Monaguillos

La integración de las autoridades o jerarquías del Movimiento, como solía llamarse a la Iglesia, era constatable en cada acto religioso. La comisión gestora del Ayuntamiento, a propuesta del alcalde, acuerda construir en el cementerio un espacio para enterrar a las personas que mueran fuera de la religión católica. Se hizo, y que yo recuerde sólo se enterraba a las personas que se suicidaban. El mismo año el Ayuntamiento efectuó un pago de 300 ptas. al párroco de San Bartolomé, por importe de palmas suministradas para el Domingo de Ramos y como donativo por los sermones cuaresmales. Al año siguiente, por los mismos servicios, se pagarían 500 ptas., y es que la Cuaresma trastocaba la vida del pueblo y de toda la España católica que era toda.

Enrique Amat, Juan Piñol y Gabriel García abriendo paso a la procesión del Domingo de Ramos. 11-V-1954.

Durante la Semana Santa, explica un monaguillo, «los bares se cerraban, no había cine y se apagaban las luces del pueblo para la procesión del Silencio. Un año, a una mujer se le ocurrió cumplir promesa que consistía en hacer el recorrido de rodillas. A la hora de haber salido estábamos todavía por el bar de Panets; y por más que el cura y las autoridades le mandaban recados para que abandonara, no hubo forma y terminamos a las tantas de la madrugada. Antes de comenzar las procesiones, el alguacil llevaba un capazo de velas nuevas y usadas. Al alcalde y concejales se les daba para estrenar y a los allegados las otras. Las autoridades que acudían a la procesión tenían santo y seña. Hacían arrodillarse a la gente a golpes y por llevar la boina puesta cuando pasaba el palio, te daban un cachete».

Procesión del Cristo. Antoliano Rico, Leopoldo Navarro y José Luis Bernabé (1954).

Estos excesos, también detestables, ocurridos en la postguerra, impactaban a los monaguillos. La mayoría de ellos eran pícaros y demasiado espabilados en la búsqueda de la moneda que llevarse al bolsillo. «También nos daban propina cuando llevábamos la ropa de los altares a lavarla a casas particulares. En casa de Maravillas se encargaban de San José, la familia de Santiago García de la Dolorosa y la tía Salut del Cristo del sepulcro. En Semana Santa, poníamos al Señor muerto en el Sagrario para el velatorio. Entonces colocábamos una bandeja a sus pies para recoger las limosnas que siempre eran monedas; pues bien, yo ponía de tal forma la bandeja para que alguna moneda, al caer; rebotara, y cayera fuera de la bandeja que luego me encargaría de buscar pacientemente. Cuando salíamos a pedir limosnas, primero íbamos a casa de Villaplana y a continuación a los chalets. Había monaguillo que al mes ganaba más que su padre».

La doctrina que acción Católica implantaba venía como anillo al dedo la nueva política. Algunos de sus postulados decían: «El pueblo español nació como persona moral en el III Concilio de Toledo, pues allí se fundó la España en su unidad geográfica, política, moral y religiosa». También se restablece el Tribunal de la Rota, tribunal de materia canónica que fue suspendido en 1932 por el anticlericalismo oficial, que además disolvió la Compañía de Jesús.

Pero nuestros monaguillos, ajenos a cuanto sucede en la sociedad, viven su mundo preferencial entre rezos, juegos y cantos, convirtiéndose en testigos y meros espectadores de algo que entonces no comprendían. Algunas veces les tocaba vivir situaciones y circunstancias demasiado fuertes para su edad. «La verdad es que chuleábamos bastante cuando salíamos con el cura para asistir a algún moribundo. El cura llevaba al Señor y yo iba delante tocando una campana grandísima que se oía mucho. A nuestros paso la gente se arrodillaba, detenía, o si era hombre se descubría, así hasta llegar a la casa del agonizante. Ahora, recordándolo, me doy cuenta de la miseria que había. Un día nos avisaron y fuimos a una casa, encontrándonos a un hombre tirado en la cuadra, entre los animales. El hombre estaba muerto y tenía un aspecto impresionante». El tema de los muertos es algo que casi todos recuerdan. «Entonces, en los entierros, veíamos a todos los muertos, pues el ataúd estaba abierto hasta que llegábamos nosotros. Antes no se les maquillaba como ahora en el tanatorio y habían algunos que daban miedo e incluso olían mal. Los gritos y los llantos de las gentes me ponían la carne de gallina, ¡hay que ver como gritaban entonces!».

De D. Jesús el vicari, todos guardan un grato recuerdo y alguna anécdota graciosa. Uno comenta, como «un día, en la primera misa, D. Jesús se quedó dormido. En la iglesia estábamos sólo Maravillas y yo. Cuando se espabiló me dijo: Ricardo, han alçat a Déu?». También todos recuerdan a Justo el campanero, que vivió siempre al amparo de la iglesia. «Justo siempre fue miedoso y cuando tenía que quedarse a dormir en la iglesia se llevaba a «Dic», el perrito de Maravillas. Un día lo dejó en la iglesia, y a la mañana siguiente, a primera hora llegó Joaquín el gorrión para voltear y al abrir la puerta el perro se le tiró. No veas la que se armó».

