*Nota: Artículo publicado originalmente en la revista Festa 2002. Texto por Manuel Hidalgo López, ilustraciones por Miguel Davia.
«La libertad: belleza profunda, madre protectora, impulso espiritual, valor que viene el hombre rastreando desde tiempos remotos». José Espí
Existe en este pueblo, o ha existido hasta hace poco tiempo, un grupo numeroso de personas, aquellas que nacieron en las primeras décadas del siglo XX, que al tratar con ellas notas que son muy diferentes a otras generaciones posteriores. Son personas que, pese a vivir en una situación de acentuada pobreza, tuvieron acceso al conocimiento de sistemas de pensamiento libre que les llenaron el alma de ilusiones y esperanzas de una vida más digna y mejor para todos. Cuando estalló la guerra civil del 36, la mayoría de ellos eran jóvenes idealistas dispuestos a dar su vida, si era necesario, para defender su libertad y su dignidad. Desgraciadamente, la triste realidad de la guerra y, sobre todo, de la posguerra, les cercenó aquellos sueños de libertad y los sumergió en un profundo y apartado abismo en penumbras del cual creemos que es conveniente rescatarlos.
¿Cómo eran y cómo pensaban estas personas? Este artículo trata de acercarse a una de ellas, muy vinculada a Petrer, el anarquista José Espí Reig, que durante la contienda bélica desempeñó el cargo de comisario político de la Brigada 83, conocida como la Columna de Hierro. Pero en realidad también es un pequeño homenaje a todas las personas de aquella generación tan comprometida con la libertad.
El anarquismo
Generalmente el concepto «anarquía» suele relacionarse con significados de carácter negativo, referidos a la falta de orden, el cometer delitos impunes, la transgresión de las normas o la violencia. Sin embargo, cualquier persona inquieta que se atreva a indagar en la ideología y la historia del movimiento anarquista podrá comprobar que no hay nada más alejado de la realidad que esa imagen distorsionada que se nos presenta desde los medios creadores de opinión. En una sociedad tan fuertemente jerarquizada y centralizada coma la que sufrimos, mediatizada por el Estado y los poderes fácticos, en la que la mayoría de la población no sólo no tiene acceso a la mayor parte de las decisiones políticas y económicas que más nos afectan, sino que en muchas ocasiones no somos dueños ni de nuestras propias vidas, en esta sociedad nombrar el anarquismo es como nombrar la soga en la casa del ahorcado.
La ideología anarquista tiene sus contradicciones, como todas las ideologías, y se puede estar más o menos de acuerdo con sus postulados, pero no podremos negar que su capacidad de autocrítica, derivada de su compromiso con la libertad, ha dejado valiosa aportaciones al pensamiento moderno. De hecho, muchos movimientos de renovación pedagógica, ecologistas, naturistas, de liberación de la mujer y muchos otros que son muy bien aceptados por la inmensa mayoría de la población, tienen infinidad de deudas con la ideología y el movimiento anarquista.
El estado español es uno de los lugares del mundo donde más se ha vivido la experiencia libertaria, intentar adarar el espeso ramaje de esta ideología y acercarnos al pensamiento anarquista que alimentó la experiencia libertaria, de la manera más objetiva posible, son otros de los objetivos de este trabajo.
La ideología anarquista
El anarquismo como movimiento comienza a surgir tras la caída del Antiguo Régimen. Tras la revolución francesa y al acceso de la burguesía capitalista al poder político, comienza a desarrollarse un movimiento revolucionario entre los campesinos, artesanos y el incipiente proletariado industrial, que pronto desembocó en dos corrientes ideológicas que entrarán en conflicto durante la segunda mitad del stgto XIX: la centralista o autoritaria, representada por el marxismo, y la libertaria o anarquista.
Intentar describir la teoría esencial del anarquismo es como tratar de recoger todo el aire existente en recipientes. La propia naturaleza de la actitud libertaria, su posición antidogmática y contraria a cualquier teoría rígida y sistemática, y, sobre todo, su insistencia en la libertad de elección y la primacía del criterio individual sobre el de la masa, crea una gama de puntos de vista divergentes que resultan inconcebibles en cualquier sistema de pensamiento rígido. Como doctrina cambia constantemente; como movimiento crece y se desintegra en constante fluctuación, pero nunca desaparece.
A pesar de ello, los anarquistas tienen unas premisas comunes que conforman el núcleo de su ideario. Una de ellas es la firme creencia, derivada de una visión naturalista de la sociedad, de que el ser humano contiene dentro de sí todos los atributos para vivir en libertad y concordia social, por lo tanto, aquellos que intentan imponer leyes que limitan nuestra libertad son los auténticos enemigos de la evolución natural de la sociedad.
Otro elemento común a todos los anarquistas y que resulta profundamente moralista es el culto a la sencillez que nace de una actitud un tanto ascética. El anarquista no sólo detesta a los ricos, sino a la propia riqueza. A sus ojos el rico es una víctima de su lujo, como el pobre es de su indigencia. El estado humano ideal es aquel en el que somos dueños de nuestros sentidos y de nuestros apetitos y somos capaces de espiritualizar nuestras vidas. Lo único que se demanda al mundo material son los recursos para satisfacer las necesidades más simples y, de este modo, dedicar más energías al placer de cultivar nuestras mentes y nuestra sensibilidad.
De esta visión idealizada y espiritual de la vida sencilla se deriva que el anarquista busca el progreso, no en términos de crecimiento económico y complejidad de vida, sino en términos de la moralización de la sociedad por la abolición del autoritarismo y las desigualdades económicas. El ansia de libertad, y la necesidad de la lucha para llevar a cabo la liberación de la sociedad, conduce al anarquismo al mundo de la política y, por consiguiente, a una de las contradicciones más importantes de la ideología anarquista y a una de las batallas más enconadas entre marxistas y anarquistas, muy especialmente en España durante la guerra civil del 36. La oposición hacia cualquier forma de dominación o sometimiento político del anarquismo parte de la convicción de que los medios utilizados afectan profundamente a los fines que se persiguen, y sus teóricos argumentan que todas las revoluciones llevadas a cabo por medios políticos han acabado en sistemas totalitarios más o menos encubiertos.