Personajes de nuestra fiesta: José Luis Torres Andreu

Sí, claro -interviene Vicente- pero la fiesta en realidad es toda ella un anacronismo y además en todas las poblaciones, en mayor o menor medida.

Desde luego, pero para mí aquello se iba fuera de la fiesta de siempre de los Moros y Cristianos. Pero bueno, ya os he contado las dos anécdotas que quería. Volviendo a la junta, trabajamos mucho: Carlitos que llevaba las cuentas tal como yo quería; Juanito con la secretaría y Rafaelet. Todos personas extraordinarias. Y todos éstos, en pequeño comité, éramos los que llevábamos la fiesta.

Recuerdo -le digo yo- que en aquella primera junta se comenzó a organizar el acto del pregón tal como se realiza ahora.

Sí, otra de las cosas que acometimos fue el pregón. Se hacía desde hacía al­gunos años, pero la junta quería que se hiciera un pregón en consonancia con nuestra fiesta. Entonces le dije a Juanito Andreu: «Juanito, el teatro está ahí y el pregón lo vamos a seguir haciendo. El pregonero se busca y ya está. Vamos a ir mañana a ver al señor Valcárcel a Ali­cante, que ya está baqueteado con las fallas y todo eso». Juanito era muy ami­go de Valcárcel. Fuimos a Alicante y el señor Valcárcel se ofreció desinteresa­damente. Él conocía la fiesta de Petrer porque ya había hecho varios trajes de abanderada. «Vamos a hacer un cuadro plástico que va a quedar de cine. Vamos a llevar también a San Bonifacio», nos dijo, y fue la primera vez que se llevó al teatro la imagen de San Bonifacio, naturalmente, la pequeña que está en la Unión. Bueno, se montó el pregón y aquello fue apoteósico, con un final con fuegos artificiales, la imagen de San Bonifacio, bueno… Y ahí le dimos un gran empujón al pregón…

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Año 1968. Miembros de la Comisión, con el alcalde Pedro Herrero, Vicente Amat, presidente de la comisión, presidentes de comparsas, abanderadas de las comparsas Tercio de Flandes y Moros Viejos y algunos festeros.

¿Y cómo fue salirse de la junta directiva de la Unión?

Pues, Luis ya empezaba a cansarse y había que buscar el relevo. Me lo ofre­ció a mí, pero yo ya no podía hacer más y con mi trabajo de viajante no podía, encima a mí no me gustaba el protoco­lo que conllevaba la presidencia. Enton­ces se me ocurre: «Tenemos que hacer volver a Hipólito». «¡Xe, ¿Hipólito otra vez?!». Hipólito fue siempre un hombre muy integrado en la fiesta, y eso lo sa­bía todo el mundo. En su primera época, cuando el alcalde tenía mucho poder, él era un hombre que tenía muy buena re­lación con el Ayuntamiento. Pero ahora Hipólito, con los estatutos y con la inde­pendencia de la Unión, sería otra cosa, se tendría que amoldar a eso. Luego, cuando con el primer Ayuntamiento de la democracia cambiaron las cosas, supo mantener esa buena relación y la independencia de la Unión, cosa de la que se dieron cuenta el nuevo gobierno local, que vio que la sociedad ya era una cosa seria y estructurada. Así que vamos a buscar a Hipólito. Hipólito acepta, pero lo hace diciendo que tengo que ser yo el que siga de vicepresidente. Seguí un año con él. Y también siguió prácticamente todo el equipo. Hipólito ya toma el mando. Habíamos salvado un escalón grande de la fiesta al pasar de la comisión a la junta nuestra. El primer experimento de los nuevos estatutos sale con nosotros que, aunque fuimos la primera junta de la Unión, podemos decir que fuimos una junta transitoria, y aquello funcionaba.

Y ya se disponía de un domicilio social propio que añadía, digamos, un sentido más firme a la Unión de Festejos como tal.

