Las cuentas del campo

Las cosechas de la finca

En las anotaciones de Helios se especifica la fecha en que se realizaban los trabajos (en el recordatorio que el propio Helios establece al escribir la contabilidad, deja señalado que «se anotarán semanalmente todos los jornales satisfechos, especificando la labor efectuada, con el fin de poderlos cargar debidamente a los cultivos que pertenecen, al efectuar el resumen anual»), un detalle muy interesante que hoy día engarza con temas como el cambio climático, cuando constatamos actualmente que la temporada cálida empieza mucho más pronto y se prolonga mucho más (casi un mes y medio en ambos casos), con su consiguiente influencia en la forma de cosechar actual. Así, y como ejemplos más o representativos de esos otros tiempos de estaciones cuatrimestrales, las patatas y los garbanzos se sembraron en la primera quincena de abril y se recogieron en la primera quincena de agosto. La siega, ya se ha dicho, comenzó a finales de mayo y se extendió hasta la primera quincena de julio; la trilla se dejó para finales de julio y primeros de agosto. La siembra de cereales se realizó en el mes de noviembre; los 3.350 hoyos de viña que se plantaron ese año quedaron para diciembre. Éstas fueron las cosechas anotadas por Helios aquel año:

La almendra «pestaña» es la redondeada, la variedad mejor considerada hoy día y que se tiene por más dulce. Hace 50 años era la más barata, valiendo más la planeta y la alficosenca, de la que se apreciaba su cáscara, fácil de quebrar. Las arrobas de paja, por su parte, pesaban 12 kilos; se transportaban con lonas y bolsas y ocupaban mucho volumen.

Sorprende el precio de las nueces, más barato que el de la almendra alficonsenca; también muy barata era la uva. Las gavillas de almendro eran los restos de leña de la poda (ideal para quemar) y las de sarmiento eran ramas secas, no muy grandes, que prendían con facilidad, por lo que solían usarse para iniciar cualquier fuego. El gañido y la caballería de la finca, por otra parte, se limitaba a 2 mulas y 1 burro.

El terreno de la finca que podíamos considerar como pastos era arrendado al pastor Santiago, que tenía el corral en la Casa de Valero. Posteriormente, se levantó en el caserío de la finca un corral de nueva planta, supervisado por el organismo I.R.I.D.A (Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario) y por los ingenieros agrónomos Luis Miralles y Luis Suay (amigos de Helios de su época de estudiante de ingeniería), a donde pastores como Santiago o Guiña iban a guardar su ganado. El pago era en especias, tan frecuente entonces: leche fresca, algún cordero y sobre todo la imprescindible basura, el auténtico elemento clave de la sinergia entre ambos sectores.

El chalet de la finca donde Luis Villaplana Reig y su familia pasaban grandes periodos en verano. Los pequeños pinos de la subida al chalet hoy conforman un gran pinar. Fotografía de los años 40.

Era parecida la situación del pasto del Alto de Cárdenes. Propiedad del Ayuntamiento, estaba arrendado por Luis Villaplana Reig, titular de la finca, que los subarrendaba a un pastor (José Amat, Guiña), a cambio de que impidiera el paso de cabras blancas (que podían comerse las guías de los pinos jóvenes y poner en peligro la repoblación del pinar de la zona) y el pago de un cordero.

De la huerta llama la atención la variedad de hortalizas y frutas plantadas y su escaso rendimiento económico. «Otros años se han plantado otras variedades vegetales, con su misma suerte productiva», enfatiza Helios tras su larga experiencia.

Una inversión sin fin

La gestión ocasionaba otra serie de gastos que Helios agrupó como «gastos generales» y que van desde el pago al veterinario a la compra de una cubierta de bicicleta (muy cara, por cierto), pasando por el gasto de seis botes de Geigi (ese insecticida genérico que era el rey en la época) o la adquisición de una máquina de pelar almendras. En definitiva, un dinero que se dedicaba al sinfín de imprevistos que cada año aparecen y al mantenimiento y la mejora de la maquinaria y los utensilios agrícolas, y que muestran la dificultades de planificación y gestión que siempre han acompañado a la agricultura, con el clima como imponderable más determinante.

Entre estos gastos, destaca la presencia de la Cooperativa Agrícola, principal proveedor (en la amplitud de la palabra) de los agricultores de la zona, ayer y hoy, que además alquilaba su tractor a precios competentes. También han pervivido hasta la actualidad los dos trillos que se compraron el 25 de febrero y que fueron cedidos al museo etnológico local, donde se exponen. Reseñemos también la máquina manual de pelar almendras del señor Font, que años después fue sustituida por una a motor de marca Goliat. A pesar de no constar en la contabilidad de Helios, la tecnología punta y el principal gasto del año correspondió a la máquina de aventar Triunfadora, de la firma Pablo Granado. Esta máquina de dividir paja y grano costó 14.000 pesetas, y sus portes 400.

En esta foto, tomada a la entrada de la casa de los caseros de la finca, aparecen Luis Villaplana Reig (de pie, el segundo por la izquierda), Helios Villaplana (en medio de la fila de abajo, con gorra) y el casero Quito, que años más tarde sucedería a Pepe el Tendre. Los demás eran trabajadores de Luvi, entre otros aparecen Cándido, Luiset, Marcial, Bartolo Peñetes... El último a la izquierda, en la fila de abajo, es José, hijo del casero Quito.

Los pagos de la caballería con la que contaba la finca se realizaron todos a Ramón Vera (el «guarnicionero», es decir, el encargado de realizar todos los complementos que necesitaban los carros y la caballería: correaje, albardas…) y son los que siguen.

Los principales impuestos y contribuciones se pagaban trimestralmente: la contribución, el arbitrio municipal de rústica (que se pagaba al Ayuntamiento; hoy no existe uno equivalente) y la Hermandad de Labradores. Un gasto que sí era previsible y que incluía también el gravamen sobre los carros (la finca disponía de tres), el impuesto de la Cámara Agrícola (sobre los agricultores dados de alta) y el impuesto de plagas del campo (en la época, el peligro era una plaga en la viña). Una carga impositiva al sector bastante mayor que la que hoy conocemos y que queda como sigue:

Los seguros sociales ascendían a 139,10 pesetas al mes (en diciembre, 185), 1.715 pesetas al año. Generalmente, la suma más importante de los seguros sociales la pagaba el empresario y una más pequeña el propio trabajador.

Los Llanos de Samuel, los bancales más grandes de Petrer con 13 hectáreas, se sembraban anualmente de cereales.

El año 1958, no muy diferente de los otros 30 en los que se intentó explotar agrícolamente la finca de L’Avaiol, dejó déficit en su gestión. El documento contable de Helios, que será cedido en breve a la Cooperativa por su propio autor y que seguro será objeto de interés por parte de futuros investigadores locales, es un testimonio pormenorizado de la lucha que acontece entre el hombre y su talento para hacer brotar vida de la tierra. Hace 50 años que lo dejó escrito, y a pesar de todo lo llovido, como dijimos al principio, apreciemos hasta qué punto los agricultores de hoy siguen deseándose la consabida «buena suerte».

 

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