Las cuentas del campo

*Extraído del libro «Tierra, créditos y agua: El cooperativismo agrario en Petrer», publicación que acompañó el centenario de la Cooperativa de Petrer (1908-2008).

 

Todo centenario, como el que nos ocupa, invita a realizar una mirada diacrónica, donde el objeto que nos interesa es el paso del tiempo y los diversos fenómenos que tienen lugar. Incluso un sector productivo tan tradicional como el agrícola puede dar constancia de que las cosas ya no son como eran. Ha llovido mucho, como se suele decir; en realidad, no ha dejado de hacerlo.

En este texto nos vamos a aproximar a esta idea mediante otro tipo de estudio, el sincrónico, adscrito al análisis de un momento determinado. Así, el momento escogido, del que desgranaremos sus características, pretende ser simbólico en este inexorable fluir de los meses, las estaciones y los años, deteniéndonos en el punto medio de la magnitud centenaria que este libro celebra: ¿cómo era la vida del agricultor petrerense hace cincuenta años?

Un documento inédito de Helios Villaplana Planelles, en su calidad de gestor de una de las principales fincas agrícolas de la época, L’Avaiol, y como representante de una generación que ha estado vinculada toda su vida al campo, de una u otra manera, nos servirá para nuestros intereses. El documento en cuestión, manuscrito, refiere con exactitud la gestión y contabilidad de la finca durante 1958, y son los detalles y la minuciosidad de los datos aportados los que hacen del texto un ejemplo válido con el que bosquejar aquella vida y a aquellos hombres. Su voz y memoria, aún firmes, han de hacer el resto.

En busca de la autosuficiencia

La finca de L’Avaiol, configurada originariamente a partir de 32 fincas menores y con casi 200 hectáreas en el noreste de Petrer, fue comprada, en la década de los años veinte, por el padre de Helios, el empresario del calzado Luis Villaplana Reig, con la intención de hacerla «autosuficiente». La idea, perseguida durante años incluso tras el fallecimiento de su principal valedero (1972), fue siempre la de conseguir generar ingresos suficientes para cubrir los gastos, «y doy fe que se probó todo”, nos cuenta Helios, para lograr el máximo rendimiento de esta tierra de secano de montaña. El resultado, exceptuando un año «de extraordinaria cosecha de almendras y de cebada, con más de 15.000 kilos, fue siempre de saldo negativo, una pérdida constante». Un déficit sempiterno del que 1958 no escaparía.

No ha de extrañarnos, por tanto, que Helios comience sus anotaciones con un decálogo de los pagos que tendrá que afrontar a lo largo del año.

Recordatorio para las anotaciones de la finca de L’Avaiol

Pagos: se anotarán por orden cronológico, todos los que se realicen especificando a qué sección se han de cargar. Los pagos se subdividirán en las siguientes secciones:

  1. Caseros
  2. Jornales
  3. Cultivos
  4. Gastos generales
  5. Contribuciones e impuestos

Sobre el primer apartado, «caseros», Helios escribe: “se llevará una cuenta por separado a cada casero de los que hubieren en la finca. Se anotará el sueldo quincenal, las pagas extraordinarias que les correspondan con arreglo a la ley y las gratificaciones extra. Al final del año, se incrementarán estas cuentas con el valor de lo consumido por harina, aceite, vino, hortalizas y leña». En el año 1958 el casero en la finca de L’Avaiol era José Bellot.

Ensofradora, como la llamaban, de la época. Nos llevamos una sorpresa cuando accionamos el mecanismo y comprobamos que todavía tenía azufre.

Durante los meses de enero y febrero el sueldo era de 40 pesetas diarias. En el mes de marzo el pago aumenta hasta las 50 pesetas diarias, y a partir de la segunda semana de agosto se incrementa diez pesetas más (60). Las gratificaciones y pagas extra llegaron el 18 de julio (día de fiesta nacional en la España franquista, conmemorando el alzamiento nacional), 350 pesetas (una semana de sueldo); en Navidad, 420 pesetas (7 días de trabajo, a razón de 60 diarias), y a final de año la cifra más cuantiosa, 1.660 pesetas, a modo de reconocimiento por la labor desarrollada. Se pagaba también la «vacación anual» (420 pesetas), de 7 días, y un extra los domingos trabajados (25 pesetas más), los días de siega (9 días al año) y los de trilla (13 días al año). Lo cierto es que el puesto de casero, y en general el de agricultor para la finca, era muy estimado por los labradores locales, que conocían la escrupulosidad de Helios a la hora de pagar y su gusto por el trabajo bien hecho.

Se consideraba como pago al señor Bellod el vino (de realización propia) consumido durante el año, que ascendió a 384 litros (treinta y dos botellas al mes, más de un litro de vino diario), lo que equivalía a 1.152 pesetas a razón de tres por litro. “Lo consumido durante el año en hortalizas, frutas y leña”, también imputado como pago por el administrador, alcanzó un importe a tanto alzado de 2.000 pesetas. En resumen, Pepe el Tendre de Castalla, como era conocido, percibió por su labor como casero de la finca 24.684 pesetas, hoy hace cincuenta años. Aquel año vivió con un solo grifo de agua caballera (por desnivel) y a la luz del candil cuando llegaba la noche.