Sí, teníamos la casa e Hipólito entra en juego con la de al lado, propiedad de Luis Payá, el Llop, y la compramos. Para mí, que la Unión estuviera en la plaça de Baix era lo más grande que podía habernos sucedido. El marco era el más adecuado: el ayuntamiento, la iglesia, la plaza, todo le daba categoría. La gente ahora ya da esto por normal, ¿pero sabéis lo que era antes hacer una reunión? Aquello no podía ser; la junta de Herodes a Pilatos: hoy en un sitio, mañana en otro… No, hombre, no. El domicilio propio de la Unión le dio la categoría que merecía nuestra fiesta. Claro, todo eso se hizo en el transcurso de muchos años, pero yo no puede decir –afirma con orgullo–  que estuve en el cogollo de todo y jamás tuve problemas con nadie, ni con el Ayuntamiento, porque para el anterior régimen no era sospechoso. Yo terminé en el año setenta y dos que fue cuando me metí en política.

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Año 1970. Con el traje verde, confeccionado por doña Manolita Tordera.

Pero su actividad directiva en la fiesta no se limitó a la comisión Warren ni a la Unión de Festejos, también formó parte de la directiva de los Flamencos -apunto.

No, ya sabéis. Como os dije, yo me metí en la comparsa como adjunto de Boina. Luego seguí como vicepresidente con José García Brotons, Pepito el Gafas, pero eso fue después de hacer el reglamento de la comparsa. Primero estuve en la junta de la comparsa pero sin cargo concreto y luego acabé como vicepresidente de Asuntos Económicos. Yo estaba también en la directiva de la Caja de Crédito y cuando se hicieron los edificios de Carrero de la Bassa compramos el local donde tiene el domicilio social la comparsa; al estar yo en la junta de la caja pudimos elegir el local, por eso tenemos el de la esquina. Mi único arrepentimiento fue no haber comprado el local de arriba, que se compró después. Yo en la directiva de la comparsa estuve desde que empecé con Boina, luego con Pepito y también seguí con José Rico Egido, Bandera. Hubo un momento, en el año setenta, en que me encontraba metido en el Ayuntamiento, en la Caja, en la Unión de Festejos y en la comparsa.

Está claro que tuvo usted una trayectoria festera de la que pocos pueden ufanarse, pero háblenos de su fila que también consideramos fue señera para su comparsa.

La fila Gran Capitán llegó a cumplir los cincuenta años en el 2008. Nació como todas: llegabas a la entrada y te ponías con unos u otros. Empezamos unos cuantos a desfilar juntos varios años hasta que un día nos reunimos. Nos juntábamos en casa de Juan Rico, en un localito que daba a la calle Leopoldo Pardines donde había últimamente un zapatero remendón. Después nos reuníamos en el estanco de mi madre, en la avenida Joaquín Poveda; ya que allí era donde empezaba la entrada. Luego nos pasamos a un corral que tenía José Rico, el Francés, en la plaza de Pablo Iglesias. De allí al patio trasero de la casa del Francés donde estuvimos muchos años y donde se levanta ahora el cuartelillo de la fila Juan de Austria. Al final acabamos en la calle Antonio Torres, en un local de mi propiedad.

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Año 1970. Primera junta de la Unión de Festejos San Bonifacio, Mártir.

Una de las señas de identidad que tuvo esa fila fue el traje. Vista la uniformidad tradicional de la comparsa, el traje fue rompedor -le recuerdo.

El traje fue puntero, porque cuando lo hizo doña Manolita, con el color dominante en verde, aquello… aquello de meterle el verde a la comparsa de Flamencos fue «pecado». Pero hemos estado ahí cincuenta años. La fila ya se ha disuelto y a mí me ha dolido en el alma pero al final sólo quedábamos tres, el resto fueron dejándose por diversos motivos. Tuve invitaciones a salir en otras filas pero ya no era lo mismo -y termina con una frase que resume la filosofía de su vida festera-, me ha pasado como en la política, hay que saber retirarse a tiempo.

Fotos archivo José Luis Torres

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