«No conozco la clave del éxito pero la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo»
(Woody Allen)
Son numerosas las ocasiones en las que nos preguntamos: ¿qué nos sucede?, ¿qué sucede para que busquemos constantemente la aprobación de los demás?, ¿qué es eso que tenemos tan equivocado en nuestro interior? Buscar la aprobación de los demás puede convertirse en un arma de dos filos. Por ello, en el artículo de hoy vamos a tratar este problema con la autoestima.
En la infancia pocos de nosotros somos educados en inteligencia y bienestar emocional, por lo que de mayores, al no disponer de esta capacidad interna consolidada, tenemos tendencia a buscar aprobación en los demás, lo que nos proporciona más problemas que beneficios, por ello es muy importante tener presente que “la valía es fruto de la autopercepción y no de lo que nos digan los demás”.
En nuestra cultura, existe la idea de que para ser felices debemos buscar la aprobación externa y que en el caso de no obtenerla, debemos sentirnos desafortunados. Como mencionábamos anteriormente, el reconocimiento externo es un arma de dos filos, ya que por un lado nos puede ayudar a subir la moral, pero también puede dejar nuestro estado de ánimo por los suelos, lo que supone un riesgo cuando la aprobación o la censura se hace a la ligera.
Alguien dijo: “Dale un premio a un escritor y ya no escribirá nada más de valor”. No siempre es así por fortuna, pero es verdad que el escritor después de recibir un galardón soporta un estrés adicional, ya que se ve obligado a no defraudar las expectativas de sus lectores y estar a la altura del reconocimiento recibido.
Cuando una persona se convierte en buscadora compulsiva de la aprobación externa, entra en su propia trampa y en un ciclo sin fin se condena a sí misma, sin saberlo, a ir de cumplido en cumplido, a recabar la aprobación ajena, a necesitar incluso el halago. Ya no es libre, depende de que otros alimenten su necesidad de ser aprobada. Es como un adicto emocional que padece el síndrome de abstinencia. Se podía decir que esa persona pierde el tiempo y la paz mental buscando la felicidad en el lugar equivocado.
Es obvio que no hay nada malo respecto a contar con el beneplácito ajeno. El problema es cuando se necesita y, sobre todo, cuando se confunde el verdadero valor personal con la complacencia externa. Son dos cosas muy diferentes, y cuando se entiende esta gran diferencia, las personas se centran en su valor y no en buscar ser valoradas.
La verdadera autoestima solo existe cuando depende de uno mismo, para ello necesitamos darnos cuenta de que no podemos agradarles a todos y que vivir pensando en satisfacer a los demás nos genera una presión insoportable y difícil de saciar porque nunca sentimos que les gustemos lo suficiente, lo que nos vuelve falsos, temerosos e inseguros. Toda esa inseguridad está reñida con la admiración que buscamos de los demás y no nos permite ser nosotros, quien queremos ser y como queremos ser, por lo que no podremos sentirnos felices.
Reforzar la autoestima significa aumentar el valor personal ante uno mismo, pero no delante de nadie. Tenemos que centrarnos en aclarar la relación con la persona más importante, que no es otro que uno mismo. Si esa relación es sana e intensa, seremos felices; si es insana, seremos infelices.
Tampoco hay que confundir la valoración propia con la arrogancia, que es precisamente la defensa de las personas que tienen poca. Hay dos clases de autoestima falsa: la evaluación que hacen de sí mismos aquellos que se creen mejores que los demás y la que hacen los que se sienten peores que los demás. Ambas percepciones son una visión desajustada del valor intrínseco que cada persona tiene por el simple hecho de ser un ser humano. No hay diferencia, salvo en el signo en las expresiones: “soy el mejor” y “soy el peor”. Ambas expresiones demuestran un desconocimiento del valor real del ser humano, y confunden la comparación externa con la autoevaluación interna. En el fondo reflejan el mismo problema, pero con dos sistemas de compensación diferentes: uno a más y el otro a menos. Fue S. Freud quien dijo que esta compensación, en realidad, es una deformación para poder soportar una autoestima lesionada.
Elevar la autoestima depende de tomar la decisión de que somos valiosos al margen de los resultados que obtengamos, y de recordar siempre esta decisión. No necesitamos pruebas ni resultados. Se trata de una decisión interior que se apoya en uno mismo y no en los demás. La mejor manera de influir en cómo nos perciben los demás es mejorar la forma en que nos vemos a nosotros mismos. Sin duda, eso generará de alguna manera un impacto porque cuando las personas nos queremos más, el mundo nos quiere más.
Una pequeña diferencia, en más o en menos, del nivel de autoestima de una persona va a marcar una discrepancia catastrófica en lo que conseguirá de la vida, tanto a nivel personal como profesional. Así, nuestro rendimiento nunca será mayor que la imagen que tenemos de nosotros mismos.
“El modo en que nos sentimos con respecto a nosotros mismos afecta de forma decisiva a todos los aspectos de nuestra experiencia, desde la manera en que funcionamos en el trabajo, el amor o el sexo, hasta nuestro proceder como padres y las posibilidades que tenemos de progresar en la vida. Nuestras respuestas ante los acontecimientos depende de quién y qué pensamos que somos. Los dramas de nuestra vida son reflejos de la visión íntima que podemos que somos. Por tanto, la autoestima es la clave del éxito o del fracaso. También es la clave para comprendernos y comprender a los demás. De todos los juicios a que nos sometemos, ninguno es tan importante como el nuestro propio” (Nathaniel Branden).
Una persona con autoestima saludable es: segura de quién es, asertiva, verdadera, valiosa, es capaz de reconocer sus propios logros, humilde, tiene habilidad para perdonar a los demás, sabe admitir sus errores, no teme a los cambios y lo más importante: deja de compararse con los demás, ya sea en positivo o negativo.
Para reforzar nuestra autoestima podemos seguir los siguientes consejos:
– Dejar de tener pensamientos negativos sobre nosotros mismos. Si estás acostumbrado a centrar la atención en tus defectos, empieza a pensar en aspectos positivos que los contrarrestan. Cuando te des cuenta de que estás siendo demasiado crítico contigo, contrarréstalo diciendo algo positivo sobre ti mismo. Cada día anota tres cosas sobre ti que te hagan feliz.
– Plantearnos como objetivo el logro en vez de la perfección. Algunas personas se acaban paralizando debido a sus ansias de perfección. En lugar de frenarte con pensamientos negativos, piensa en qué eres bueno y en las cosas con las que disfrutas, y ve a por ellas.
– Considerar los errores como oportunidades de aprendizaje. Acepta que cometerás errores porque todo el mundo los comete. Los errores forman parte del aprendizaje. Recuerda que las aptitudes de una persona están en constante desarrollo, y que cada uno sobresale en cosas diferentes.
-Probar cosas nuevas. Experimenta con diferentes actividades que te pongan en contacto con tus aptitudes. Luego siéntete orgulloso de las nuevas habilidades que has adquirido.
-Identificar lo que podemos cambiar y lo que no. Si te das cuenta de que hay algo tuyo que no te hace feliz y puedes cambiarlo, empieza ahora mismo. Si se trata de algo que no puedes cambiar (como tu estatura), empieza a trabajar para quererte tal y como eres.
-Fijarnos metas. Piensa en qué te gustaría conseguir y luego diseña un plan para hacerlo. Atente al plan y ves anotando tus progresos.
-Sentirnos orgullosos de nuestras opiniones e ideas. No tengas miedo de expresarlas.
-Colaborar en una labor social. Sentir que aportas algo y que se reconoce tu ayuda hace maravillas para aumentar la autoestima.
-Realizar una actividad deportiva. Mitigarás el estrés y estarás más sano y más feliz.
-Pasárnoslo bien. ¿Te has encontrado alguna vez pensando cosas del estilo de: «tendría más amigos si estuviera más delgado/a”? Disfruta pasando tu tiempo con personas que te importan y haciendo cosas que te gustan. Relájate y pásalo bien y no dejes tu vida en suspenso.
El secreto para mejorar nuestra autoestima es no autojuzgarnos, ya que si para librarnos de nuestros defectos tenemos que aumentar nuestras cualidades, la mejor forma de no tener que conseguir una buena nota es prescindir de ponerse una, cualquiera que sea. Si fuéramos capaces de valorarnos a nosotros mismos, no malgastaríamos tiempo, ni energía en subsanar nuestra autoestima. Es fundamental construir una nueva percepción para conocernos bien, aceptarnos y respetarnos a nosotros mismos. La autoestima interviene en casi todo lo que hacemos.
Las personas con una autoestima alta rinden más en diferentes ámbitos de sus vidas. Tienden a tener mejores relaciones con la gente de su edad y con los adultos, son más felices y les cuesta menos enfrentarse a los errores, decepciones y fracasos, y es más probable que perseveren en algo hasta que lo consigan. Cuesta cierto trabajo, pero es una habilidad que tendremos de por vida. Nunca es tarde para construir una autoestima positiva y sana. En algunos casos, cuando la herida emocional es muy profunda o duradera, es posible que sea necesaria la ayuda de un profesional de la salud mental, como un psicólogo o terapeuta, quienes actúan a modo de guías, ayudando a las personas a quererse a sí mismas y a darse cuenta de lo que las hace únicas y especiales.
“Si crees totalmente en ti mismo, no habrá nada que esté fuera de tus posibilidades”
(Wayne Dyer)
La psicóloga Estefanía Valero aborda periódicamente asuntos que preocupan a los ciudadanos e inciden en su salud mental. Valero cuenta con máster en Psicología Clínica y Salud y con experiencia profesional en el ámbito de la psicología desde hace más de 7 años. En la actualidad, es psicóloga de Gabinete Veintiuno, centro que ofrece servicio especializado en psicología y psiquiatría, siendo una de sus principales pretensiones revolucionar la intervención psicológica convencional convirtiéndola en algo más práctica y adaptada exclusivamente a cada persona.
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