Monaguillos

Pienso que el sacerdote, por creer en Dios, partiendo de una actitud libre y honesta de vida, se convierte en un proyecto de aspiración constante de imitación a Jesús. No obstante, el largo camino de renuncias y soledades, algunas veces, inevitablemente, se aliviaría tomando actitudes al igual que otro hombre. Y ello no es ni malo ni bueno, es sencillamente humano, aunque quizá se sorprenda alguien y más los monaguillos de algo que acabará inevitablemente haciéndoles reír. «Nos hacía gracia y nos reíamos cuando el cura se encerraba en el cuarto que estaba el vino y luego salía contento. A nosotros nos hacía risa porque cuando nos hablaba algunas palabras no se le entendían». «Cualquier cosa que hiciesen los curas rompiendo su «aureola» nos hacía gracia. Incluso verlos subirse la sotana o sólo con pantalones».

 

La visita pastoral del obispo de la Diócesis provocaba entusiástico recibimiento en la población. El cura es uno de los tres personajes más importantes del pueblo y hay instituciones que lo incluyen como rector en sus estatutos. Resulta obvio decir que en la historia de los curas de San Bartolomé los ha habido de «feliz recuerdo», «muy bueno», «acreedor de las mayores virtudes», «autoritario». Lógicamente, el sacristán y los monaguillos sabían muy bien con quién se la jugaban.

Luis Amat, Juan Conejero, Joaquín Tomás y Gabriel Tortosa en la procesión del Sagrado Corazón. 30-VI-1957.

Escuchando a Gabriel García contar sus memorias de monaguillo, pienso que los monaguillos fueron los primeros jefes de comparsa que hubieron porque Gabriel, antes, dirigía procesiones y ahora la comparsa de Estudiantes. «Considero que el Concilio Vaticano II, con el Papa Juan XXIII al frente, fue el acontecimiento más importante y renovador de estos últimos tiempos». Gabriel, que estuvo diez años de monaguillo, reconoce quería Iglesia es muy amplia y diversa. «Hay gente que solamente va un par de veces al año y continúan considerándose Iglesia». «Viví todo el ajetreo de cuando se le hizo el manto a la Virgen. Las aportaciones eran secretas». «También, cuando lo del cincuentenario con la Virgen recorriendo los barrios con rosarios y misas». «Podría llegar el momento en que los curas se casaran, igual que llegó el momento en que el comunismo, como dios de la tierra, cayó».

Resulta inevitable que todos comenten alguna anécdota, del vicari. «Fuimos con el «tomasín» de Juanito a Catí, a decir misa. De regreso, el cura se arremangó las sotanas y se subió a un cerezo. Cuando obtuvo un buen puñado lo repartió entre los tres».

Dice Juan Conejero que, antes, para ir al seminario tenías que llevarte la cama; y que D. jesús Zaragoza, habló con su madre para convencerla. «Mi madre le dijo que yo no valía para estudiar». Conejero, que estuvo hasta los 14 años de monaguillo, ahora es el concejal de Cultura, sin duda uno de los más eficaces de la actual corporación, y continúa definiéndose como creyente. «No sabía que habían existido partidos, solamente rojos y azules, y hasta los 18 años no me enteré que hubo gente que pasó mucha calamidad y sufrimiento». Dicen sus compañeros, que le gustaba mucho jugar a obispo. «Para escalar puestos tienes que estar cerca delas jerarquías y para ser obispo hay que estar apadrinado por otros obispos». En este monaguillo se repiten casi las mismas vivencias y bromas, los miedos ante los moribundos y los toques de campana, que dicen si es hombre o mujer quien ha muerto. Recuerda al hijo de D. Leandro, el maestro, que se fue al seminario y a Paquitín, el hijo de los también maestros D. Paco y D.ª Concha, los cuales no llegaron a consagrarse.

Cabecera de la procesión de San Bartolomé. Ignacio Morgado, Juan Conejero y Julio Tortosa. 24-VIII-1958.