El apoyo de las instituciones políticas a la Iglesia es notorio, por lo que, a pesar de la necesidad del momento, el Ayuntamiento dispone de una beca de 600 ptas. para estudiantes con falta de recursos económicos que deseen estudiar la carrera sacerdotal. Beca que es solicitada para un estudiante, que ya se encuentra interno en el Seminario Conciliar de Orihuela. A iniciativa del Ayuntamiento se recupera la fiesta de San Bartolomé la cual, a los dos años, pasa a celebrarse en día festivo.

La procesión del Encuentro. Daniel Beltrá, Luis Pérez y Gabriel García. 10-IV-1955.

Durante la década de los años cincuenta, una nueva promoción de monaguillos va a irrumpir en el templo de San Bartolomé. Entre otros, Luis Amat, Manuel Moll, Gabriel y Julio Tortosa, Pablo Carrillos, Gabriel García, Juan Conejero, Germán Sala… Muchísimas anécdotas se repiten en cada época, sobre todo las que giran en torno al vino y la confección de las formas para la celebración de la Eucaristía. Gabriel Tortosacomenta que hacían unas galletas de azúcar que estaban buenísimas.

Los monaguillos fueron en todos los tiempos los que mejor conocieron el lado humano de los curas. Era inevitable. También eran ellos los primeros sorprendidos. Estos nuevos monaguillos también coinciden en que el vicari fue un bombón de cura y que el padre Marcelino fue el que los movió a hacer cosas a ellos y a otros jóvenes del pueblo.

La procesión de San Crispín a su paso por la calle Leopoldo Pardines. El monaguillo es Luis Verdú. 25-X-1956.

Pablo Carrillos le dijo un día a su padre: «Si me compras un piano me hago cura». No fue cura pero sí un monago muy negociante. «Yo daba servicios, cobraba de limpiar los reclinatorios a duro y algunas veces D.ª Concha me daba alguna propina. Cobraba los recibos de las misas. Me venía sacando unas 600 ptas. de comisiones. Un día mi abuelo, el tío Pau, entró a la iglesia y me confundió con el monaguillo que había de cartón piedra junto a la puerta. El hombre, desde lejos, no paraba de hablarme y yo casi me muero de la risa. Entonces había que estar tres horas sin comer antes de comulgar. ¡Los chiquillos de las comuniones caían como moscas! Lo que más me gustaba era tocar las campanas y cantar en los entierros y el trago más duro que pasé fue con el padre Lorenzo, cuando un día me llevó al cementerio a rezarle a un muerto y llegó el forense para hacer la autopsia al cadáver. Ver aquello fue horrible y todavía sigo lamentándolo. La verdad es que a mí me gustaba meter la nariz en todos los sitios». Después de todo este relato, hoy, «Servipau» era inevitable.

Luis Amat podría ser el monaguillo más borde de todos los que han pasado por San Bartolomé. «El tema me iba, porque a pesar de que no me gustaba nada ir a la escuela, aprendí la misa en latín. Después pasé por Regina Pacis, e hice los cursillos de cristiandad». Cuentan que daba pánico verlo correr por las cornisas del templo y éste no se daba pequeños tragos de vino, sino que un día se bebió la botella. «Menos mal que fue el vicario el que me dijo que llevara a la ermita lo necesario para la celebración. Durante el recorrido, trago a trago me bebí toda la botella». «Cuando en algún bautizo el padrino se hacía el remolón para no invitarnos, yo me ponía a cantar: «Si no nos dan confitura que se muera la criatura»». Lo dicho, el más borde. Pero de todas las anécdotas que me han contado ninguna tan sorprendente como ésta también de Luis y algunos más. «Un año, por la Purísima, Manolo el Molí, Carmelo Rico y yo, íbamos en la procesión, y los otros se empeñaron en llevar la cruz que yo llevaba. Bueno, hubo tal pelea entre los tres que terminó rompiéndose en dos trozos. Tuvimos que salir corriendo a la iglesia a por otra cruz para terminar la procesión». Luis fue despedido por D. Jesús Zaragoza, pues se le citó para una boda y luego un entierro. Luis fue a la boda, pero no apareció en el entierro.

Día de la Primera Comunión. El sacerdote es D. Jesús Zaragoza y el monaguillo Juan Conejero. 16-VI-1957.

2 thoughts on “Monaguillos”

  1. Buenisimo el reportaje, diecisiete años después de su publicación, no ha perdido ni un ápice de su interés, aún si cabe, el paso del tiempo le va dando la «solera» de uno de los mejores trabajos periodísticos sobre una de las facetas menos estudiadas de nuestra posguerra.
    Las fotos entrañables y a todos los que tenemos una cierta edad, todo cuanto relatas magistralmente, nos es muy , muy próximo.
    Lo dicho,mi felicitación a Paco Mañez.( Porque aparte de todo, su relato es divertidisimo, lo he pasado en grande leyéndolo)

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