En busca del Vinalopó (III)

Era mi intención hospedarme aquella noche en el hotel que se levanta en la misma estación de autobuses. Como quiera que, en un momento determinado, dude sobre el mejor camino a seguir, inquirí acerca de la ruta a una agraciada joven con aspecto inteligente.

– Ah, usted se refiere a la estación que está en la Frontera. Eso está muy lejos, en Petrel. Siga usted por esa calle y luego pregunte.

La bella lugareña me dio aquel breve consejo con ese acento tan particular, entre manchego y murciano con un cuarto de valenciano, que caracteriza a los de esta fabril ciudad. Vale la pena resaltar que, al mencionar el nombre de la ciudad vecina, y más que vecina hermana siamesa, su tono no fue todo lo amistoso que cupiera esperar. Y como de este asunto, es decir de las relaciones entre Elda y Petrel, entre lo castellano y lo valenciano, íbamos a tener que hablar antes o después, más vale que lo hagamos ahora.

“Con distar solo media legua, estos dos pueblos, si se examinan y comparan sus moradores, parecen nacidos en climas muy diversos, según las diferencia en el idioma, trajes e inclinaciones. Lejos de estimarse como buenos vecinos, casi se aborrecen y detestan. Los de Petrel, oriundos de la antigua Hoya, de donde vinieron a reemplazar a los moriscos expulsos, creen que los de Elda tienen otra alcurnia y, conforme a esta preocupación infundada, prorrumpen en expresiones ajenas a la buena amistad. Los de Elda corresponden con otras, satisfaciendo en cierto modo su resentimiento, bien que con más moderación. Hablan en castellano sin elección de voces. Los de Petrel en valenciano tan cerrado como los descritos en este último libro.”

Hasta aquí dixit el insigne botánico Cavanilles en sus “Observaciones sobre el reino de Valencia”, obra escrita hace algo más de doscientos años.  La verdad es que, aparte de la distancia de media legua, ahora tienen por medianera a una calle a la que llaman La Frontera, y quizá en lo del vestir; en todo lo demás las palabras del insigne científico siguen, hasta cierto punto, vigentes. La masiva inmigración que han experimentado ambas a lo largo de los últimos decenios ha hecho  que se limen muchas de esas asperezas. Mas, el temor de Petrel, la hermana menor, a ser absorbida por Elda, y las diferencias en la lengua hacen que todavía se mantengan vigentes bastantes de esas ancestrales inquinas.

En esta región fronteriza por excelencia, de ahí sus numerosos castillos y torres, las dos lenguas, valenciano y castellano van saltando alocadamente de un lugar a otro sin orden ni concierto aparente.  No obstante lo pactado en el tratado de Almizra antes descrito, en 1305, y como resultado de la partición del reino de Murcia entre los de Aragón y Castilla, los valles del Medio Vinalopó quedaron incorporados al Reino de Valencia. De ahí que haya  bolsas aisladas de castellano hablantes. Elda es el mejor ejemplo, pero también lo son Aspe y Monforte, rodeados totalmente por pueblos de habla valenciana como lo son Novelda, La Romana, Crevillente y Elche. La expulsión de los moriscos a comienzos del siglo  XVII, que habitaban gran parte de estas tierras, fue otro factor lingüístico de capital  importancia. La lengua de los nuevos repobladores fue la que, generalmente, se impuso en épocas posteriores.

