Monaguillos

El predominio del nacional-catolicismo en la vida de este pueblo, todavía conmovido y conmocionado por la tragedia de la guerra y las luchas fraticidas, lograron que la gente atemorizada no pusiese resistencia en volver a las costumbres conservadoras. Ver un entierro de primera era contemplar un auténtico espectáculo teatral de calle, pues el féretro era llevado en una gran carroza mortuoria, espléndida, que portaban cuatro caballos majestuosos enjaezados con plumas en sus tocados. El caballista vestía con traje barroco oscuro cubriéndose la cabeza con peluca blanca y sombrero tricornio. Tres sacerdotes, sacristán y séquito de monaguillos llevaban la cruz, el incienso y el agua bendita. El gran cortejo, que entonaba cantos religiosos y efectuaba paradas para rezar salmos, acompañaba al afortunado cadáver hasta la última calle del pueblo. Los entierros de segunda y sobre todo los de tercera, comparativamente, ya no tenían importancia. Seguidamente habían tres días de rezos y la misa de funeral, además de un luto rigurosísimo que parecía no acabar nunca.

Gregorio reconoce que los mayores enfados le venían cuando había alguna fiesta y la iglesia se llenaba. »Entonces muchas mujeres pudientes tenían tus reclinatorios personales, de su propiedad, y claro, al faltar sillas se cogían los reclinatorios vacíos para sentarse o arrodillarse». El lío se producía cuando llegaba algúna dueña y su reclinatorio estaba ocupado, entonces me mandaban a mí para recuperarlo y dar explicaciones. Había mujeres que lo entendían enseguida, pero otras…». También, confiesa que se alegró muchísimo cuando se quitaron para siempre aquellos reclinatorios que ofendían la casa de Dios.

Este monaguillo afirma que le hacía gracia el sombrero de ala ancha que llevaban los curas y no salía del asombro cuando acompañaba a D. Jesús el vicari y éste se subía la sotana para ponerse a regar o cavar. En aquel tiempo existía la costumbre de besar la mano de los curas como norma de educación.

A las calles del pueblo no llega la animación a pesar de que los bares «Tadeo», «Pebrella», «El Chico», «Tonet» y «Gran Peña» ofrecen aperitivos y combinados realmente deliciosos. El silencio se interrumpe momentáneamente cada vez que las potentes sirenas avisan para entrar o salir de las fábricas de calzado. El recién creado premio literario Nadal es ganado por la escritora Carmen Laforet con su novela Nada, relato que refleja la tristeza de aquellos años. También, Dámaso Alonso recibe otro galardón por su obra Hijos de la ira.

A las gentes, en sus semblantes cabizbajos, se les presiente el temor a ser denunciados. Muy a pesar de ello, cuando llega la noche, se encierran a cal y canto en suskasas para escuchar con aquellos primeros aparatos de radio Clarmax la emisora antifranquista, Radio Pirenaica, que llevaba la esperanza y el ánimo a los que no podían proclamar su ideología.

A pesar de que las nuevas Cortes españolas estaban formadas por militares, falangistas y obispos, Franco no terminaba de fiarse de la Iglesia y le requirió el antiguo privilegio que disfrutaban los reyes de intervenir en la designación de los obispos y arzobispos, dado el número de curas rojos que también cayeron en la zona nacional.

Procesión del Corpus. Leopoldo Navarro, Ricardo Tomás y Antonio Mira. 1948.

José Rico fue un niño hijo de un rojo que fusilaron los nacionales. Entró de monaguillo como alternativa para paliar un poco el hambre, pues se les invitaba a todas las bodas, cuidando que a los monaguillos no les faltara la taza de chocolate y las pastas de rigor. Igual que Gregorio, cobraba un duro a la semana más lo que sacaba de propinas. «Fue Maravillas Andreu quien me metió de monaguillo y todavía recuerdo a la madre del cura D. Vicente Marhuenda, aquella buenísima mujer, que tantas veces me sentó a su mesa». Él y Gregorio vieron los andamios gigantes que, poco a poco, iban cambiando el color a aquella iglesia ennegrecida; las iglesias tienen que ser blancas, diáfanas, supuesto que son la casa de Dios y no debería haber el menor resquicio que separe a sus hijos. Las iglesias deberían ser todas puras como el corazón de los creyentes, y si no…

En el ayuntamiento, la comisión gestora está reunida. Es el mes de enero del año 1941 y el vocal D. Santiago García propone la colocación de una cruz de tamaño considerable en el cementerio en pro de los sentimientos religiosos. Naturalmente la petición queda aprobada por unanimidad.

En su bagaje de recuerdos, José Rico se ve comiendo los retales de las hostias que D. jesús el vicari recorta en su casa. Ve cómo llevan a la iglesia algunas butacas del cine y bancos para las autoriades. «Lo pasábamos muy bien la noche de Todos los Santos, cuando salíamos a pedir para «la oloreta del queixal», luego nos íbamos todos a cenar a casa del sacristán, donde nos poníamos «moraos» y después nos pasábamos toda la noche en el campanario tocando las campanas». Este monaguillo recuerda que en las grandes celebraciones, en las misas de la Virgen y San Bonifacio, la iglesia era perfumada con unas matas de flores azuladas llamada salvia; y es curioso por aquello de los primeros pobladores que llegaron aquí después de la expulsión de los moriscos, pertenecientes a la Hoya de Castalla, que en Biar todavía se utiliza este perfume en las celebraciones religiosas patronales. José Rico, a pesar de estar varios años ayudando a misa, confiesa que jamás supo el significado de lo que decía, pues su misión fue memorizar frases en latín que repetía cada día.

