Dolores Ibárruri: El recuerdo del adiós

Arenga de «Pasionaria» a los soldados.

-Aparte de los miembros del PCE -pregunto- ¿recuerdan a alguien más que siguiese siendo partidario de continuar la guerra hasta el final?

-Posiblemente hubiera alguien más pero la impresión general era liquidacionista.

-La instalación del Gobierno en la zona, ¿se realizó en el más absoluto secreto o tenía conocimiento de ello el alcalde de Elda o alguien más?

No recuerdan ya exactamente estas mujeres. Piensan que sí e incluso que alguien más. Me preguntan si el alcalde era de su partido. Les contesto que, en Elda, no; que únicamente estaban representados por una concejal, y que ésta decía desconocer el hecho.

-Es posible, sí, que no se divulgara demasiado el hecho ante la posibilidad de rebelión -reconoce Irene-. Pero había una unidad de guerrilleros al mando de Lister que rodeaba todo aquello; una vez llegué yo desde Albacete y no me dejaron entrar a ver a Dolores hasta que me identifiqué. Todo estaba muy protegido. Es normal, se estaba en guerra y amenazados.

-Irene, ¿sobre cuántos guerrilleros había allí?

-Pues no lo sé, se ha escrito.

Las apariciones en público de la dirigente comunista eran muy frecuentes. Aquí, interviniendo en un mitin.
Aquí, en la sesión de Cortes celebrada en Montserrat el 1 de febrero de 1938.

-El problema es que hay quien dice que un puñado y quien habla de más de quinientos.

-Menos puedo decírtelo yo -e Irene pasa a hablar de la guarnición del aeródromo del Manyá y no de la del Poblet-. Sólo sé que había algunos juntos a la fogata.

Irene ha envejecido al lado de Dolores. Ha sido tanto tiempo su secretaria, su compañera, su amiga, que hoy se entusiasma hablando de aquélla como si de su propia vida se tratara. Es menuda y nerviosa, tan nerviosa que hasta los jóvenes comunistas que me acompañan tienen la impresión de que parece que la entrevisten por primera vez. Ya no concede apenas entrevistas «Pasionaria». Sería imposible contestar a todas las demandas. Desde el homenaje -se refiere al del Palacio de Deportes de Madrid cuando el 90 aniversario- las peticiones son continuas, de todo el mundo. Y a Dolores ya se le notan los años, aunque su cerebro sea ágil y lúcido y su voz tajante y clara, de una potencia que nos recuerda permanentemente que hablamos con quien fue la más persuasiva oradora de España. Nunca olvidaré la voz de «Pasionaria».

Irene sigue hablando de la última noche en el aeródromo, contando anécdotas de aquí y allá.

-Dolores les había dejado la pistola al salir, una pistola pequeña, casi de juguete. Ella nunca usó armas. Pero se la habían facilitado, por si acaso. Se la dio a los guerriIleros junto con un mapa de carreteras de España, el que tenía por si había que salir por tierra. Ellos tenían todo esto como un trofeo.

-¿Bajaron durante aquella semana de estancia alguna vez a Elda o a cualquiera de los pueblos de la zona?

-No.

No ha habido dudas ni vacilaciones. Han contestado casi a la vez. Es la confirmación del sigilo que se guardó en torno a «Yuste».

-Cuando en la noche del 5 al 6 de marzo, el Gobierno decide salir de España, lo primero que hizo el Dr. Negrín fue trasladarse al lugar donde estaban los comunistas para comunicárselo. ¿Recuerda qué dijo?

-Vino con Alvarez del Vayo (el ministro de Exteriores). Dijo que no se podía continuar, que había que salir y que él no quería irse sin despedirse de nosotros.

-¿Le aconsejó algo?

-Dijo que Dolores tenía que salir -interrumpe Irene.

-Después de partir el Gobierno, ustedes marcharon al aeródromo. Al tener el avión menos plazas de las necesarias, ¿hubo alguna tensión para decidir quiénes salían? ¿Cómo se solucionó?

-Posiblemente las hubiera porque lógicamente todo el mundo quería salvarse y no había más que aquel avión. Pero se celebró una reunión de la dirección del partido donde se decidió quién salía y quién se quedaba. Hay que tener en cuenta que en Valencia estaban Jesús Hernández y estupendos cuadros militares del partido. También estaba Madrid. Y Cartagena. Lo de Elda era solamente una parte.

