En busca del Vinalopó (III)

III


– No me tenga tanto miedo vuestra merced que, por mucho que quisiera, no conseguiría ahogarle. Este mísero caudal al que me veo reducido no creo que le llegue a vuestra merced mucho más arriba de los calcañares.

– No es el agua lo que me preocupa, sino lo que hay debajo de ella. Calculo que el espesor del cieno debe sobrepasar con creces el nivel  del agua.

– Tiene que tener en cuenta vuestra merced que no soy responsable, ni tengo control alguno, del suelo sobre el que me sustento. Mas tenga la seguridad vuestra merced de que si el pérfido lodo le hiciera resbalar y cayera en mis brazos, encontraría  que mis aguas, aunque escasas, son límpidas.

– No lo dudo amigo mío, no .lo dudo. Pero, más vale que encuentre un modo de preservar mi ropa y demás enseres de tus líquidos brazos, en caso de que a tu compañero el lodo se le ocurra  ponerme la zancadilla.

– Sois muy dueño de hacerlo. A eso, en mis tiempos, le llamaba yo nadar y guardar la ropa.

– Y en los míos también. Por cierto, cuándo fue la última vez que hablasteis con alguien.

– ¿Se refiere vuestra merced a seres humanos?

– A quién si no.

– Veréis, yo suelo hablar con los cañaverales y los tamarindos; y, en primavera, con los gorriones y mariposas que suelen venir a beber de mis labios.

– Si, me refería a seres humanos.

– Veamos, la última vez fue…No estoy muy seguro, algo así como cien primaveras. Fue con un gañan de diez o doce años que se acercaba por aquí todos los días a dar de beber a su rebaño. En realidad, yo fui el que le enseñe a hablar. No tenía progenitores y de sus amos apenas había aprendido a articular unos pocos sonidos.

– ¿Y antes?

– Oh, mi memoria no da para tanto. Lo que si recuerdo, aunque a veces no estoy seguro que no haya sido un sueño, es lo bien que se me trataba cuando por aquí reinaba un tal Mohamed. Recuerdo vagamente, incluso, que con algunos de aquellos zagales y ancianos mantenía largas charlas en una extraña lengua que apenas puedo recordar.

– Por qué os habéis dirigido a mí después de tanto tiempo.

– Tenéis la memoria más escasa que el que agora os habla, caballero. Si vuestra merced hace un esfuerzo y recapitula las circunstancias de nuestro encuentro, verá que no fui yo, sino vos, el que, por dos veces, y en términos ¡Voto al cielo! altamente injuriosos os dirigisteis a mí.

– Muy cierto, muy cierto. Perdonad si os insulte a vos y a vuestros progenitores. Tan solo puedo aludir en mi disculpa que en dos ocasiones consecutivas estuve en un tris de romperme la rabadilla y extremidades, al resbalar en el lodo.

– Ya os dije que soy líquido y todo lo sólido me es ajeno.

– Lo comprendo, pero vos debéis entender que, en este lugar donde me encuentro, es imposible discernir lo uno de lo otro.

– Tengo entendido, y corríjame vuestra merced si me equivoco, que, al igual que ovejas y conejos, los humanos aun después de desprenderse de la madre, siguen unidos a ella por una especie de cordón o nervio.

– Cierto, así es.

– Digamos que, en mi lugar de nacimiento, ese fino y casi invisible limo es igual al cordón de los humanos.

– Decidme, en cien años no habéis tenido deseos de comunicaros con persona alguna.

– Ya os dije que disfruto de la constante compañía de plantas y animales, Y, cada primavera, las golondrinas me comunican las nuevas que van sucediendo por esos mundos de Dios, que, por cierto, no parecen ser gran cosa.

– No. Supongo que no.

– A fuer de seros sincero, os diré que alguna que otra vez en el transcurso de estas cien primaveras, he intentando entablar parlamento con algún gañan o alguna moza que se acercara a lavar a mi orilla. Pero, cada vez que han oido mi voz, han salido corriendo como si les persiguiera el mismísimo diablo. En los viejos tiempos, las gentes no eran tan asustadizas. Ya sé que mi apariencia se ha deteriorado bastante a lo largo de estos años, mas no creo tener el aspecto de un dragón de siete cabezas.

