La Columna de Hierro y el antimilitarismo anarquista
Otro aspecto que llama la atención de la ideología de José Espí, y probablemente de gran parte del sindicalismo español, es su intenso pacifismo. La teoría y la práctica de este singular hombre es claramente antibelicista incluso durante la guerra, y eso a pesar del importante cargo que ocupó en la Brigada 83, la Columna de Hierro.
Las columnas de milicianos surgieron tras el golpe de Estado militar del 18 de julio del 36 y su actuación fue decisiva para parar el golpe militar. Su organización corrió a cargo de las dos centrales sindicales mayoritarias, CNT y UGT. La Columna de Hierro fue organizada por el sector más ortodoxo de la CNT y de la FAI (Federación Anarquista Ibérica), auténtico semillero ideológico de la central sindical anarquista. Estaba compuesta por campesinos y obreros industriales. Una de sus acciones fue abrir la cárcel de San Miguel de los Reyes. Un grupo de milicianos llegó hasta allí y abrió las puertas sin ninguna resistencia. La apertura de la cárcel era una cuestión de principios, se trataba del sistema carcelario de un Estado burgués y opresor. La mayoría de presos eran comunes y se unieron a sus libertadores. La unidad de la columna era la centuria (110 milicianos), que a su vez se dividía en grupos de 10. Las decisiones importantes se tomaban en asamblea, así como el nombramiento de todos los cargos. Los comisarios eran los compañeros que más crédito merecían entre los milicianos. Espí formó parte del comité de guerra de la columna nombrado en diciembre de 1936 junto a un tal José Pellicer y José Segarra. La columna disponía de un órgano de prensa propio, Línea de Fuego, cuya sede era una camioneta móvil. Las primeras centurias de la Columna de Hierro Salieron para el frente de Teruel a principios de agosto del 36. Llevaban muchas ilusiones y escaso material bélico. A pesar de ello, consiguieron muchos objetivos militares que no vienen al caso. Tras numerosas presiones, la Columna de Hierro se militarizó en marzo de 1937 y se convirtió en Brigada 83 del ejército.
Para Juan Tortosa, un socialista que estuvo como voluntario en la Brigada 83, ésta representaba en los últimos meses de la guerra una especie de refugio para muchos petrerenses, sin distinción ideológica. De los escritos de Espí se desprende un profundo convencimiento de la inutilidad de la violencia. «La lucha -nos dice- por medios violentos y coercitivos sólo nos puede conducir al establecimiento de una dictadura […] Derrotar a las fuerzas que tenemos enfrente con los medios bélicos de que disponemos es una locura […] Lo más acertado, lo más humano y lo más eficaz es desterrar de nuestras mentes las actividades terroristas por dos razones: primero porque por estos medios no se debilitará el poder de los grandes estados que disponen de unos ejércitos descomunales; y segundo que no se puede sacrificar a los hombres por unas ideas cuya aplicación en la práctica desconocemos». La libertad, la concienciación y la cultura son para Espí las mejores armas para luchar por una sociedad mejor, que para él es la anarquista. Por otro lado, este intenso antibelicismo confirma las tesis que defienden la influencia del sindicalismo anarquista en los movimientos pacifistas posteriores a la segunda guerra mundial.
Anarquismo y cristianismo
Otro aspecto del pensamiento de Espí que creo conveniente resaltar es el de sus ideas sobre el cristianismo y la Iglesia. Resulta curioso que este hombre, que respiró el intenso anticlericalismo de la izquierda española del año 36, defienda abiertamente la tolerancia y el respeto hacia el cristianismo y hacia la propia Iglesia. «Nosotros -escribe Espí- no somos enemigos de aquello que pudiéramos llamar la esencia del cristianismo, pues siempre nos fue simpático y nos mereció el más elevado respeto aquel que pagó en la cruz su afán de igualdad y mejoras para la especie humana, Todos sabemos que la cruz era utilizada por Roma contra sus enemigos políticos. Sabemos que Cristo era un hijo del pueblo y por lo tanto era más nuestro que de nadie, pero como en nuestra lucha por la libertad hay infinidad de mártires, en justicia, no podemos rendirle prioridad. No obstante, no dejamos de tener en consideración esta gran figura.
De la iglesia no somos nada partidarios, entendemos que todas ellas cumplieron su misión histórica. Nos son menos simpáticas aquellas que se esfuerzan en mantener un estado dentro de otro. Pero atendiendo a la lógica, no tenemos más remedio que coexistir con ellas, pues son muchos los hombres que tienen depositada su fe en semejantes creencias, y de estos los hay de gran valía, tanto en el orden moral como en el intelectual, y esto, en razón a la verdad y al respeto mutuo, no puede más que llevarnos al terreno de la buena comprensión».
Pero a pesar de mostrar su tolerancia con las creencias religiosas, Espí no deja de mirar a la institución eclesiástica con la mirada crítica de un revolucionarlo anarquista: «El arraigo de la Iglesia -nos dice- radica en la diferencia de las clases sociales. En sus iglesias admiten a la clase más copetuda y a los más ínfimos hambrientos. Los primeros en busca de una absolución a sus remordimientos de conciencia por sus avaros abusos, y los segundos en pos de una caridad necesaria. Como estas diferencias siguen en pie, la Iglesia subsiste».
Bibliografía
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• ARVÚN, Henri, El anarquismo en el siglo XX, Madrid, Taurus, 1981.
• PAZ, Abel, Crónica de la Columna de Hierro, Barcelona, Virus, 2001.
• W.AA., El anarquismo en Alicante (1868-1945), Alicante, Instituto de Estudios «Juan Gil-Albert», 1986.
• WOODCOCK, George, El anarquismo: historia de las Ideas y movimientos literarios,Barcelona, Ariel, 1979.