Les dejamos el último párrafo del capítulo anterior para dar paso a un nuevo capítulo:
El adiós con mi empresario y amigo Mr. Moreau es muy emotivo, a ambos se nos humedecen los ojos, han sido muchos años de trabajo en equipo durante los cuales se ha formado una simbiosis perfecta.
En los tres meses siguientes a mi partida recibo tres cartas escritas de su mano en las que me pide regresar. En la última me ofrece una participación en la empresa. Fue un gran error por mi parte no aceptar.
Me encuentro en una Barcelona que ha evolucionado a mejor, sin embargo no entro a hacer comparaciones con mi París porque no admite comparación alguna. Eso sí, da la impresión de que aquí la gente vive mejor, por las calles se camina sin prisas, las oficinas públicas continúan con su lentitud, en los bares hay clientes a todas horas y los extranjeros con los que entraré en contacto por razones profesionales siempre me preguntaran invariablemente, de donde sacamos el dinero los españoles para vivir tan holgadamente. Mi respuesta a esta pregunta es que yo también me la planteo. Da la impresión de que vivimos en un país de ricos. Los estudios y experiencia que adquirí en París me permiten escoger entre las diferentes ofertas de trabajo que se me presentaron a raíz del anuncio que inserté en el diario La Vanguardia. Todas ellas son muy interesantes y elijo a cuatro de aquellas empresas para concertar una entrevista personal, una de ellas en Alcalá de Henares, Madrid. Todas las entrevistas han sido muy positivas y ahora soy yo quien debe decidir.
Entre gestión y gestión he estado mirando pisos y he adquirido un bonito ático dúplex, aunque echo de menos mi bonito jardín de París.
Sin ser consciente de ello, me he decidido por la mejor y más importante empresa de España de género de punto para mujer de aquel tiempo, Escorpión, viéndome inmerso en un mundo totalmente desconocido para mí.
Se trata de una gran empresa ubicada en Igualada considerada por el gobierno “empresa modelo” y con toda la razón. Durante la semana que permanezco en sus dependencias con el objeto de conocer a fondo sus fabricados y su política comercial me apercibo del alto nivel con el que se trabaja. Maquinaria suiza y alemana de última generación, tratamiento de datos por medio de computadoras que trabajan con fichas perforadas y por si fuese poco una política laboral encomiable: escuela de idiomas gratis, escuela profesional también gratuita y un sinfín de ventajas para los trabajadores desconocidas en España.
La empresa está dirigida por una familia, madre y cuatro hijos, que son paradigma de profesionalidad, honestidad y humanidad. Para hablar de Escorpión me faltan palabras. Solo existen en Cataluña dos empresas algo comparables: Púlligan en género de punto para hombre (¿Qué hombre no posee un Cárdigan de Púlligan?) La otra empresa era Punto Blanco en fabricación de calcetines. Aunque en el momento en que me incorporo a la empresa como Jefe de Ventas ya ha pasado la fiebre de las dos prendas que en toda España conocen “Sospecha y Rebeca”, el prestigio de Escorpión se encuentra en su zenit.
Mi primer contacto con la élite del mundo de la moda se produce durante un pase de modelos en los lujosos salones Luis XVI que tiene la empresa en la calle del Bruc junto a Diagonal en Barcelona que es además donde se encuentra mi despacho.
Con la lista de invitados en la mano voy controlando a los que llegan, es decir, lo mejor del comercio de la ciudad, periodistas de moda y una bella mujer a la que ruego me diga su nombre como he hecho con los demás y que resulta que con cierto enfado me dice llamarse Núria Espert. El pequeño incidente se lo transmitió ella a mi jefe, quien me disculpó explicándole que yo acababa de llegar de París, donde su fama aún no había llegado.
Sin embargo, a pesar de gozar de un nivel de vida envidiable, no me gusta en absoluto el ambiente en el que me muevo. Aquí se desconoce lo que en Francia se denomina “Savoir Faire” y en Gran Bretaña “Fair Play”. Todo aquí es tan frívolo e que cuesta adaptarse.
Todo es solo fachada y nunca mejor dicho, para ser admitido en el “club” de los importantes se requiere vestir trajes de Furest, camisas Macson, corbatas Ibars, zapatos Sebago, fumar cigarrillos Winston y prenderles fuego con un encendedor Dupont, si no de oro, al menos chapado en oro y agitar en los bares de lujo de la ciudad los cubitos de hielo del whisky del mediodía. Pero detrás de toda esta parafernalia una informalidad total. Una morosidad muy extendida, pedidos que se hacen hoy y se anulan al día siguiente, devoluciones de género totalmente injustificadas, es decir, un caos comercialmente hablando y que para alguien como yo que ha conocido el otro mundo que existe tras pasar los Pirineos, se hace bastante difícil de llevar y da mucha pena y a la vez rabia.
Afortunadamente alguna vez tiene uno la ocasión de conocer a personas que en pocos minutos te marcan de por vida, como fue el caso en la inauguración del Corte Inglés de Valencia, del encuentro con Don Ramón Areces que escuchándole no extrañaba que hubiera llegado tan lejos, “España es un gran país con demasiados hombres pequeños” fue una de las frases que me comentó. Sí, Don Ramón y usted uno de los grandes.
