Mou, víctima y verdugo

Mourinho, víctima y verdugo

¿Ya no queda nada fuera de su órbita? Alguna cosa. Aunque se está popularizando el ver el deporte en streaming por la red, la liturgia de los eventos deportivos continúa arraigada a los televisores y a un buen puñado de amigos con los que disfrutar del espectáculo. La discusión y polémica post-partido, por mucho que las cadenas intenten alargarlo repitiendo una y otra vez los lances del juego y con programas tertulia, ya ha migrado, no obstante, plenamente al mundo virtual, con cientos de análisis y artículos en los medios y los consecuentes feroces debates que se generan en los foros.

Es impresionante ver cómo, apenas minutos después del punto y final del encuentro en el campo, las principales webs del país (especialmente las deportivas) ya están abarrotadas con miles de comentarios de los internautas. Se puede comprobar cualitativamente como nada hace hablar tanto a la gente, pese a que se van acumulando eventos históricos en estos años: la mega crisis, las revelaciones de Wikileaks, las revoluciones populares en África…

Pero nada para darle al teclado como el deporte en general y el fútbol en particular y, dentro del fútbol, esos cara a cara entre Madrid y Barça de los que hemos tenido cuatro tazas en dos semanas. No es nada que no conozcamos: el fenómeno de masas que es el balompié ha sido estudiado desde todas las vertientes de estudio que puedan contemplarse, desde su capacidad para proyectar anhelos y pasiones hasta su utilización política y patriótica, y sobre “el Clásico”, poco más que añadir a su fuerza polarizadora y visceral. Todo esto es lluvia sobre mojado, pero esta temporada ha ido a unirse a estas fuerzas desatadas un elemento más de imprevisibles consecuencias: Mourinho.

¿Puede la Liga española aguantar cuatro años más de Mourinho?

El entrenador portugués protagonizó este pasado miércoles 27 de marzo una de las rajadas más espeluznantes que este periodista haya escuchado nunca (y eso que si decía todo lo que  pensaba lo cesaba la UEFA), redondeando un año de perlas sin parangón. Denunciado por el club catalán y expedientado por el máximo ente del fútbol en Europa, sus palabras viajan a más velocidad que el gol de Messi, fagocitando todo lo que rodea al evento para erigirse, una vez más, en la principal atracción. No puede extrañarnos: víctima y a la vez verdugo, causa y consecuencia, Mourinho, el personaje (que no la persona, de la que cuentan sus cercanos que es encantadora), cristaliza gran parte de la esencia moderna de la civilización occidental.

Mourinho es un líder en un mundo descreído que ha perdido la fe en los tres pilares sociales del sistema: la democracia y la separación de poderes, el sistema económico y el futuro. Con su formidable presencia en los media, su discurso se apoya en tres o cuatro ideas básicas repetidas hasta la saciedad y deja el resto al carisma de su persona. Como en la buena propaganda, la efectiva, no se trata de abrumar con razones y juicios, sino de potenciar el lado mesiánico, la fe, la irracionalidad.  Me producía anoche escalofríos leer centenares de comentarios en los comentados foros con un patrón final similar: “Mou por siempre, te seguiremos a muerte ocurra lo que ocurra” o “no importa lo que hagas, siempre contigo”. La adhesión acrítica y racial a su persona, “haga lo que haga”, nos muestra hasta qué punto necesitamos las creencias y las certidumbres en el mundo extraño, ajeno y caótico en el que nos ha tocado vivir.

El discurso de Mourinho, y todo lo que lo acompaña (la puesta en escena y la manera de marcar ritmos y pausas, la teatralidad, la actitud irónica y altiva), es un referente en sí mismo, sólido como una roca, reconocible, que sobrevive incluso a la intoxicación de los medios. Los medios, en fin, pueden ofrecer comentarios, interpretaciones, análisis de sus palabras, y eso siendo generosos; porque por su propia imagen y naturaleza partidista son percibidas por el gran público como desviaciones y manipulaciones. De tal manera que, como pocas veces ocurre con otros líderes similares, sus palabras llegan al receptor –quiera seguirlas o no- claras y rotundas, siempre genuinas. Es que además es autorreferencial, todo gira en torno a su persona, su carrera, sus logros, sus enemigos; no de la institución que le representa y paga, aunque sea el club con más seguidores del planeta: Mourinho es alfa y omega, cabeza visible de un mundo, su mundo, donde puede vivirse en la seguridad inalterable del dogma. Mourinho es ese líder fuerte que, incluso en un discurso inclusivo, haciendo un llamamiento a la afición o apadrinando  a un talento del balón como Cristiano Ronaldo, siempre consigue dejar la sensación de supremacía sobre sus seguidores.

