(Este artículo esta extraído de la revista ‘Festa 97’)
Las mujeres han sido las grandes olvidadas da la historia. El papel secundarlo que las religiones y los hombres les asignaron desde la antigüedad no se alteró en esencia ni con el triunfo de la Revolución Francesa.
La familia en el siglo XIX continuó estando basada en el orden social. Para trabajar en las fábricas, las mujeres necesitaban la autorización del esposo. La explotación extrema y las condicionas de miseria que sufrían en el trabajo, motivaron las primeras protestas y su posterior toma de conciencia para conseguir su emancipación. Flora Tristán, luchadora inglesa, supo ver y resaltar el nexo entre las reivindicaciones de las mujeres y las de los obreros cuando decía: «…siempre hay alguien más oprimido que el trabajador, y es su mujer, es la proletaria del proletariado mismo».
En España, el siglo XX comienza con la promulgación de la primera legislación laboral del trabajo femenino a infantil. Esta ley permitía el trabajo a partir de los diez años, fijaba la jornada máxima en once horas regulaba el trabajo nocturno en industrias peligrosas y el descanso durante el embarazo. Aunque en la realidad casi nunca se llevaba a la práctica, esta normativa sirvió de base para futuras luchas obraras.
El historiador petrerense José María Bernabé Maestre cifra en un 10% la población activa femenina en nuestra comarca a principios de siglo. Veinte años después creció hasta alcanzar el 54%. El fuerte ascenso de la mano industrial femenina fue consecuencia de la introducción de la maquinaria, ya que ésta hacia más fácil sustituir a los antiguos trabajadores cualificados y casi artesanales por otros menos hábiles aunque aptos y peor pagados.
Estaban destinadas las mujeres a ser un ejército de reserva para cuando la ocasión lo precisara. Consideradas inferiores y dependientes, no eran aceptadas como iguales a los hombres en el marco laboral, ni siquiera por los obreros más conscientes y organizados en sindicatos de clase, ya que en ningún momento reivindicaban la plena igualdad ni de salarios ni en la sociedad. El trabajo de la mujer era subsidiario y complementario del escaso salario del varón. En 1915, la mayoría de los obreros que hacían el reborde de la alpargata eran niños, mujeres o ancianos, que tras jornadas de dieciséis y dieciocho horas apenas ganaban para la comida.
Entre las mujeres que contribuyeron a cambiar la situación descrita destaca Margarita Nelken, autora del libro La condición social de la mujer en España publicado en 1921. Hablaba en él de la necesidad de desarrollar el feminismo en nuestro país. Ponía de relieve el peligro de la ignorancia, la hipocresía sexual, la noción obsesiva del pecado, la situación de las madres solteras, la necesidad de instituir el divorcio… Como es de imaginar este libro provocó escándalos e incidentes en una época de mentalidad machista donde la inmensa mayoría de las mujeres se encontraban bajo la dictadura de la pobreza, la ignorancia, la Iglesia y el marido. Como dato a tener en cuenta, hay que decir que hasta mediados de la década de los artos 1920, un 75% de mujeres eran analfabetas.
Miguel de Unamuno, como muestra de la cultura dominante, escribía en su libro La dignidad humana que la función de la mujer era concebir, parir y amamantar. También la Iglesia, detentadora desde siglos de la educación, inculcaba en la escuela y desde el púlpito la pasividad y la obediencia. La mujer era asociada al mal por el pecado de Eva y su única profesión válida era sierva de Dios en el convento o esposa de los hombres en el hogar desocupadas. Las ideas feministas tuvieron por ello escasa difusión en España, al contrario de otros países como Inglaterra y USA donde las mujeres hablan logrado el derecho a votar en 1918 y 1919 respectivamente.