En otros encuentros, el concejal Tortosa “propone que se estudien las actas de años anteriores para ver si consta en alguna de ellas la cesión del castillo y sus terrenos a favor de la Iglesia, y qué ayuntamiento actuaba en dicho acta” y que “se lleve escrito al Gobierno de la República en protesta de que no se saque objeto alguno de los conventos”. El enconamiento vuelve a adquirir dimensión social pocos meses después, cuando “se dio cuenta de otro escrito presentado por varios vecinos de esta localidad protestando de que el clero salga con la cruz alzada a la calle en los entierros, por creerlo una provocación al vecindario. (…) La presidencia manifiesta que el no lo ha puesto en vigor por no zaherir los sentimientos de ciertos vecinos de la localidad y solicita a los señores concejales asistentes que se estudie bien el plan a seguir sobre este asunto. El señor González dice que debe hacerse cumplir lo solicitado por los vecinos de esta localidad en este escrito y a las manifestaciones del señor González se adhieren los demás señores asistentes, acordando pues que se notifique al señor cura párroco de esto para la resolución aceptada”.
El cura párroco perdió todos los pulsos que intentó; incluso pidió a la corporación que “se le abonara lo adeudado por la celebración de la misa de 11”, lo que se le niega, “con arreglo (…) del artículo 26 de la Constitución, en el que se dice: el estado, las regiones, las provincias y los municipios no mantendrán, favorecerán ni auxiliarán económicamente a las iglesias, asociaciones o instituciones religiosas”. Sin embargo, puede dar gracias, pues a la postre no llegó a acometerse una aplaudida idea que habría hecho desaparecer la ermita del Santísimo Cristo, ubicada encima del San Bonifacio. Ocurrió el 15 de junio de 1932, y la discusión es como sigue: “por la misma presidencia se detalla a los señores asistentes el gran peligro en que encuentra el vecindario de la cantera enclavada a espaldas de San Bonifacio y la necesidad de evitar desgracias que pudieran suceder de continuar en el mismo estado en que se encuentra dicha cantera. Discutido detenidamente este asunto, por el señor González se manifiesta que lo mejor sería hacer desaparecer el montículo que hace esta cantera, y a la vez se quitaría el peligro existente, ya que se encuentra dentro de la población, serviría para urbanizar y darle salida a la calle Jaime de Vera. Por la presidencia se expone que desde luego sería muy conveniente llevar a efecto lo manifestado por el señor González, pero había que tener en cuenta que encima de esta cantera existía enclavada una Ermita y que para ello habría necesidad de hacer desaparecerla también. El señor González dice que desde luego sabe la existencia de dicha Ermita, pero que ésta se encuentra enclavada en terreno que se cree del municipio y a más no le parece lógico que, porque un edificio viejo y en malas condiciones se interponga, se va a dejar de hacer desaparecer un peligro para un pueblo en general, y a más que podría explotarse por este municipio la referida cantera y ser un ingreso para el mismo. Los asistentes exponen que se vea si desde luego se puede acceder a lo manifestado por el señor González, ya que sería una buena obra que se llevaría a cabo tanto por la urbanización del pueblo como para hacer desaparecer un peligro”.
Otro punto culminante –si algo puede compararse al hecho de hacer desaparecer la Ermita del Santísimo Cristo- en esta historia de cambio de roles fue la petición del señor Amat tres meses después, donde aboga a “que se eleve consulta para saber si la Iglesia pertenece al Estado, y de ser así que este ayuntamiento pueda administrarla”. Aunque no llegaron a tanto, poco después lograrían regular el uso de las campanas, que no podían repicarse “hasta las ocho de la mañana ni pasadas las ocho de la tarde”. Todavía podríamos anotar más hechos a esta retahíla, pero valga esta extensa muestra de la voluntad de cambio de nuestros gobernantes.
Revisionismo local
Es más, su afán revisionista también alcanzó al ayuntamiento anterior. Se crearon varias comisiones con tal fin y se trató de depurar responsabilidades. Una de ellas estuvo encargada de “revisar las cuentas de las escuelas graduadas de niños y niñas”, que poco después llamó “al contratista de obras de las escuelas nacionales para que presente una liquidación de las cantidades recibidas por dichas obras y de los gastos realizados por las mismas”. Otra se interesó por “conocer el estado del expediente de responsabilidades de anteriores ayuntamientos, cuyos documentos se entregaron al secretario de Hondón de las Nieves* y deben recogerse” (sin embargo, no tuvo mucha fortuna: “el señor presidente dice haber escrito varias veces a ese señor sin que se haya obtenido contestación y por ello se reitera de nuevo la demanda de petición de dichos documentos, en carta certificada y con acuse de recibo”).