Convertido en una verdad en sí misma el individuo, el discurso en sí también entronca con las pulsiones de un mundo atemorizado y en guerra. No ya una guerra tradicional (que también, con los conflictos estallando a diario), sino una guerra contra todo: contra la Naturaleza y la propia existencia (con un crecimiento insostenible y descontrolado), contra un sistema capitalista con vida  propia al que nadie puede detener, contra nosotros mismos y esos falsos sueños que nos han inculcado desde pequeños (persiguiendo una novia mejor, una casa mejor, un trabajo mejor). En un mundo leído así, enfrentado, el lenguaje belicista y ardoroso de Mourinho es la proclama de la chispa. Su oratoria recupera la épica y la tragedia que “un mundo colmatado de medios pero desierto de fines” no ofrece (como dice Vicente Verdú en su último libro, “El capitalismo funeral”), y otorga un sentido, un camino y sobre todo un fin con que todo el mundo puede identificar(se): la gloria. La gloria, como prometían a los soldados romanos para marchar de conquista a la Galia.

Una gloria, además, tanto si se pierde como si se gana, porque, en realidad, siempre se gana. Se gana con el marcador y, cuando se pierde con éste, se gana con la autoridad moral, con una justificación suprema de la derrota, tanto que ésta carece de valor como tal, para convertirse en un agravio, una agresión. Da igual quien haya sido el culpable: lo son todos (los árbitros, la UEFA, el calendario, el reglamento, la prensa, UNICEF…), víctima de una conspiración intergaláctica.

La teoría de la conspiración, además, dota a la aventura de un halo fantástico y estremecedor que nos pone a todos en estado de alerta. Es un enemigo invisible, que muta de rostro, como el terrorismo, que nos hace vivir en el miedo. Y contra el miedo, el combate. Y para el combate, un líder, un rebelde, un fugitivo.

Igualmente, Mourinho no está preocupado por manchar el organismo en el que vive e instalarlo en la sospecha, en la duda de su justicia. Como tantos salvadores de la patria, la suya es una misión de purificación divina, salvando al mismo fútbol de esta falacia adulterada en que se ha convertido. No nos olvidemos tampoco de otro punto capital: Mourinho gana en promedios históricos, acompañando sus promesas con hechos tangibles.

Mourinho tiene seguidores en todo el mundo: la hinchada del Chelsea, Oporto e Inter sueña con su regreso y la del Madrid estará “hasta la muerte con él”. Sus detractores –imprescindibles en su discurso, ya se encargará de crearlos- andarán en número similar. Así que siempre en los medios, ¿pero cómo no iba a estarlo?

La historia del fútbol ha sido siempre la de sus protagonistas, triunfos, derrotas y agravios. Discursos victimistas ha habido siempre, también oratorias del triunfo, recursos bélicos, dogmas de fe. Pero Mourinho, el personaje, es una creación netamente moderna, alguien al que aplicaríamos eso de “se ha hecho a sí mismo”, tan icono contracultural como integrado en el sistema, producto de un tiempo tan confuso como el hecho de ser ya literalmente imposible poder siquiera cifrar el contenido de Internet (como hemos visto al principio), un medio cuyo potencial apenas empezamos a vislumbrar.

Y esto es Google time en Petreraldia.com, una cosa nos lleva a la otra y nosotros simplemente navegamos. Algo así como si, dándole la vuelta a la tortilla, fuera un buzón del periodista, un espacio que en redacción realmente disfrutemos haciendo, recordando ese día en que quise dedicarme a esto porque, simplemente, me gustaba escribir y quería conocer, reflexionar y transmitir a ustedes, lectores, lo que aprehendía del entorno. Eso prometemos en estas líneas, que acudirán puntuales cada sábado a ustedes: disfrutar haciéndolo. Esperamos que el disfrute sea partícipe.

Y ahora os dejo con las “chorradicas” de Fran, que irá recopilando esos sucesos buenísimos que nos depara Internet, tanto históricos como actuales. Javier no ha tenido tiempo de estrenarse hoy, pero promete que estará la semana que viene. A ver con qué nos sorprende. Por Luis H. Villaplana Yáñez

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