Nota: Artículo publicado originalmente en la revista Alborada nº 33 -1986-
Dolores Ibárruri, «Pasionaria», la presidenta del P. C. E. es, sin duda, la más conocida superviviente de aquellos que en 1939, al final del invierno, con la derrota a cuestas, llegaron a Elda con la intención de montar en torno a ella el centro organizativo de su último intento de resistencia al fascismo.
Ahora, con la memoria algo desdibujada por el tiempo, pero con la serenidad de la distancia, recuerda aquellos días para ALBORADA.
Viéndola llegar lentamente, parece una mujer al margen de cualquier devenir temporal. Si no se mira al rostro, Dolores -«Pasionaria» mítica de la Guerra de España- parece siempre igual: totalmente de negro, con la única concesión de unos dibujos blancos en la blusa, recia, profunda y alta. Emana algo esta mujer que no sé definir pero que noto en el nerviosismo emotivo de los dos jóvenes comunistas que me concertaron la entrevista y que me acompañaron hasta su casa. Vive Dolores en un bloque de pisos de una zona residencial madrileña; en la misma escalera, me dicen, habitan altos cargos militares. Pero Dolores vive más arriba. Junto a Irene Falcón, su fiel secretaria desde siempre, y una señora que les ayuda. Irene es ya una parte inseparable de Dolores; desde los años treinta le acompaña, en los años difíciles, en el exilio, en el retorno a España. No sabría distinguir en esta entrevista qué parte corresponde a cada una; cuando habla Dolores, Irene la matiza; cuando habla Irene, Dolores apunta los detalles.
Nada recuerda en esta habitación que en España hubo una vez una guerra cainita, una guerra en la cual esta mujer se convirtió en el símbolo de la resistencia a ultranza frente a los sublevados. Por eso, nadie como ella para hablar de aquellos días -principios de marzo de 1939- en que el Dr. Negrín intentó infructuosamente, tras la caída de Cataluña, reestablecer las instituciones del poder ejecutivo republicano en torno a Elda y poblaciones aledañas. Desde la finca «El Poblet» (la «Posición Yuste» ) en Petrer y el aeródromo de El Manyá en Monóver, pasando por algunos chaletitos cerca de Elda o las propias Escuelas Nacionales de la calle de Pablo Iglesias, hoy del Padre Manjón. Le pregunto a Dolores si alguna vez el presidente del Gobierno o alguno de sus allegados comentaron por qué eligieron precisamente este lugar. Ella parece quejarse de aquella decisión.
-Él pudo decir lo que le pareciera. Se puede decir una cosa pero hacer otra.
-Cuando eligió el Gobierno, porque fue Negrín y todo el Gobierno, que también Uribe estaba allí –interviene Irene Falcón-, acercarse a la costa es porque Madrid estaba tremendamente amenazado…
-…luego quiere decir que buscaban ya la fuga -acusa Dolores.
Y a uno le da la impresión de que Dolores tiene todavía clavada la espina de aquellos sucesos, que a sus noventa años sigue siendo la mujer del «Vale más morir de pie que vivir de rodillas», del « iNo pasarán!», millones de veces repetido.
-Exactamente –continúa Irene- pero es que además ya había sospechas muy concretas. Y fuimos muy ingenuos…
-…no comprendimos la intención de los ciudadanos que se sublevaron -apoya «Pasionaria». Me llama la atención que Dolores utilice la palabra «ciudadanos» porque no es usual entre los políticos españoles utilizarla para denominar a los adversarios.
–No teníamos suficientes enlaces para estar informados acerca de Casado -justifica Irene. Y comienza a hablar sobre Casado, el Jefe del Estado Mayor del frente de Madrid que acabó sublevándose contra el gobierno republicano y creando la Junta de Defensa que negoció con Franco, o intentó hacerlo, el final de la guerra.
Intentó defender la postura del Dr. Negrín porque, si bien el Gobierno buscaba la posibilidad de huida en un momento dado, también es cierto que tras la caída de Cataluña se podía haber quedado en Francia y regresó a España.
-Ya, pero no podía ser Madrid. Madrid era una ratonera.
Sigo insistiendo sobre mi primera pregunta, aún sin aclarar. ¿Por qué en torno a Elda? ¿Porqué no Alicante, o Elche, o…?
-Es difícil recordar. Hoy de lejos se puede juzgar. Pero entonces hubo que solucionarlo como se pudo. Probablemente, lo consideraron el sitio más idóneo. No hubo debate; fue Elda, pues Elda.
-¿Recuerdan algo de la vida en la sede del Gobierno, alguna anécdota? ¿O no estuvieron allí?