La aventadora 'Triunfadora', flamante adquisición de ese año, y el incombustible Helios Villaplana, 50 años después.

Poco tiempo después abandonó la finca, dejando paso a otros caseros, primero el tío Quito y la tía Luisa, y luego Cecilio y María. Estos últimos, llegados a finales filos años sesenta, emigrados de Castilla-La Mancha, representaban los nuevos tiempos del campo petrerense, en el que muchos agricultores locales ya no querían realizar estos quehaceres, pero que sí era una oportunidad de asentarse en la localidad para familias venidas de fuera que colocaban a sus hijos en la floreciente industria zaporra. Pepe el Tendré, por su parte, continuó su vida en la vecina Castalla, hasta que un trágico accidente de carro, tristemente usual en aquel tiempo (sobre todo cuando se combinaban duros repechos y una carga pesada), sesgó su vida.

Faenando el campo

El apartado de los jornales es de los más interesantes porque describe, con la pulcritud característica de quien firma el documento, todos los trabajos realizados durante el año, con su descripción y su coste. Además, usando el término a modo de gráfica explicación y sin ánimo de resucitar viejas divisiones sociales ya superadas, nos permite conocer la jerarquía económica de los jornaleros, que en el caso de los trabajos más comunes perciben menos (clase baja) que los caseros (clase media), pero mucho más que ellos si los trabajos son de gran especialización (la élite, diríamos, aunque recordemos que el casero tenía trabajo asegurado todo el año y el jornalero es estacionario). El jornal, por cierto, era también distinto según el sexo del trabajador, ganando menos, como tristemente era de esperar, las mujeres, hasta un 30% menos de media.

Estos trabajadores agrícolas recibieron 44.728 pesetas por sus días laborables en L’Avaiol durante 1958. Aunque generalmente de carácter eventual, en la finca trabajaban como jornaleros de carácter fijo Juan Egido y su esposa María Castillo, que además residían en la conocida como Casa del Indio, a un kilómetro y medio del caserío de L’Avaiol (podríamos considerarlos «prácticamente como unos segundos caseros», en palabras de Helios). Durante los meses de enero y febrero su sueldo (inferior al del casero) era de 35 pesetas diarias, que subieron a 40 a partir de marzo (10 pesetas menos diarias se cobraba por ser mujer).

El trabajo era muy variado: recoger sarmiento, oliva o almendras, arrancar pinos, cavar cepas, recoger hierba, etc. Para trabajos concretos, conocidos por su exigencia física o por la avanzada destreza que requería la herramienta pertinente, se formaban cuadrillas de jornaleros especializados que percibían mayores emolumentos. A finales de mayo llegó a la finca la cuadrilla de segadores, compuesta por Adrián García, Eliseo Bellot, José Payá, Vicente Victorio y Bautista Mira. La siega especializada era el trabajo agrícola mejor pagado: 150 pesetas diarias. Helios recuerda que su padre tuvo no pocas conversaciones con el casero Pepe el Tendre por esta causa, ya que solía mostrar su disconformidad por estas diferencias de salario.

En julio una nueva cuadrilla volvió a la zona, esta vez a «descubrir cepas» a 75 pesetas diarias. Esta cuadrilla estaba compuesta por Antonio Payá, Luis Beltrán, Enrique Albert, Ramón Bofill, José Payá y Constantino Bernabeu. Las mujeres María Castillo y Francisca Guill recogían garbas a 30 pesetas, intermitentemente a lo largo del año.

La descripción de los trabajos y su precio, tal y como Helios los tiene anotados, queda como sigue:

Ese año también se pagó a Constantino Bernabeu por recoger esparto 5.076 pesetas, por un que comenzó el 15 de julio y acabó el 15 de septiembre. «Al esparto sí que le sacamos un buen beneficio en general, con años que dejaba más de 15.000 pesetas limpias”, indica Helios.

Helios junto a uno de los tres carros con los que contaba la finca de L'Avaiol. Cada quince días, era utilizado por los caseros para aprovisionarse en el pueblo.

Para la descripción de algunos de estos trabajos hemos acudido a José Amat hijo, que hace medio siglo tenía diez años y ayudaba a su padre en casi todas las tareas. Chambergar, por ejemplo, es una tarea muy específica de la siembra. Cuando el arado, tirado por las mulas, hacía un surco en la tierra, las mujeres, que iban detrás, iban depositando a mano el grano en el caballón. En la siguiente pasada, el chambergador, acompañado de la mula, enterraba la semilla, y la chamberga quedaba hecha. ¿No has escuchado ese dicho de Petrer, ese que dice que “Cancio chamberga molt tard?». Esporgar es un término de aquí; se trata de derroñar,  es decir, quitarle a los sarmientos de la viña los brotes que no son productivos. Escardar, por su parte, es quitar malas hierbas con la ayuda de una saeta, trabajo generalmente realizado con mujeres. Garbear era el trabajo de transportar las garbas del bancal a la era con el carro. Puedo contarte también que hacer hoyos de viña era muy trabajoso, pues eran de 60 centímetros de largo y 25 de ancho por 40 de hondo».

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