Decir hoy el nombre de Germán Sala, indudablemente, no es sólo referirse a nuevas evocaciones de infancia como monaguillo de San Bartolomé. Germán, por méritos propios, es hoy presidente del Consejo Pastoral; y ello supone dirigir y coordinar el trabajo de 160 personas, que en 19 grupos, se ocupan de gestionar los servicios y necesidades de la iglesia, y van desde los propios actos religiosos hasta recaudar los cuatro millones que Cáritas necesita al año, colaborar en la compleja operación para atender a los refugiados de Bosnia, o la acogida a los niños saharauis. Pero, quizá, lo más sorprendente, es que buena parte de todas estas personas están encuadradas en formaciones políticas que van desde el Partido Popular a Izquierda Unida, contraviniendo, afortunadamente, el concepto histórico que provocó el anticlericalismo español, que consideraba que la Iglesia era la responsable de todos los males de España.

Procesión de la Inmaculada. Monaguillos: ¿?, Gabriel Tortosa y Pablo Carrillos. 8-XII-1958.

A principos de la década de los cincuenta, dice Germán, que D. Jesús el vicari lo propuso para monaguillo dada su asiduidad a los oficios religiosos.«Quieras o no, la verdad es que me gustaba entrar a las 9’30 al colegio, porque los chiquillos que no eran monaguillos se quedaban en la calle a esa hora, y luego echarle el aliento del vino al compañero de mesa; o bien que, en la procesión del Silencio, te mandara el cura a la central eléctrica para ordenar que apagaran la luz del pueblo. ¡Qué tonterías!». Germán se ríe, y continúa refiriéndose a otros aspectos. «Antes cuando te casabas durante la Cuaresma tenías que volver a oír misa después». «También en los entierros, la misa se tenía que hacer tres días después de la inhumación». «Recuerdo cuando abrimos la enorme caja que traía a San Crispín, la impresión que me llevé al ver al santo dentro de ella; imagen que regalaron los empresarios de la industria del calzado y en su fiesta nos regalaban un par de zapatos». Dice que D. Jesús el vicari se adelantó al Concilio en la forma de ser y vestir; que se alegró cuando dejaron de poner la alfombra grande que iba desde la puerta al altar en las bodas de los ricos y la supresión de las distintas categorías en los entierros. Respecto a la liturgia, era evidente que cada cura la entendía y la aplicaba a su manera. Con D. Jesús Zaragoza se pudo leer un cartelito dentro de la iglesia que decía: «Mujeres, vestir correctamente, las desobedientes serán invitadas a salir de la iglesia». «Los monaguillos éramos los inspectores de hacer cumplir la norma y por mandato del cura nos poníamos a la puerta de la iglesia para impedir que entraran mujeres sin medias o con manga corta. En la comunión yo llevaba la patena, y cuando el cura veía alguna mujer con los labios pintados o con escote, no le daba el Señor. Don Jesús Zaragoza era como el catedrático exigente y duro y el vicari el maestro condescendiente». Don jesús Zaragoza, exigía la entrega de las personas durante la celebración con extraordinario rigor, incluso echando a la calle a la gente que hablaba. La personalidad de este sacerdote habría que estudiarla con más profundidad, pues destacó con unas dotes literarias y poéticas muy interesantes y apenas conocidas. Resulta evidente señalar que este cura amó a este pueblo, quizás, demasiado intelectualmente, lo cual no es malo, si bien ello obedece a apreciaciones profundas del alma humana.

Curiosamente, observo que ninguno de los monaguillos citados y de los no citados por su expreso deseo, han contado lo de las bodas con cencerradas que se practicaban a los viudos que volvían a casarse. Las bromas variaban según el ingenio de cada cuadrilla de jóvenes, pero casi siempre se les ataba botes a carruajes o coches de los novios. Los viudos más vergonzosos aprovechaban las primeras horas del día para casarse sin que nadie o casi nadie les viese. Esta tradición, en su vieja usanza, incluía un pago de los viudos a los jóvenes para celebrar un festejo y se remonta al siglo XVII, época en que mueren más mujeres que hombres, especialmente por partos y sus secuelas. Entonces se produjo una enorme desproporción entre hombres y mujeres, siendo ésta la razón de que los jóvenes solteros castiguen, a los viudos que volvían a casarse con cencerradas.

