¡Una entrada…por favor!

(Artículo publicado en la revista Festa ’94)

Podía ser paralelamente, el baile o el teatro. La entrada suponía un pasaje hacia la ilusión traducido, en este caso, en personajes de la pantalla, canciones para la ternura, situaciones cómicas o dramas ajenos que le hacían a uno abstraerse de la realidad cotidiana y, en algunas ocasiones, de la dureza vivida en unos años   difíciles en los que la única posibilidad de esca­pe, la única alternativa, pasaba por aquellas salas.

En ocasiones, poco importaba lo que ocurriese en la pantalla, el cine y sus ritos circundantes (entiéndase largas colas, bocadillos, pipas y otros enseres o pro­ductos gastronómicos) necesitaban el amparo de ciertos elementos caldeadores imprescindibles en cualquier sesión hablamos de las pandillas. Estas se encargaban de aplaudir rabiosamente cuando al fin, v como siempre ganaban los buenos. Los apagones o cortes eran saludados con fuertes abucheos, mien­tras que desde el gallinero se pateaba frenéticamen­te cualquiera de estos excesos. Muchos no se entera­ron jamás ni del NO-DO.

Las últimas filas de butacas en la semioscuridad y los bailes eran las mejores excusas para poder acercarse un poco más de la cuenta a la pareja (siempre bur­lando la severa mirada de la carabina de turno). El teatro y sus alegres gentes también tuvieron cabida en esta trilogía.

La intención pues de este trabajo es contarles, a tra­vés de diferentes testimonios orales e información recogida parte de esa historia reciente, en donde la magia del espectáculo se juntó con el ánimo de los jóvenes v menos jóvenes de varias décadas. Se apagan las luces, empieza  el espectáculo….pasen y acomódense.

Han pasado más de sesenta años desde que se estrenara en Petrer la  primera película sonora. A pesar  del tiempo, todavía hay quién  recuerda el alboroto que produjo tal evento, no se hablaba de otro tema en el pueblo. La importancia que socialmente tuvo el cinematógrafo durante varias décadas de nuestro siglo es, posiblemente, poco cuestionable, y con el paso del tiempo, ¡para qué engañamos!, los medios audiovisuales todavía hoy siguen marcando pautas e imponiéndose. Ellos proponen, o mejor dicho, lanzan modelos al merca­do, los patrones de hombre o mujer ideal pasan siempre por la pantalla (no importa el tamaño); la historia misma está cuajada de mitos.

Valentino, dentro del cine mudo, fue quizás el más paradigmá­tico, de la importancia y de la seducción de su esté­tica hay constancia cuando se ojean fotografías de otras épocas. Se cuenta que la famosa melena de Verónica Lake trajo más de un problema a muchas jovencitas, sencillamente por no dejadas ver. Todas quisieron mirar como Greta Garbo o Marlene Dietrich o ser tan seductoras como Gilda. También ellos quisieron emular la dureza de John Wayne, Gable o Brando, o simplemente dejarse el bigote como Jorge Mistral.

Las semanas eran más llevaderas esperando el momento de asistir de nuevo al cine, corno adelanto se repartían unos programas de mano que anticipaban al espectador lo que vería en la sesión más próxima. Se inventó entonces el cine por entregas. Aquellas películas de varias jomadas consi­guieron tener en vilo a los asiduos, que esperaban ansiosos la continuación del drama, comedia o aventura.

Otra novedad la constituyeron (aunque se cuenta que fue anterior a los programas de mano) la publicación de unas hojas en las que aparecían las letras de las canciones que luego se interpretaban en la pantalla y que servían de guía a la hora de cantar a dúo con él o la protagonista, dándose por hecho que se podía intervenir en la banda sonora. Todos querían vestir, andar, cantar o vivir romances como los que aparecían en la pantalla. En definitiva, aque­llas películas y los bailes, que de forma más o menos regular se organizaban, fueron la tabla de sueños para muchos jóvenes y adolescentes.

