene la autenticidad de les Trobes de mosén Febrer, que había fingido completamente el valenciano Onofre Esquerdo a finales del siglo XVII, pero es un error que cabe disculparle.
En cuanto a la tercera, que conforma el capítulo más original, importante y logrado del libro, cabe señalar el valioso estudio de la agricultura y los productos, tanto de regadío como de secano, que se obtenían en la zona, sin descuidar asimismo la situación de la industria (molinos de harina, de papel, esparto y aguardiente) y la economía, basada también en el uso de las aguas, sobre el que lleva a cabo un minucioso análisis.
Con una prosa de sintaxis compleja, al más puro estilo decimonónico, Lamberto Amat expone nítidamente hechos y situaciones, detallando en sus páginas infinidad de datos e informaciones sobre la historia de los pueblos que formaron parte del condado de Elda y las vicisitudes de sus moradores desde el tiempo anterior a la expulsión de los moriscos hasta el año 1875, momento en que estampó su firma en la última página como colofón a su obra, que escribió, como él mismo afirma, «guiado siempre del más puro y desinteresado patriotismo».
De su libro, dotado de una increíble riqueza documental, hemos creído conveniente entresacar algunos fragmentos relativos a Petrer, que abundan a pesar de la negativa consideración que D. Lamberto Amat, como buen eldense, nos tenía. Gracias a ellos, podremos conocer datos acaso novedosos, puede que intrascendentes, pero siempre de interés, acerca de nuestra historia común. Pese a su desorden cronológico, sirvan como testimonio de una relación antagónica que ha perdurado durante siglos y que hay que considerar meramente anecdótica.
Siguiendo a mosén Jaume Febrer y a Zurita, apunta Amat y Sempere: «Se rebelaron los moros en el año 1265, pero el rey de Aragón a instancias de su yerno el de Castilla los sujetó y entregó al infante D. Manuel. También recobró el castillo de Petrel que se había alzado contra su dueño, D. Jofré de Loaysa, privado del rey de Castilla» (tomo I, págs. 5-6).
Hablando del alcázar de Elda y su plaza, afirma: «Surtíase ésta del agua potable de Petrel traída por costoso acueducto subterráneo de anchos, largos y fuertes arcaduces morunos, que estos años hemos tenido el gusto de ver extraídos por propietarios del trayecto en las labores de sus tierras, y al llegar al recinto exterior del edificio se elevaba el acueducto por medio de muy altos pilares, por lo que la calle que posteriormente debió construirse junto a aquél por la parte Este, se llamó como ahora de los pilares.
En verdad que el diámetro de 25 cm. que tienen los arcaduces era excesivo para el surtido de aguas de beber; pero no tenían este solo objetivo: los señores castellanos que gozaban con la vista del ameno y delicioso valle que se extendía a sus pies, quisieron disfrutar materialmente de él y lo consiguieron estableciendo un hermoso jardín cuasi a la base del muro, que llenó algo más de una hectárea de tierra feracísima, que hoy conocemos con el mismo nombre del jardín y aún es propiedad del conde de Cervellón, último dueño territorial que fue de Elda hasta el año 1841, y el citado acueducto fertilizaba dicho jardín con las ricas aguas de Petrel. No hay ninguna duda de que existió este jardín, pero si alguna apareciera se desvanecería citando y copiando si necesario fuere, las varias súplicas que los labradores de Petrel solían dirigir a los señores de la Val de Elda todos los veranos desde el siglo XV en adelante para que se suspendiera algún riego de aquél con el atendible objeto de que a ellos no se les secaran y perdieran las cosechas de panizo y hortalizas, cuyas humildes súplicas hemos leído en el Archivo Municipal de Elda» (I, 16-18).
En 1498 Felipe II constituye primer conde de Elda a D. Juan Pérez Calvillo de Coloma, otorgándole el mayorazgo de la villa de Elda «y sus aldeas Petrel y Salinas, según terminantemente lo indica el referido Escolano en el libro 6º, colección 72 de su Historia del Reino de Valencia» (I, 21-22).