El caso de Elda, uno de los más paradigmáticos, quizá nos ayude a comprender un poco más este problema de identidad propio de cualquier terreno fronterizo.  La villa fue conquistada por Fernando III el Santo en 1244. En 1305, como queda dicho, en tiempos de Jaime II, pasa a formar parte de la corona de Aragón junto al resto del Vinalopó Medio. Durante la llamada guerra de los Pedros, allá por 1360, entre Pedro  el Ceremonioso de Aragón y Pedro el Cruel de Castilla, fue, de nuevo, conquistada por los castellanos. Firmada la paz, se incorpora al Reino De Valencia, mas como señorío de un noble dependiente de la corte de Castilla, el famoso, o infame, mercenario francés Bertrand du  Guesclin, aquel que ayudó al infante Enrique de Trastamara  hermano bastardo de Pedro el Cruel  más tarde conocido como Enrique II de Castilla a asesinar a su hermanastro el rey. Es a este mercenario a quien se le atribuye la famosa frase: “Ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor”. Después de pasar por diversas manos, en 1513, Felipe II, casi siempre en bancarrota, se la vende a Juan de Coloma, a quien le concede el título de conde de Elda. A raíz de la expulsión de los moriscos, los Coloma repueblan las tierras con colonos cristianos, de los cuales, según el documento de repoblación que aun se conserva, más de la mitad portaban apellidos valenciano/catalanes, Mollá, Sempere, Amat, Vicent, siendo el resto castellanos. No es seguro, por tanto, como parece sugerir el insigne Cavanilles, que el cambio idiomático se produjera, definitivamente, a partir de la expulsión morisca. Es posible, por el contrario, que las causas de que en Elda se utilice el castellano como lengua vernácula hayamos de buscarlas en las consecuencias de la guerra de Sucesión que como ya hemos mencionado en el capítulo I, al hablar de Banyeres y Bocairente, tuvo lugar a comienzos del siglo XVIII y enfrentó a los partidarios del pretendiente Borbón, más tarde conocido como Felipe V, y a los del archiduque austriaco, posteriormente encumbrado como Carlos VI a emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. La mayoría de las villas del alto y medio Vinalopó, Banyeres, Bíar, Petrel, Monóvar, y las de la Hoya de Castalla, Tibi, Ibi y Onil, se declaró boutifler, que así se les llamaba en el Reino De valencia, como dijimos en su momento, a los seguidores del Borbón. Por otra parte Villena y Sax, como casi todas las ciudades castellanas, apoyaron asimismo la causa de Felipe. Sin embargo, en Elda, tanto el conde como el concejo de la ciudad, mantuvieron en todo momento una actitud ambigua, quizá por verse rodeados de tantos amigos del francés, pero estaba claro que, en el fondo, eran unos maulets (partidarios del archiduque austriaco). Acabada la contienda, a las leales ciudades de la Hoya y el Vinalopó se las colmó de prebendas y títulos honoríficos, que todavía ostentan en sus escudos. Petrel, en recompensa por su lealtad, obtuvo el privilegio de separarse para siempre de la tutela de Elda, mientras Banyeres, como ya dijimos anteriormente, obtenía ciertos privilegios sobre Bocairente. Por el contrario, a  las ciudades rebeldes se les aplicaron con el máximo rigor las leyes y disposiciones referentes a los nuevos criterios de unificación y homogenización legal, cultural y administrativa. No tendría nada de extraño, por consiguiente, que Elda, ya de por sí una ciudad de población mixta, muy cercana a la frontera lingüística y que mantenía una gran actividad comercial con el área  castellana, obligada por las circunstancias, se viera definitivamente empujada a adoptar la lengua cervantina. Debo apuntar, a este respecto, las conclusiones de un reciente estudio sobre las particularidades lingüísticas de la ciudad de Chiva, población situada a unos treinta y cinco kilómetros al oeste de Valencia. Siempre se había creído que este pueblo, en virtud de haber caído bajo el are de influencia aragonesa en los tiempos de la Reconquista, había sido siempre de habla castellana. Sin embargo, el citado informe viene a demostrar que, hasta el tiempo de los Borbones, Chiva fue valenciano parlante, y que por mor de las leyes unificadoras de estos y de la influencia de los pueblos castellanos limítrofes al norte y oeste, acabo adoptando el idioma de Berceo.

Dejémonos, por ahora, de más historias, que lo poco entretiene y lo mucho cansa, y retomemos nuestro camino. Una vez localizado el mercado nuevo, un moderno edificio de dos plantas que ocupa el espacio de un par de manzanas, llegar a mi destino resultó sencillo. El tal mercado se ha convertido en el punto central de referencia de esta conurbación de casi cien mil habitantes. No puede decirse que, urbanísticamente hablando, Elda sea una ciudad interesante, ni que tenga edificios o monumentos que merezcan una visita, ni que sus alrededores sean especialmente pintorescos, ni su clima apacible. Lo que sí que es cierto es que su trazado resulta cómodo para el visitante, sus calles, dibujadas con tiralíneas, se cortan perpendicularmente, por lo que siempre que se tenga un punto de referencia se acaba encontrando el lugar buscado.

La recién estrenada estación de autobuses, un edificio rojizo de dos pisos con grandes vanos acristalados, se halla en el punto más meridional de la gran arteria conocida como la Frontera que, como ya se dijo, es el nombre popular que se le da a la calle por donde transcurre la marca divisoria de los dos municipios. Me acero a un pequeño mostrador sobre el que hay un pequeño letrero donde puede leerse: “Hotel, reserva de billetes”. El puesto está atendido por un enjuto cuarentón, la alerta cara y nariz afilada propias de un antiguo funcionario de aduanas.

– Por favor, quisiera una habitación para esta noche.

– Vamos a ver, las veinticuatro. Mire, introduzca esta tarjeta en la ranura que está junto a la puerta acristalada al pie de la escalera. Realice la misma operación al llegar al dormitorio. Y no olvide llevarla consigo al salir, por la noche aquí no hay nadie.

Una perspectiva más amplia; se aprecia el cauce de Novelda.
Una perspectiva más amplia; se aprecia el cauce de Novelda.

2 thoughts on “En busca del Vinalopó (III)”

  1. Hola a todos, el objetivo que llevamos desde los numerosos colectivos y concejalias en devolver la vision del rio como el que tiene en el nacimiento que por cierto creo que el tramo de la foto esta ya en Banyeres, el poder andar por todo el cauce como el relato de Paco Peiro que ya tuve ocasion de leer hace algun tiempo, pero sin la vision de abandono por el que transita a veces, es una antigua propuesta de muchos pueblos que esperamos conseguir.
    Un saludos Vinalopenses y animo al equipo de este periodico tan necesario y tan increible.

  2. Es reconfortante saber que, aparte de una servidora, alguien más se digna dirigir la palabra y el cariño al resto de seres vivos que habitan el planeta, rocas incluidas. ¿Seremos más acaso sin saberlo?

    Felicidades por el relato, Francisco, me parece precioso.

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