De mi escaso bagaje de recuerdos de monaguillo o quizá ya pasada esa época, no sé muy bien, recuerdo a un sacerdote alto y muy serio de aspecto atlético, gafas de moldura negra, voz potente, apasionado y arrollador. Venía algunos años a predicar en el novenario de la Virgen del Remedio y confieso que fue la primera vez que oí denunciar la pobreza y la marginación de los desheredados de la sociedad. Y lo decía con tal vehemencia, que me parece que todavía lo estoy viendo subido en el pulpito de San Bartolomé. Para este cura llamado Joaquín Martínez Valls, el hambre y la miseria tenían nombres y apellidos: capitalismo, gitanos, Tafalera, mendigos…; y en la misma línea recuerdo aquél otro, también intelectual y combativo, que fue el padre Coello. Y sobre todo, a D. Antonio Poveda, de gratísimo recuerdo para mí y mis amigos, si bien los tres pertenecían a parroquias de la población de Elda.

Ignacio Ribelles, Pablo Carrillos y Vicente Segura. Abril de 1962.

El mundo del niño -como hemos visto a través de esta tanda de monaguillos- es apasionante y enormemente receptivo. Parecía que no contaban y para ellos todo era importante. Todo un complejo mundo, caótico y a su vez esperanzador, gravitaba en su entorno y, aunque fueran casi ángeles, algunas interrogantes de entonces acentuadas por la censura que pretendían ocultar lo evidente nos mareaba demasiado. Había mujeres que iban con frecuencia a la iglesia, que sin saberlo ni presentirlo eran las novias secretas de los monaguillos. Uno de ellos dijo: «Todavía, cuando me acuerdo de… me entra calentura». Y otro más borde, que aquél borde que sabéis, le levantó el manto a la Virgen y se quedó de piedra cuando vio que había un tronco de madera.

Hoy, dice Germán, «la juventud va menos a la iglesia y ya no hay monaguillos». Nosotros, los que fuimos por paliar un poco el hambre, o por llevar algún duro a casa, o por notoriedad, asiduidad con la casa de Dios, pues a esa edad ninguno se planteaba los dogmas religiosos, hoy guardamos un grato recuerdo de aquella época, que lo fue todo menos inocente, y nos convirtió en testigos de lo sucedido en torno a lo aledaños de San Bartolomé.

Procesión de San Antonio. Año 1930.

Y ya, para terminar, tengo que decir que si este extenso trabajo ha llegado a interesar, habrá que agradecérselo a Mari Carmen Rico, que durante varios meses no me ha dejado vivir hasta verlo terminado. De lo contrario, repróchenmelo a mí que no he sabido transmitir con interés todas las vivencias acumuladas de tantos amigos amables y pacientes que en su día fueron aquellos simpáticos monaguillos del templo de San Bartolomé de Petrer.

Bibliografía

Pavía Pavía, S. (1993): Petrer, los años decisivos: 1923-1939, Diputación Provincial.

Crónica de España (1968), Plaza y Janes.

García de Cortázar, F. (1994): Breve historia de España, Alianza.

Archivo Municipal de Petrer: Libros de actas municipales.

NOTA: Mi profundo agradecimiento a todos los monaguillos citados en el relato y a los que no quisieron que citara. También a mis padres, y a tantos otros que me contaron con profundo dolor toda la amargura que supuso vivir y también morir durante y después de la incívica Guerra Civil.

2 thoughts on “Monaguillos”

  1. Buenisimo el reportaje, diecisiete años después de su publicación, no ha perdido ni un ápice de su interés, aún si cabe, el paso del tiempo le va dando la «solera» de uno de los mejores trabajos periodísticos sobre una de las facetas menos estudiadas de nuestra posguerra.
    Las fotos entrañables y a todos los que tenemos una cierta edad, todo cuanto relatas magistralmente, nos es muy , muy próximo.
    Lo dicho,mi felicitación a Paco Mañez.( Porque aparte de todo, su relato es divertidisimo, lo he pasado en grande leyéndolo)

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