Esperábanos a nuestra llegada algunas personas de arraigo, entre ellas el alcalde y mi antiguo amigo y colega el médico don Luis Cavero(4). Acompañados por ellos hicimos la sacramental visita a San Bonifacio, y como todo el que va a Petrel, no podíamos dejar de ir a ver sus famosas alfarerías, donde hábiles obreros, con un pedazo de barro, ejecutaron en presencia nuestra verdaderas maravillas, sin más herramientas que sus propias manos y un pequeño trozo de caña(5).
Es número obligado en estas excursiones la visita a la iglesia parroquial; es la de Petrel bonita y de gusto moderno, ampliada y restaurada en 1863. Fuimos en ella recibidos por un venerable sacerdote, que al parecer frisaba en los ochenta años, y apenas traspusimos sus puertas rompió estrepitosamente el órgano con la marcha de los Puritanos. Admiraba oír a Castelar señalando los sitios donde estuvo, cuando por primera vez le llevaron a fiestas allá por el año 1837, y hablando con el viejo sacerdote le trajo a la memoria mil recuerdos, y entre ellos el siguiente. Se celebraban en la iglesia las Flores de Mayo, y estaba bajo el dosel en el presbiterio la Virgen patrono del pueblo: ‘Este es el mismo manto, dijo Castelar al verla, que llevaba el año 1837, cuando me trajo mi madre a las fiestas que se celebraban en Octubre’. El cura viejecito, que por sus años debía ser una historia viviente, confirmó este recuerdo, diciendo que no podía, en efecto, ser otro, pues cuantos tenía la Virgen se le habían hecho posteriormente á aquella época.
[…] Al pie mismo de la roca sobre la que se eleva el pretil de la plazoleta de la ermita de San Bonifacio, osea, el balcón de España, empieza la huerta de Petrel, con su boscaje de olivos, almendros y nogales, destacándose sobre el verde manto que forman viñedos, sembrados y maizales; y esta vegetación exuberante, limitada por el circuito de montañas que hemos señalado, piérdese en las lejanías hasta donde la vista alcanza, alzándose aquí y allá esbeltas palmeras que besan las nubes con el penacho de su ramaje».Por otra parte, también queda constancia de la entrañable relación del gran republicano con nuestra geografía en otras obras. La novela titulada Santa España, de Pedro Garcés Garcés (6) —autor del que muy poco sabemos y que debió vivir en Elda durante los años treinta—, que se publicó en la editorial Paraninfo en 1950, nos relata una curiosa anécdota que aconteció a Castelar según el testimonio de un anciano que fue amigo suyo:
«A don Carlos Millón le llamó la atención que el pasmo de la Oratoria, de reconocido y admirado talento, tuviera en Elda una calle, un parque y un teatro, dedicado a honrar su imperecedera memoria; mas pronto Vera le sacó de su ignorancia: don Emilio Castelar Ripoll, nacido en aguas gaditanas, pasó su infancia y mocedad entre Sax y Elda.
Muy pocos habitantes tenía Elda cuando don Emilio jugaba por sus calles y recorría su entonces ubérrima huerta, desconocida en la actualidad por desecar el pantano de Villena, cuyas aguas eran necesarias para que los alicantinos aplacaran su sed, guardándose como oro en paño algunos objetos de la pertenencia personal de aquel gran Presidente de la primera República española, y refiriendo algunos ancianos anécdotas del insigne patricio, de tan grata recordación.
Vera presentó a sus amigos y compañeros a un simpático vejete que en sus días fue amigo íntimo del gran orador, refiriéndoles la siguiente anécdota, desconocida del mundo entero, y que voy a transcribir en honor a la verdad y honrado a don Emilio.
Entre Elda y Petrer hay enclavada una finca rústica, conocida por la “Casa Cortés” extensión superficial, habido cuenta que en Levante se encuentra muy repartida y la ‘Casa Cortés’ tiene una cuarenta hectáreas de Este a Oeste, la atraviesa el camino que conduce desde Petrel a la carretera de Alicante, desembocando en el lugar de la carretera general conocido por el Reventón; un camino particular, que arranca de este otro camino, nos conduce a la plazoleta de la ‘Casa Cortés’, que tiene enfrente de la mansión un enorme acebuche milenario.