– No, por supuesto que no.

– Vos no os espantasteis cuando os recriminé por vuestros insultos. La verdad es que esperaba, y temía, veros correr con los ojos desencajados cual liebre perseguida por zorra. ¿Sois persona de especial valor, o es que los tiempos están cambiando?

– Ni lo uno ni lo otro, creo yo. Simplemente ocurre que, desde niño, me acostumbre a conversar con la naturaleza.

– ¿Con otros ríos?

– No, con otros ríos no. Ya sabéis que por estas tierras andamos escasos de ellos. Pero sí con las plantas, con las flores, con las rocas y con el mar.

– ¿Con las rocas decís? En verdad que me dejáis maravillado. Creía que solo los seres vivos podían comunicarse entre ellos.

– También las rocas, las montañas, las cordilleras y los valles nacen, y mueren.

– Si vos lo decís.

– Así lo afirma la ciencia.

– No sé quien pudiera ser esa dama. Decidme, ¿podríais vos enseñadme el arte de hablar con las rocas?

– Siendo no poder complaceros. Tan solo me es dado comunicarme con la naturaleza cuando esta lo tiene a bien.

– Mas vuestra merced se dirigió a mi persona con la mayor naturalidad.

– No fue así exactamente. Yo tan solo dije, con perdón: “Maldito sea el Vinalopó y la madre que lo parió.”

– Tened cuidado con lo que decís caballero.

– Perdonadme. Ni entonces, ni ahora, fue mi intención insultaros. Tan solo pretendía descargar mi furia y alejar mi miedo. Tened en cuenta que si llego a quebrarme alguna extremidad no hubiera sido fácil obtener ayuda. Nos encontramos algo distantes de cualquier lugar habitado.

– De poco os asustáis los hombres de esta época.

– Soy hombre de ciudad y, por consiguiente, poco habituado a valerme por mí mismo.

– Entonces, qué hacéis por estos parajes.

– Ni yo mismo lo sé. Digamos, por decir algo, que pretendía reencontrarme a mí mismo a través de un encuentro con la naturaleza.

– ¿Habéis logrado vuestro propósito?

– Lo ignoro. Supongo que podríamos interpretar esta conversación como un augurio favorable.

– Si vos lo decís. Creo que dais demasiada importancia a algo que todos los días practican cañas, gorriones, ovejas y conejos. Mas, basta de cháchara. Supongo que vos desearéis proseguir vuestro viaje. Por cierto, ¿Os habéis decido ya a cruzar a la otra orilla o vais a permanecer ahí hasta que llueva?

– Tenéis razón, debo apresurarme. Pero como vos no podéis garantizarme que no acabe hundido hasta los ojos dentro de vuestro compañero el cieno, antes tendré que despojarme de mis ropas y lanzarlas, junto con la mochila, a la otra orilla.

– Haced como gustéis.

El "Toll Blau", en Bocairente, en el nacimiento del río, uno de los lugares más bonitos del mismo.
El "Toll Blau", en Bocairente, en el nacimiento del río, uno de los lugares más bonitos del mismo.

2 thoughts on “En busca del Vinalopó (III)”

  1. Hola a todos, el objetivo que llevamos desde los numerosos colectivos y concejalias en devolver la vision del rio como el que tiene en el nacimiento que por cierto creo que el tramo de la foto esta ya en Banyeres, el poder andar por todo el cauce como el relato de Paco Peiro que ya tuve ocasion de leer hace algun tiempo, pero sin la vision de abandono por el que transita a veces, es una antigua propuesta de muchos pueblos que esperamos conseguir.
    Un saludos Vinalopenses y animo al equipo de este periodico tan necesario y tan increible.

  2. Es reconfortante saber que, aparte de una servidora, alguien más se digna dirigir la palabra y el cariño al resto de seres vivos que habitan el planeta, rocas incluidas. ¿Seremos más acaso sin saberlo?

    Felicidades por el relato, Francisco, me parece precioso.

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