-En Elda- continúa ahora Irene- sólo estaba un sector de la dirección del partido y estaba muy bien programado quién debía salir (la personas más conocidas: Dolores, Uribe) y quién se tenía que quedar en España para continuar la lucha. Eso que se ha hablado de una desbandada no es verdad. Estaba organizado hasta quién iba en los Douglas a Toulouse y quién iba en los pequeños a Orán. Y quién se quedaba. Se quedó Checa, el secretario de Organización; se quedó Togliatti porque lo quiso, como comunista, no como delegado de la Internacional, puesto que ya era absurdo quedarse. Y se quedó Claudín. Los tres. Para organizar lo que fuese necesario en esos momentos.

-Es verdad -confirma «Pasionaria».

(A veces pienso que no se ha valorado suficientemente la estancia en España de Togliatti, el que luego fuera secretario general del potente Partido Comunista Italiano. Su aventura española como delegado de la Internacional, la experiencia de la derrota, no la del comunismo triunfante de la Europa del Este. Algo debió influir en el giro hacia el eurocomunismo, hacia un concepto diferente de partido comunista. Lo comentó allí, al final de la entrevista, y alguién también parecía coincidir).

-Todo eso -continúa Irene- se decidió allí mismo.

-¿En el aeródromo?

-Sí. Yo no te digo que alguno a los que le tocó quedarse, por dentro pensara: «Hombre, ¿por qué yo?» -Y ríe-. Es humano, ¿no? Pero que hubiera allí peleas, eso no es verdad. También se dice en un libro que yo leí la lista de los que salían; eso es mentira. ¡Yo qué voy a leer!, ¡yo no tenía nada que ver con eso! Allí estaban los compañeros que se ocupaban de las cuestiones militares.

-¿Quién estaba al mando de las tropas en el aeródromo?

-Lister. Iba por allí, de un lado a otro, dando órdenes a los guerrilleros.


-¿Qué más recuerdan de esta última noche?

-Sólo la despedida emocionada de los guerrilleros. Era terrible marcharse y dejar allí a los compañeros. Y también el recuerdo de nuestra casa.

-Dolores -apostilla Irene- regaló a las compañeras de allí todo lo que tenía. Salió sólo con un maletín.

-Hay quien dice que el aeródromo estaba rodeado por…

-Es verdad, sí, por los casadistas -me corta Irene, que salió después y fue, consiguientemente, la única que vivió aquella noche última en El Manyá.

-Pero, ¿qué se observaba aquella noche desde el aeródromo?

-Yo no lo sé. Eran los militares quienes decían que allí habían casadistas.

-¿Había más luces de lo normal, acaso?

-Es muy difícil decirlo. Nos decían que estaban pero que no se atrevían porque tampoco sabían qué fuerza había en el aeródromo. Yo pensaba que iban a llegar. Que se acababa Monóvar, los aviones y todo.

-Dolores, si tuviera que recordar algo de aquellos días en torno a Elda, ¿qué sería?

-Las preocupaciones que teníamos todos de poder salvar la situación. Hasta nosotros llegaban socialistas y otras gentes preguntando qué hacer. Nosotros dábamos nuestra opinión; luego cada uno hacía lo que le parecía.

Suena triste la voz de Dolores.

-Yo quería añadir -concluye Irene- que era el fin de la guerra pero no el fin. Era una etapa nueva. ¡Qué larga ha sido! Continuaba la lucha en otras condiciones.

Nos ofrecen café. A Dolores le sacan de otro tipo, tal vez descafeinado: hay que cuidar la salud de la vieja militante. A mí no me duele nada, afirma, cuando le preguntan por su estado. Mis compañeros se fotografían a su lado mientras Dolores dedica libros, alguno de ellos de cuando circulaban escondidos.

-Este es para la agrupación del PCE de Elda -me dice ilusionada la chica.

Dolores está ya prácticamente ciega; tiembla su pulso cuando firma; pero hay una seguridad muy fuerte cuando aconseja a sus continuadores. Me llama la atención un «Dios te oiga» perdido en medio de su conversación. «Pasionaria» es más mito cuando se ve de cerca.

 

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