–Estuvimos allí, porque Uribe (el que fuera ministro de Negrín en representación del PCE) tenía una casita cerca. Recuerdo cuando tras el último Consejo de Ministros vinieron allí Uribe y Alvarez del Vayo y varios subsecretarios. Venían hambrientos y en la casa apenas había nada qué comer, una caja que habían mandado las Mujeres Antifascistas con víveres que mandaban de Suecia, café, mantequilla y eso. Pusimos la mesa, Dolores hizo café -recuerda Irene- y aquella fue la última conversación antes del adiós.
Hablan nuevamente de la sublevación de Casado y de que Negrín aconsejó que Dolores debía abandonar inmediatamente España. Y la salida hacia Argelia en un viejo Dragón francés. También la manifestación de adhesión a la República que hubo en Orán cuando llegaron. Irene se entusiasma contándolo:
-Los soldados franceses le pasaban fotos de su madre, de su novia para que las firmara.
Es curioso. Siempre he pensado que la figura de Dolores es, seguramente a pesar suyo, el mito de la madre para un importante sector de la izquierda de este país. No se parece en nada a la imagen que tenemos del feminismo y, sin embargo, pienso que el feminismo debe mirarse, y mucho, en ella. Sobre el aparador, una placa y una dedicatoria: «Las inujeres de Madrid a Dolores. 1-12- 85».
Irene sigue recordando la salida. La reclusión en un barco en el puerto de Orán. Incluso el miedo de las autoridades coloniales francesas a que entre los miles y miles de residentes españoles de la zona se originase algún altercado. Y el traslado a Marsella.
Vuelvo sobre el asunto. Muchos autores, especialmente aquellos que años después de aquellos hechos pretendieron con sus publicaciones una cierta aproximación al franquismo que les permitiera regresar a España, hablan de la gran abundancia, casi derroche, que gozaba el Dr. Negrín. ¿En qué condiciones materiales vivía el Gobierno?
–El Gobierno vivía bien y además es lógico pensarlo, porque son ellos quienes traen las cosas y los dirigentes también sienten el calor de la familia y quieren dar de comer a sus hijos y, en general, estaban a la cabeza del reparto de lo que se tenía para dar a cada uno lo que se podía dar. -Dolores es clara, alejada tanto de la hipocresía como de la crítica tajante. No parece, pese a todo, probable una visión idílica de la vida en «Yuste». Irene lo matiza al momento .
-Pese a todo, el Gobierno en ese momento no tenía para mucho; yo no digo que no hubiera hasta quien tuviera algún puro, imagínate, ¡acababan de volver de Francia! Pero la cocina que había allí era la misma que teníamos nosotros, de lo más sencillo.
-Todo lo que había se utilizaba conjuntamente -tercia «Pasionaria».
-Todo eso son mentiras -continúa Irene-. Una de las maneras de atacar a Negrín ha sido pintarle como un glotón, como una persona sin moral. Y no sé cómo comía Negrín pero le rodeaban camaradas nuestros -y cita varios nombres- y nunca hablaron nada de eso. Lo único que decían es que Negrín estaba muy mal, que se daba cuenta de la derrota.
-En algunos libros aparece la «Posición Dákar», que posiblemente sea la casita de Uribe a la que ustedes aludían, en la que estaba la sede del Buró Politico del PCE en Elda. ¿Cómo era todo aquello?
-La casa era muy sencilla, de dos plantas; o de una, ya no te lo puedo asegurar. Lo que pasa es que entonces todo se llamaban posiciones.
-Algunos autores hablan de intrigas en torno a Negrín; otros, como Rafael Alberti en «La arboleda perdida» (donde recuerda unas bulerías de Modesto) hacen referencia a un ambiente de camaradería. Al final de la guerra, ¿cómo eran las relaciones entre todos ustedes? ¿Había intrigas, como se ha dicho, o eran casi de color de rosa?
-De color de rosa no podían ser; era la derrota, y además, espantosa, horrible. Durante casi tres años se había luchado con entusiasmo y con fe; aún se pensaba en resistir en el Centro y esperar al desenlace de la situación internacional para salir adelante. En aquel momento, cuando se acaba todo, la situación es trágica. Ahora, dentro del partido no había luchas. Incluso en la última reunión de Buró Político -y cita los asistentes: Lister, Modesto, Dolores, Togliatti…-, aunque hubo discusión, los acuerdos se tomaron y aprobaron por unanimidad. Y en cuanto a las relaciones con Negrín -una vez sublevado Casado- se le sugirió que hablara con éste para intentar terminar la guerra con un solo Gobierno y facilitar la evacuación de la gente más comprometida.
Y siguen hablando de la conversación entre Casado y Negrín.