El año 1562, D. Juan Coloma y su esposa pusieron la primera piedra de lo que sería el convento de los padres franciscanos, llamado de Nuestra Señora de los Angeles, que después de la extinción de las órdenes monacales pudo salvarse de la ruina al establecerse en él, en 1864, el hospital provincial de distrito:
«La fundación del convento respondió en su época a las necesidades espirituales de los pueblos de Elda y Petrel, situado entre ambos a igual distancia, dividiendo sus términos y quedando dentro del de Elda […] Antes sirvió de valladar a los malos ejemplos y asechanzas de los muchos moros que habitaban en este país: actualmente contendría el torrente de las perversas ideas y corrompidas pasiones que desgraciadamente se han extendido entre nosotros. En medio de tantas desdichas, consuélanos el que se alberguen y en él reciban el remedio de sus enfermedades los pobres de las partidas de Villena, Monóvar y Novelda» (I, 26-27).
«El edificio convento de que venimos ocupándonos, está situado sobre una colina, linda con la carretera pública, con un camino rural que va a Petrel y con la acequia principal de arriba por dos lados […] También domina el convento todo el valle, el ferrocarril en toda la longitud de aquél, las villas de Elda y Petrel y tiene vistas deliciosísimas: sin duda a causa de su elevación y de lo despejadamente que le entran todos los aires, en particular los del Norte y Sur, es el punto más saludable y fresco de este terreno, y está tan probado que en las distintas y fuertes invasiones del cólera-morbo asiático que esta población ha sufrido, nunca ha sido atacado ningún individuo de los habitantes de aquel edificio…» (I, 28-29).
En 1641 el conde, D. Juan Andrés Coloma, se obliga a construir el hospital «gastando 1.000 libras y a pagar cada año y perpetuamente 160 de renta al mismo, consignando esta suma sobre las rentas decimales que poseía en Petrel», hasta que en 1837 las cortes suprimieron los diezmos y el conde se negó al pago de la pensión con el pretexto de que estaba gravada sobre dichas rentas, aunque en 1844 el conde y la villa de Elda llegan a una transacción, reduciéndose el pago de la pensión anual a 1.500 reales (I, 39-40).
Amat y Sempere enumera las ermitas pertenecientes a Elda, incluyendo también la de Santa Bárbara. Recordemos que habla del siglo XIX y de la época que conoció, aunque muchas cosas hayan cambiado desde entonces: «La de Santa Bárbara, que aún existe, dependía de esta jurisdicción hasta principios del siglo actual, y posteriormente de hecho se ha apoderado de ella Petrel: los Libros de Visita de esta iglesia prueban completísimamente que siempre perteneció a Elda; pero la incuria e indeferencia con que se ha mirado el asunto por parte de esta villa, ha producido semejante resultado» (I, 43).
Respecto a asuntos eclesiásticos, también apunta interesantes noticias: El rey Alfonso V de Aragón premió a D. Ximén Pérez de Corella, conde de Cocentaina, los servicios prestados en Nápoles con los diezmos y primicias de Elda y Aspe, cuyos señoríos ya poseía, según decreto del 5 de febrero de 1449 y al confirmar esta gracia el Papa Nicolás V el 12 de mayo de 1451, le impuso «la obligación de edificar una iglesia en cada villa y dotarlas; pero sin duda no la cumplió el de Cocentaina, por cuanto en un libro, el más antiguo de este Archivo Parroquial, existe copia legalmente autorizada de la escritura que en 6 de diciembre de 1528 otorgó D. Juan Francisco Pérez Calvillo, señor de las villas de Elda, Petrel y Salinas, ante el notario de la primera, Pedro José Olcina, en la que considerando estar mandado por su majestad el emperador, que las casas que en tiempos de los moros eran mezquitas se hiciesen iglesias y se bendijeran, obtemperándose a este mandamiento…» (I, 46-47). A partir de este momento la mezquita de Elda pasaría a ser la iglesia de Santa Ana y la de Petrer iglesia de San Bartolomé, aunque no hay una fecha precisa de esta conversión.
De una visita a la mezquita cristianizada de Elda, llevada a cabo el 24 de octubre de 1607 por parte del ilustrísimo fray Andrés Balaguer, queda constancia en un acta escrita en valenciano que hace inventario de los bienes de la parroquia de Elda, entre los que se hallan «dos papers dins una caixeta en lo hu dels quals hi havia una reliquia de San Bonifacio, hu dels deu mil màrtyrs, segons constaba per lo sobre escrit i ab bulla de dites relíquies expedida en Roma en 13 de setembre del any 1570» (I, 55-56). Ésta y otras reliquias al parecer fueron traídas desde Roma por D. Alonso Coloma, obispo de Cartagena y hermano del conde de Elda, aunque la de San Bonifacio no sea la misma que actualmente se custodia en la ermita petrerense que se halla bajo su advocación.
¿Es Antonio de Luz y Serrano o Antonio de Luz y Soriano?