Procesión del Domingo de Ramos. Germán Sala, Antonio Mira y Luis Verdú. Marzo 1953.

La lista de monaguillos de la iglesia de San Bartolomé es muy amplia, como asimismo la tanda de sus vivencias y anécdotas. Me tocó a mí ser monaguillo, al igual que a casi todos los chiquillos que éramos vecinos de la casa de Dios; si bien, yo fui un monago circunstancial ya que nunca se me pudo tomar como fijo. Tuve como compañero a Ricardo Tomás, el cual, de haber continuado en la curia -pues todos los sacerdotes le instaban a ello- seguro que ahora estaría en las altas dependencias vaticanas. Otro compañero fue Antonio Mira, xulla, inquieto y listo y, sobre todo, con madera de ¡efe; quizá otra pérdida notable para la Iglesia. Antonio se hacía notar, sobre todo, en los entierros, por su precisa voz que le daba al funeral un toque más lírico y emocionante. Cuando él no cantaba la gente lo notaba. También al buen amigo Pepito Tortosa, portador de dos generaciones de sacristanes en su familia; y el malogrado Juanito Valcárcel, copiu, aquel niño al que todo el pueblo conocía y que se ahorcó un domingo de octubre, al despertar el alba, cuando las plegarias del Rosario de la Aurora se elevaban al cielo.

Para mí, es inevitable acordarme de mi tío Juan, Juanico, sobre todo cuando cantaba el «Santo, santo es el Señor». Él decía a plena voz ¡tato, tato…! haciendo sonreír a todos los asistentes, incluso al sacerdote oficiante; y es que a mi tío se le paró el cerebro cuando era un niño y ya no supo contar más de cuatro. Pero mi tío Juan, durante toda su larga vida, fue un incondicional de San Bartolomé. Volteaba, recogía sillas, llevaba el palo en las procesiones, le hacía recados al cura,… y sobre todo asistía a los entierros. Mi tío fue todo corazón, tremendamente ¡nocente y bueno. Por eso siempre había quien se aprovechaba. De vez en cuando, el pobre, corría a llevarle a su madre alguna moneda que el cura le daba. Ya de mayor estuvo volteando hasta que una campana casi le quita la cabeza.

Procesión de la Inmaculada. Gabriel García, Luis Verdú y Juan Conejero. 8-XII-1953.

Ricardo Tomás, que también ayudó al cura en el bautizo de la que sería su mujer, recuerda al chico que pintó sobre manises las estaciones del Vía Crucis que suben por las callejas a la ermita del Cristo. Dice que el chico no tenía a nadie en el pueblo y una mujer ya mayor lo recogió. También recuerda la iglesia quemada y llena de andamios y albañiles, enluciéndola de blanco y también cuando se hizo la fachada. «Una vez, momentos después de salir una procesión se rompió el bolillo de una campana y cayó, haciendo un gran hoyo. Si se desprende un poco antes hubiese matado a alguien. Recuerdo la llegada de la Virgen de Fátima y a los predicadores que acudían en Cuaresma. Al padre Hernández cuando iba por las calles preguntándole a los niños: ¿A dónde van los buenos?, y los niños clamaban ¡al cielo!; ¿y los malos?, ¡al infierno! ¡al infierno!, dando patadas al suelo». Ricardo se pasó su niñez y adolescencia en la iglesia, y en su casa tenía una capilla con santos pequeñitos, un campanario con muchas campanitas que sonaban a gloria y diferentes capas pluviales de varios colores que hacía con papel de seda. «Si se quiere escalar en la Iglesia hay que tomar una vía distinta a la del cura rural. Para llegar a Roma hay que tener coraje y procurarle dinero a la Iglesia». Como se ve, Ricardo es un hombre muy leído y el tema eclesiástico le sigue apasionando.

Ricardo fue monaguillo en un tiempo en que había que arreglárselas como pudiera cada uno para poder sobrevivir. El estraperlo entraba al pueblo camuflado en bicicletas y carros y eran, sobre todo, las mujeres las que se encargaban de tan necesario menester, siempre que quedara algo en la casa que canjear por comida. Había niños que llevaban costales de leña para vender o que habían comprado en la carbonería de Saluteta, mientras que Manolo el basurero anuncia su presencia golpeando un troquel de suela de zapato que hace de campana y lleva atado a un lateral del carro.

2 thoughts on “Monaguillos”

  1. Buenisimo el reportaje, diecisiete años después de su publicación, no ha perdido ni un ápice de su interés, aún si cabe, el paso del tiempo le va dando la «solera» de uno de los mejores trabajos periodísticos sobre una de las facetas menos estudiadas de nuestra posguerra.
    Las fotos entrañables y a todos los que tenemos una cierta edad, todo cuanto relatas magistralmente, nos es muy , muy próximo.
    Lo dicho,mi felicitación a Paco Mañez.( Porque aparte de todo, su relato es divertidisimo, lo he pasado en grande leyéndolo)

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