Parece ser que van a llegar de visita a Barcelona los príncipes D. Juan Carlos y Doña Sofía. Se me encarga entregarles en mano al día siguiente en el Club de Polo en la Diagonal, un sobre, en el que mi jefe con título nobiliario les invita a un desfile de moda en los salones del Hotel Ritz.
En las entradas del Club de Polo y a lo largo del paso ajardinado que lleva hasta el lugar acristalado donde se celebra la recepción, hay apostados varios hombres implacablemente vestidos de oscuro a los que voy saludando con un ligero movimiento de cabeza sin que en ningún momento se me pregunte quién soy, ni adónde voy, debe ser por mi aspecto que es bastante parecido al de ellos, a veces el hábito sí hace el monje.
Aquel amplio salón se encuentra totalmente abarrotado de personalidades, los hay con sus esposas que lucen sus mejores galas y muchos uniformes con abundantes condecoraciones en el pecho. Vislumbro algo alejados a los príncipes que se encuentran conversando con algunos de los asistentes a la recepción.
Me dirijo hacia ellos y llegado a un metro de distancia de los príncipes el brazo de un militar, ya entrado en años me barra el paso y me pregunta quién soy. Le muestro el sobre que debo entregar a los príncipes en el que se observa claramente en la esquina superior del mismo una corona, lo toma y acercándose a D. Juan Carlos le habla al oído. El príncipe toma el sobre que le tiende aquel militar superior, lo abre, lee su contenido y dirigiendo su mirada hacia mi, me hace un signo con la mano para que me acerque, llegado frente a él me da las gracias, (se trataba de una invitación para el desfile de moda de aquel mismo día en el hotel Ritz) y me ruega que trasmita a mi jefe que su agenda no le permite acudir a saludarle. A continuación levanta su brazo para llamar a uno de los camareros y me ofrece uno de aquellos cócteles que todo el mundo lleva en la mano. La princesa me sonríe con aire educado y allí termina mi misión.
En los años que transcurrieron a continuación pasé a trabajar para otras empresas atraído por ofertas económicas muy atractivas. Sin embargo mi ambición por mejorar mi situación económica me lleva a trabajar con un grupo mafioso con el cual no estoy en absoluto de acuerdo por la forma de actuar pero pagan bien y nunca me obligaron a pegarle ninguna paliza a ningún moroso, para esos menesteres tenían su equipo especializado. Resumiendo, gané más dinero pero a costa de perder prestigio y tener que morderme la lengua más de una vez.
Llegados a este punto quiero regresar a mis tiempos de miseria para recordar una de mis primeras lecturas: “El Conde de Montecristo” cuya historia me fascinó de por vida. El hecho de llegar en mi edad adulta a un cierto nivel social, significó para mí una especie de venganza con aquella sociedad que me lo había negado todo. Puede parecer una actitud un tanto infantil pero cada cual tiene sus propios sueños, que le sirven para prosperar aunque no siempre se consigue.
Olvidemos por un momento el país que me vio nacer y volvamos al país que me acogió. El hecho de que España quedara aislada del mundo terminada la guerra civil fue lo que propició su atraso con relación al resto de Europa de la que geográficamente formaba parte, sin que este hecho le fuese reconocido: Europa terminaba en los Pirineos. Es decir, una verdadera desgracia para nuestro país, aunque también hay que recordar que tampoco tuvimos nunca los gobernantes adecuados, que dedicasen parte de su poder a potenciar la gran inteligencia genética de sus súbditos, es de pena saber que a mediados del siglo XVII existían más librerías en París que en toda España. Nos han llevado ventaja pero puedo asegurar que los españoles somos más listos que el hambre y que si nos lo proponemos si le echamos agallas podemos darles a los europeos “sopas con hondas”. Animo a que los más osados lo prueben. ¡¡SUERTE!!
FIN
Mi padre, antes de tenerme, también tuvo que emigrar, y mi abuelo antes que él. Algunas partes de tu relato me han traído recuerdos de sus historias. Te agradezco que lo hayas compartido.
Quiero agradecer a aquellos que han intervenido de alguna manera en mis escritos, desde Luis H. Villaplana que ha hecho posible su publicación hasta
todos los lectores que han dedicado parte de su tiempo a leerme y ponerles de manifiesto que sin ningún afán de protagonismo solo he intentado transmitir la idea, de que con un poco de esfuerzo físico pero con mucha ilusión, se pueden alcanzar objetivos que parecen inalcanzables.
Aquel genio llamado Groucho Marx lo definió brillantemente » Partiendo de cero pero con mucho esfuerzo y dedicación he conseguido alcanzar la más alta cima de la miséria»(esto es broma,¿eh?)
Saludos de Cataluña a España.
Mayo
He leído de tirón toda esta fascinante historia de «Querer es poder» y me ha gustado la forma de escribirlo, que hace al lector participe de la historia. Muy interesante.
Saludos