Las primeras referencias escritas sobre espectácu­los (cine, baile o teatro) y de las que también tenemos constancia por los testimonios orales, datan del inicio de este siglo y finales del anterior. El teatro Cervantes es, sin duda, el espacio más emblemático que se dedicó a estos menesteres y, paradójicamen­te, el único superviviente. La historia del Cervantes es un poco la vida de todos los cines y salones de baile de la época, la mayoría de intensa pero efímera trayectoria.

EL TEATRO CERVANTES

La fecha posible de construcción del edificio se sitúa entre 1880-1890. Se dice que rivalizaba con otro teatro situado en la misma calle y al que por su situación se te denominaba el Teatre de Baix mientras que al Cervantes se le conocía también por el Teatre de Dalt. El primero de ellos desaparece en 1906 y hasta que en 1920 se inaugura el Gran Cinema (a excepción de las proyecciones de verano  esporádicas), el Cervantes  no tuvo competencia alguna. Más tarde, como todos recordarán, la demanda hizo que se instalasen y funcionasen hasta un total de ocho cines a pleno rendimiento: Cervantes, Cinema, Avenida, Pax, Regio, Aguado, Goya y Capri, al margen de los espacios  que en determinados lugares hicieron las veces de sala, como la Plaça de Dalt o el cine del Centro.

Todos los datos apuntan que Gabriel Payá fue quien mandó construir el teatro. No obstante, en la escritura del Cervantes (fechada en Elda el 18 de diciembre de 1920 y en que su hija Dolores Payá Payá vende el mencionado edificio a D. José Sala Sala de Novelda), aparece un curioso gravamen por el cual el comprador Gabriel Payá se compromete a que gocen de una entrada vitalicia el vendedor, Doroteo Román Soria, su esposa y Francisco Sarrió Miranbell, su esposa y sus dos hijos, Maria Luisa y Francisco, mientras el Cervantes se utilice como teatro, especificando en el apartado número 2 que serán con asiento para la conferencias, funciones, bailes públicos y de sociedad, lo que imaginamos que sería una especie de acuerdo, no teniendo ninguna certeza  sobre la anterior  utilidad del edificio si es que realmente existió como tal. En la mencionada escritura se le añade un segundo gravamen, la propietaria y en este caso la vendedora, Dolores Payá Payá, reclama lo siguiente: la reserva, como propiedad, del palco número 3 compuesto de seis asientos y mientras no exista el palco (cuya construcción está en proyecto) disfrutar de seis entradas con sus butacas, en la fila número tres, para ella y sus cinco hijos, algo que fue respetado siempre por quienes regentaron la sala hasta la desaparición de la última persona que recibió este legado. En la escritura aparecen, por supuesto, las primitivas medidas del Cervantes. Curiosamente se cita como uno de los lindes la bodega propiedad de Josefa Payá Amat, segunda esposa de Gabriel Payá. Este dato parece concordar con quienes asocian al Cervantes con una bodega, imaginamos se refieres a las antes mencionadas y que más tarde se añadiría en una reforma. El teatro, el solar anexo y el huertecillo, se vendieron por 5.500 pesetas. Este último se convertiría, en la época dorada del cine, en el Avenida, al que todos recuerdan en un principio, como una jardín lleno de rosales y jazmineros.

fachada del cine cervantes antes de ser reformada
fachada del cine cervantes antes de ser reformada

El teatro ha sufrido, a lo largo de su vida, diferentes transformaciones; pese a ello, algunos de los elementos que conforman su estética, aún perduran aunque apartados de su primitiva funcionalidad. Así, por ejemplo, en una de las reformas, las sillas fueron a parar a la iglesia de San Bartolomé y, hoy en día, todavía pueden contemplarse algunas de ellas en los laterales del templo parroquial. Por otro lado, uno de los pianos que había en un principio en el local descansa en una casa de una de las descendientes de Gabriel Payá: Dolores Payá Payá. Cuentan que precisamente el padre de Dolores, la moreta, era el encargado de narrar las películas del cine mudo. Enrique Payá era acompañado algunas veces por la pianola que el Vermellet, todavía un niño, hacía funcionar.

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