Los concejales Pascual González y Luis Amat fueron los más activos en estos quehaceres. El primero propuso “una denuncia contra el exsecretario del ayuntamiento señor Caballero, por no haber realizado en su día trabajos de pura necesidad y no haber acudido a pesar de haberle pasado varios oficios y cartas particulares”.El segundo, “una moción referente a que se declare lesivo el acuerdo del ayuntamiento por el que se enajenaron las láminas propiedad del municipio” (en su día, costearon las escuelas nacionales). Al mismísimo Mestre de la Villa, José Poveda, tan apreciado por la corporación anterior, fue objeto de un expediente de obras.
Licencias urbanísticas
Pocos fueron, no obstante, los frutos que dio tal labor. Curiosamente, la corporación, dedicada a aspectos menos simbólicos, llevó a cabo una importante tarea urbanística que complementaba y consolidaba las grandes obras que Petrer conoció durante la dictadura de Primo de Rivera. Por tanto, en estos años se autorizaron un amplio conjunto de pequeñas construcciones, que fueron llevando poco a poco al pueblo los avances de la modernidad. Entre licencias de obras (en las que casi nunca se consignaba aspectos como el número de metros, importando únicamente el aspecto y tamaño de la fachada) y licencias de reformas, destacaron sobre todo las licencias de grifos y barrones.
Así, la canalización del agua potable, una cuestión perentoria en nuestra localidad, se regulaba mediante la concesión de grifos, cuyos gastos de mantenimiento –y a veces de obra- recaían en los mismos vecinos. Veamos un ejemplo del 8 de julio de 1931: “seguidamente, el señor alcalde manifestó que los vecinos de la calle de Castillo y Arco de la Virgen solicitaron de esta alcaldía que se les coloque un grifo en la unión de las dos calles, abonando ellos los gastos que ocasionen el desagüe de dicho grifo”. Los barrones también fueron un tema estrella, y gran cantidad de calles recibieron esta mejora, que determinaba las aceras.
Las obras de mayor entidad eran, en muchos casos y al hilo de lo dicho, arreglos a lo ya existente: se amplió el lavadero, se rodearon las escuelas nacionales con una valla y se levantó el muro de la Avenida del Capitán Galán. La Diputación, por su parte, determinó, “referente al camino de Elda a Petrel, ensanchar el que existe actualmente, haciendo desaparecer las curvas que en el mismo existen”. La corporación, a este respecto, decidió que “no se autorice obra alguna de nueva edificación en este término municipal que interrumpa la recta con la calle de Salmerón de la ciudad de Elda” y que el camino “tenga 14 metros de ancho”. Lo cierto es que la íntima conexión de ambas ciudades no pasó desapercibida para nuestros gobernantes y trascribimos como botón una solicitud que fue aceptada y que permanece inalterable hasta nuestros días: “dada la importancia que cada día va adquiriendo la industria en esta localidad y la distancia que existe entre esta villa y la de Elda no llega a 500 metros, como también un 30 por ciento del movimiento que existe en la estación que se está construyendo en Elda pertenece a esta localidad, (…) se debe solicitar a la Dirección General de Ferrocarriles que la referida estación lleve el nombre Elda-Petrer”.
En marzo de 1934, desde la lejanía, es quizá poco bagaje para tres años de gobierno. Vistas las circunstancias, empero, y si para alguno de nuestros intelectuales más pesimistas podemos calificar de “maravilla” (entendido como asombro) el hecho de que estemos todavía aquí disponiendo ya hace años de armas para aniquilarnos, parecía un éxito. Descorazonador que eso tampoco fuera a durar. Los dos últimos años de República y la Guerra continuarán, en número venidero, este retrato de un conflicto en toda su extensión.
Lo que sucedía entre las paredes del Ayuntamiento de Petrel en aquellos primeros días de una España republicana, eran el fiel reflejo de lo que sucedía en todo el territorio español.
En este, por aquel entonces pequeño pueblo alicantino, al igual que en tantos otros, la llegada de la 2ª República trajo consigo un mar inmenso de sueños e ilusiones.
Millones de ciudadanos recibieron con alborozo su llegada.Significaba un nuevo aire de libertad.No es este el momento de recordar todo aquello que el pueblo llano y oprimido esperaba de ella.
Pero de nuevo los dirigentes, o mejor dicho los políticos, destrozaron con sus disputas y rencores las esperanzas de tantos españoles.
Y poco a poco se fué avivando la llama que provocó el pavoroso incendio del año 1936.
Gracias a Dios,( es un decir ), hoy en día tenemos menos hambre y menos piojos que entonces, pero casi los mismos politicos de antaño.
Por lo que a poco que se «sople» en los rescoldos de aquel lejano incendio, se avivarían «las brasas» de la discordia.
Decía Marañón…España cansa mucho.