La preocupación por la soberanía individual también conduce al anarquismo al rechazo de los sistemas democráticos capitalistas. Se rechaza a las instituciones parlamentarias porque significan que el individuo abdica de su soberanía al entregarla a un representante y, una vez hecho esto, pueden tomarse, en su nombre, decisiones sobre las que ya no ejerce ningún control. Pero este rechazo va más allá de lo puramente formal, porque el anarquista se opone al derecho de la mayoría de imponer su voluntad a la minoría. Además considera que los sistemas democráticos occidentales están manipulados por los grupos económicos más poderosos, que ejercen su control a través de los medios de comunicación.
El anarquismo de Espí
El texto base para acercamos a la ideología de Espí y. muy probablemente, a la de los anarco-sindicalistas del 36, es un manuscrito sin fechar, tamaño cuartilla, en cuya portada se lee: «Guía del militante. Trabajo realizado para los alcoyanos de la Brigada 83, para instruirlos sobre los principios anarquistas».
Al ojear la numerosa documentación amablemente facilitada por la familia de José Espí, la primera impresión que tuve es que estaba ante un maestro vocacional, un autodidacta que había compensado sus escasos recursos con una voluntad fuera de lo corriente. Espí, en sus trabaios. da muestras de conocer muy bien las principales corrientes del pensamiento contemporáneo, y especialmente la anarquista y la marxista.
La mayoría de sus escritos tienen una intención didáctica. Su refugio es la cultura, motor de la auténtica revolución anarquista. Aprender y enseñar es para él casi una obsesión: «Si queremos que nuestra labor sea certera y eficaz, trabajemos en este fin con anhelo y entusiasmo, sin desgastar nuestras energías en sueños de fantasía. Nuestra gran labor -nos dice Espí- está en la transformación y ésta no puede venir hoy con el palo, sino con la cultura […] La libertad está pendiente de la cultura y ésta será con el tiempo la que dará paso a aquélla». La educación y la cultura son, para los anarquistas, las principales herramientas para la transformación de la sociedad, por eso los anarquistas de la segunda mitad del siglo XIX ya subrayaban la necesidad de dotar a las federaciones obreras de los medios necesarios para la educación de sus integrantes, ya que no se podía esperar que el Estado ofreciese a los trabajadores una educación liberadora. Ya en 1872, la Comisión Federal de Sindicatos de la Asociación Internacional de Trabajadores, con sede en Alcoy, aprobó la creación de una escuela socialista revolucionaria. Pero fue la Escuela Moderna fundada por Francesc Ferrer i Guardia (1859-1909) la que mayor impulso e influencia ejerció sobre las escuelas laicas y racionalistas del primer tercio del siglo XX, en la provincia de Alicante. La aportación de Ferrer i Guardia a toda la pedagogía moderna está fuera de toda duda. Su injusta condena a muerte y ejecución por anarquista tras los sucesos conocidos como la semana trágica de Barcelona en 1909 conmocionaron a todo el mundo, y buena prueba de ello es que aquí en Petrer existió una calle dedicada a él durante la II República. Probablemente Espí alimentó sus ansias de saber de alguna de estas escuelas. Tengamos en cuenta que en Elda funcionaba antes de la guerra civil una de las más prestigiosas escuelas racionalistas para obreros de toda España. En ella se daban clases gratuitas a los obreros, porque la pobreza y el analfabetismo eran el enemigo a batir de todos los proyectos culturales. En Elda dieron clases personajes como Antonia Maymón, Eusebio Carbó, Fortunato Barthe, Vicente Galindo (Fon-taura) y José Alberola, todos de reconocido prestigio como innovadores pedagógicos.
Marxistas y anarquistas
Uno de los aspectos que más llaman la atención de sus trabajos es el rechazo total al marxismo, ideología que combate abiertamente. «Que la dictadura del proletariado -escribe- sea el tránsito hacia el comunismo libertario es una falacia. Pensar que un pueblo educado en el totalitarismo, formado en una dictadura y ambientado en el más profundo de los centralismos de estado, pueda pasar de casi un despotismo oriental a una democracia social es un error». Y sobre Rusia afirma: «En nombre de unos fines humanos se aplastan todos los derechos del hombre. Todas las libertades fueron eliminadas y el hombre número queda sujeto a la voluntad de ese coloso estado ultra capitalista». Es suficientemente conocido el enfrentamiento que se produjo entre anarquistas y otros movimientos de izquierda antiestalinistas con el partido comunista durante la guerra civil del 36. La colectivización y la revolución social fueron dos de las cuestiones principales del mencionado enfrentamiento. El partido comunista quería atraer hacia el bando republicano a amplios sectores de la burguesía y para ello necesitaba dar una imagen de moderación. Para los anarquistas, en cambio, la revolución social era una oportunidad para hacer realidad la utopía revolucionaria.
Al principio de la guerra, los anarquistas ocuparon una posición de fuerza entre las organizaciones del frente popular. La CNT, el sindicato anarquista, jugó un importante papel en la resistencia al golpe de estado militar de Franco, especialmente en Cataluña y en el País Valenciano, y los anarquistas llegaron a formar parte del gobierno republicano. Sin embargo, con el paso del tiempo esa posición de fuerza se fue debilitando. Por un lado, la neutralidad del Reino Unido, Francia y EEUU dejaba a la URSS como única abastecedora de material militar, lo cual reforzaba la posición de los comunistas españoles. Por otro lado, la participación activa de los anarquistas en el gobierno provocó muchas contradicciones dentro del movimiento libertario, a pesar del reconocimiento por parte de la historiografía de la buena gestión de sus ministros. En sus escritos, José Espí no es ajeno a estas contradicciones: «Nosotros nos encontramos en condiciones poco favorables, en comparación con otros movimientos populares. Estos están dotados de un espíritu de autoridad y toda su acción gira alrededor de esta autoridad. Todo el grueso del partido está sujeto a la voluntad de una minoría jerárquica capaz de alcanzar el poder por los medios coercitivos […] Nosotros, como en nuestros sentimientos no entran esas fórmulas políticas, difícilmente podemos hacer algún movimiento subversivo eficaz […] Nuestro triunfo radica en esperar. Por más prisa que tengamos no podemos romper el orden.que nos separa de las otras tendencias. Todas ellas representan meras reformas que se pueden poner en práctica con los mismos valores históricos. No hay nada de nuevo. Somos nosotros, que prescindiendo de los valores del pasado, representamos unas formas nuevas. Por eso no seremos comprendidos hasta que todos los valores históricos se agoten y mueran». Lo cierto es que la experiencia anarcosindicalista de la guerra civil despertó muchas y apasionadas expectativas entre los anarquistas de todo el mundo, pero el fatal desenlace de la contienda también supuso una de las mayores frustraciones para el movimiento libertario.
La revolución social de 1936 fue un movimiento más espontáneo que premeditado, y en este aspecto resultaron decisivos el movimiento y la ideología anarquista. Surgió de entre los militantes obreros de base más que de sus organizaciones oficiales y sus dirigentes, e influyó notablemente en el desarrollo de la guerra: el modo en que se organizaron las milicias y su eficacia; el apoyo internacional al régimen republicano, la organización del Estado, etc. Una de las cuestiones que más se debaten en historiografía en estos momentos es si la revolución social de los primeros meses de guerra influyó para que el bando republicano perdiera la guerra, como sostenían los comunistas, los republicanos de clase media y muchos socialistas, o por el contrario los numerosos impedimentos puestos a la revolución social fueron la causa del fracaso bélico, como defendían los anarquistas, muchos socialistas y los partidarios de movimientos comunistas de izquierda como el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista).