La restauración del aljibe-calabozo de la torre del castillo de Petrer

NOTA: Artículo publicado originalmente en la Revista Festa 2009.

La torre del castillo de Petrer es de planta cuadrangular, fabricada en ta­pial. La construcción pertenece al periodo almohade (finales del siglo XII-primera mitad siglo XIII), y actualmente conserva dos plantas; además, en la parte inferior hay una sala que se usaba en origen como aljibe para almacenar el agua de lluvia destinada a la guarnición de la fortaleza. Con la con­quista cristiana del Reino de Murcia, a mediados del siglo XIII, en el castillo comenzaron a reali­zarse en los siglos posteriores unas reformas y nuevas construcciones, como es la sala principal, dependencias domésticas, la capilla de santa Ca­talina y un nuevo aljibe, junto a la torre, más am­plio y profundo.

El antiguo aljibe que se ubicaba en la torre quedó ahora convertido en calabozo, para lo cual fue necesario abrir una entrada en la cara sur de la mencionada torre. En el interior de la sala que al­berga el calabozo se pueden observar numerosos grafitos e inscripciones ejecutados por los reclusos que sufrieron el cautiverio, dándonos testimonio de su presencia y entregándonos una valiosa infor­mación sobre aquel periodo bajomedieval.

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El castillo tal y como lucía en 2009.

El proceso de restauración del aljibe-calabozo del castillo de Petrer fue realizado en los primeros meses del 2008, englobándose en la restauración del castillo y casas-cueva de la muralla gracias a la financiación del 1 % Cultural del Ministerio de Fomento, junto con la aportación del Ayunta­miento de Petrer y la Diputación de Alicante.

Una mirada al interior del calabozo

La sala tiene 3,85 metros de longitud y 2,95 metros de altura, con una superficie de 6 m2 apro­ximadamente, y una cubierta de bóveda de cañón. El ingreso está constituido por un pasillo de aproximadamente 2 metros de longitud.

Los muros del antiguo aljibe, como toda la torre, están fabricados en tapial, siendo un sistema de construcción tradicional que utiliza el encofrado de cal, arena y piedras. Las construcciones llevadas cabo con esta técnica responden a las actuales bondades bioclimáticas, consiguiéndose en el interior de la sala una temperatura estable y unas condiciones propicias para el mantenimiento del agua.

El enlucido está formado por una primera capa o estrato sutilmente pigmentado en tono gris azulado y rojo, siendo éste el original del aljibe, observándose sólo en algunos fragmentos.

Sobre esta primera capa se aprecia un segundo estrato en yeso de coloración blanca, de espesor variable, siendo utilizado como soporte de agarre para el enlucido superior, que se consigue piqueteando esta segunda superficie. Sobre este enlucido se realizaron algunos dibujos ejecutados en carboncillo.

El tercer estrato, que corresponde al más reciente en el tiempo, tiene un espesor variable,entre 2 y 30 mm, y presenta una coloración gris-amarillenta, y fue realizado en cal y yeso a la que se le añade gravilla de varios grosores. Precisamente, en este último estrato es donde están ejecutados los grafitos. Estos dos últimos enlucidos o estratos fueron resultado de la adaptación del aljibe a su uso como calabozo, reforma que se debió de realizar los siglos XIV-XV. Junto a la abertura de la entrada de ingreso en la pared sur-este, que perforó el espesor del muro de la torre, también realizaron varios orificios en las paredes internas: el ubicado en la parte baja de la pared este a la derecha del pasillo, que probablemente tuvo un uso de asiento o reposadero; y el otro, de menor tamaño, en la pared oeste, a la izquierda del pasillo, utilizado para colocar candiles o lamparillas de aceite.

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Grafito que representa un perro con collar.

Según la investigación realizada por Concepción Navarro (1), sobre los enlucidos de las paredes se pueden apreciar diversas tipologías de grabados: inscripciones árabes, estrellas y una cometa vola­dora. representaciones humanas de guerreros con indumentaría característica del siglo XVI, motivos religiosos, laberintos de círculos concéntricos y otros enmarcados de flores de seis pétalos característicos de la Edad Media, medias lunas y luna en cuarto creciente de época musulmana, calenda­rios, reticulados como juego de damas con las ca­sillas en blanco y negro, y motivos zoomorfos como perros, pájaros y varios cuadrúpedos con cuerpos muy estilizados y trazos esquemáticos.

Por otro lado, la altura del calabozo ha variado, pues el suelo se rebajó en el pasado unos 10 cm, lo que significa que cuando la celda era aljibe, el suelo estaba algo más elevado.

Con el paso de los siglos el castillo y todas sus dependencias fueron abandonadas, sabiendo que a mediados del siglo XVIII los materiales de la for­taleza eran utilizados por los vecinos de Petrer.

Esta dejadez del monumento y su progresivo deterioro finalizó en la década de los 70, cuando se inició una serie de restauraciones consecutivas hasta el año 1983. En el calabozo, la zona superior de las paredes más estrechas fueron restauradas. Así, son visibles los rejuntados en cantos de piedra y cemento presentes también en la parte superior del pasillo de ingreso, sobre las paredes, recu­briendo partes originales del muro y partes de las vigas de madera. La cubierta del aljibe-calabozo también se reconstruyó con cemento.

Un diagnóstico inicial

El estado de abandono y descuido del castillo está relacionado directamente con una progresiva degradación de su entorno inmediato. Conside­rando que junto a la presencia de grafitos de época medieval se observan numerosas inscripciones e incisiones realizadas en nuestros días, resulta dramá­ticamente evidente que el acceso de los vecinos al monumento ha estado totalmente libre, sin ningún tipo de control o vigilancia. Por lo tanto, hay que considerar que al determinar el grado de deterioro del aljibe, el factor vandálico o humano ha sido importante, incluso más que el ambiental o el factor relativo a la técnica de construcción.

En un primer examen visual se destaca el es­tado lagunoso y fragmentario de los enlucidos de las paredes, además de una excesiva presencia de sedimentos. Fue particularmente evidente la pre­sencia de numerosas lagunas constructivas en la zona inferior de las paredes, algunas de ellas bas­tante profundas, dejando a la vista el tapial original de la torre. También en la zona superior de las pa­redes es posible apreciar algunas lagunas, aunque en menor cantidad. A su vez, particularmente numerosas son las acumulaciones de piedras y tierra sobre el suelo, presentando además en la zona del pasillo falta de material constructivo y la ausencia de un peldaño completo.

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Pared sur donde se sitúa el calabozo antes de la restauración.

La mayor laguna de este tipo fue la que estaba situada en el rincón de la pared nordeste, con casi un metro de altura por dos de largo y con un espe­sor cercano a los 50 cm. Además, el mortero de ta­pial presentaba un avanzado estado de disgregación y recohesión: al tacto, tierra y piedras se separaban del muro lo que indicaba su nivel de fragilidad.

Un segundo problema fue el relacionado con la mala adherencia del enlucido, donde están los grafitos, con las capas inferiores. Así, numerosos eran los vacíos, las separaciones y las hinchazones de la superficie de los enlucidos.

El enlucido grafitado, además de presentarse en un estado fragmentario debido a los numerosos desprendimientos, tenía algunas fracturas y fisuras que comprometieron su estado de adherencia al so­porte inferior.

El enlucido intermedio de yeso resultó descohesionado, ya que química y físicamente padecía mucho los cambios de humedad relativa del aire y de la temperatura. Las contracciones y las dilataciones han producido separaciones y levantamientos de la capa superior, y con el tiempo también ha aumentado el proceso de descohesión del yeso, lo que ha contribuido a la mala adherencia de este último a la capa a la que está sujeto. La zona superior de la pared sudeste estaba vaciada, siendo rellenada parcialmente con cemento y ladrillo macizo en la restauración de los años setenta del siglo XX.

Junto a estas numerosas deficiencias estructurales, también se evidenciaron la presencia de ins­cripciones e incisiones de época actual (posteriores a la restauración de los años setenta) que interfieren en la lectura de los grafitos más antiguos y, por consiguiente, de mayor valor histórico.

En síntesis, podemos decir que a primera vista el estado de conservación del calabozo de la torra era delicado.

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