Barcelona, recuerdos de posguerra (y XVII)

…Prosigue desde el capítulo decimosexto…

En casa del Palmera no se hablaba de religión pero si de ética (y ésta fue toda la vida su guía de comportamiento), sin embargo el hecho de nacer y vivir en cierto barrio, si bien no modifica la forma de pensar, sí que obliga en ocasiones a actuar con cierta violencia.

La juventud de aquellos barrios, con pocas excepciones, llevaba siempre en su bolsillo una navaja (preferentemente de Albacete, consideradas las mejores), que para la policía era legal siempre y cuando su hoja no midiese más de cuatro dedos de longitud. La posesión de una navaja que sobrepasase estas medidas de hoja, o las llamadas automáticas, podía acabar en la comisaría. Y para que los jóvenes lo recordasen, cuando la pareja de grises que hacían su ronda se encontraban con un grupo de chavales hablando entre ellos, se acercaban y simplemente decían: “a ver, navajas”. Y no es que los jóvenes se divirtiesen dando navajazos a diestro y siniestro, no, pero aunque entre ellos, como es normal entre jóvenes, surgieran disputas y se entrecruzaran insultos, había uno que hacía aparecer de inmediato las navajas si se mentaba a la madre de alguno, porque las madres, por aquel entonces, eran veneradas por sus hijos.

La navaja de Albacete, la más demandada por las pandillas de la época, aunque todas eran igualmente peligrosas.

Aunque también hay que decir que alguna vez había que sacarlas a relucir en altercados con grupos de otros barrios. No existía mucha distracción para los jóvenes y una manera de divertirse era el de desplazarse a otros barrios en busca de bronca.

Los chicos del barrio de Sants eran temidos, pero los más agresivos eran los de la Barceloneta, que provenían mayoritariamente del Somorrostro. Y el Palmera tuvo en una ocasión un desagradable encuentro con ellos. Fue el domingo en que cuatro amiguetes del barrio le propusieron ir con ellos al puerto, frente a Colón, para alquilar una barca, ya que en aquel lugar se podían alquilar por una hora y poco dinero. Remaron hasta la salida del puerto y de pronto apareció otra barca algo mayor con al menos seis tripulantes a los que al acercarse más se pudo identificar por sus caras como a los del Somorrostro. Y aquellos angelitos se empeñaron en querer hundir a golpes de remo la barca en la que se encontraba el Palmera y sus amigos. Durante un buen rato persistieron mientras gritaban como auténticos piratas, sin conseguirlo, y cambiaron de idea. «¡Tú!», le gritaron señalando al Palmera, «súbete a la boya», y las dos barcas se dirigieron a una boya cercana que señalaba la salida del puerto, donde amenazando con sus remos le obligaron a que se subiese. Luego se marcharon todos, satisfechos unos y los otros acobardados.

El barrio de Somorrostro, tradicionalmente uno de los más humildes de la ciudad.

Y allí quedó sobre la boya, agarrado con uno de sus brazos a la anilla que sobresalía, el Palmera, solitario en medio del agua y viendo  como anochecía. De pronto hizo su entrada en el puerto un buque de grandes dimensiones con muchos pasajeros asomados a las barandillas de la cubierta, que al distinguir aquella boya habitada y tal vez pensando (con la candidez de aquellos tiempos) que su ocupante estaba allí para darles la bienvenida, comenzaron a saludarle con alegría agitando los brazos, lo cual llevó al Palmera ante tanta efusión a devolverles el saludo con su brazo libre, pero el oleaje que provocó la nave fue tan fuerte que la boya comenzó a balancearse de una manera que el Palmera temió verse lanzado al mar. Fue la Guardia Civil del puerto quienes le rescataron, alertados por alguien. Después de varias horas de permanecer solo, a oscuras y con el brazo con el que se sujetaba, muy dolorido. Un poco asilvestrados sí que estábamos todos.

En el puerto de Barcelona, el Palmera pasó varias horas agarrado a una boya.

Al Palmera le acompañan aún tres pequeñas cicatrices, resultado de aquellos lances, y nunca se sintió intimidado en su nuevo trabajo por aquellos matones de opereta, aunque llegó un día en que se produjo un hecho que acabó con su paciencia.

En todas las empresas, además de los salarios se abonaba mensualmente lo que llamaban “puntos”, es decir, que un hombre casado cobraba los puntos que le correspondían por tener a su cargo mujer e hijos, a razón, en aquel momento, de aproximadamente 100 pesetas por punto. Como cada empresa debía destinar por ley una cantidad fija de dinero para estos pagos, a más cantidad de hijos por parte de los trabajadores, menos cobraba cada uno, y viceversa.

Así pues un día, aquellos compañeros del alma le piden a la dirección de la empresa que deje de pagarle al Palmera el punto que cobra por su madre viuda ya que al haber contraído matrimonio antes de la guerra durante la República, su matrimonio no es válido. Es decir se quieren valer de una artimaña propia de gentuza para repartirse entre ellos el importe del punto que cobra un compañero. El Palmera se indigna y sabiendo quien ha sido el cabecilla de los canallas, se dirige hacia él con un martillo en la mano, para decirle textualmente: “el primer mes que yo no cobre mi punto, este martillo te lo hundo en la cabeza”. Y continuó cobrándolo: después del culatazo que le propinó un día la Guardia Civil no deseó más experiencias aquel indeseable compañero.

Alemania fue destino predilecto a la hora de emigrar. Más de medio siglo después, ¿estamos en la misma situación en el país?

Y dio comienzo en España la fiebre de la emigración. Algunos partieron hacia el Canadá o Australia, países que necesitados de obreros ofrecían facilidades. Pero la gran mayoría optaron por cruzar el Pirineo, camino de Alemania como destino preferido, aunque fueron muchos los que eligieron Suiza, Francia o Bélgica.

La estación de Francia de Barcelona se convirtió en el punto de llegada y  partida de gente de todos los lugares de España, que con sus pobres maletas de cartón a menudo rodeadas de cuerda para evitar que se abriesen, decían adiós a su país y no precisamente para hacer turismo.

El conjunto de aquellas personas ofrecía un triste aspecto, aunque la mayoría parecían contentos de marcharse. Seguramente llevaban en sus espaldas mucho sufrimiento.

Y el Palmera optó un día por hacer lo mismo. Con su maleta de cartón como todo el mundo, se subió a uno de aquellos trenes de la esperanza. Sabía cuál sería su estación de destino pero ignoraba como todos los demás cuál sería el suyo en la vida. Hambre no pasó nunca más, pero dificultades y sinsabores como casi todo el mundo. Pero esa es otra historia.

"...Y el Palmera optó un día por hacer lo mismo. Con su maleta de cartón como todo el mundo, se subió a uno de aquellos trenes de la esperanza..."

FIN

Mi agradecimiento

Si mis escritos sobre la posguerra que viví en mi Barcelona natal se han podido leer en Internet se lo debo a este joven periodista de Petrer llamado Luis H. Villaplana, que tuvo la gentileza de incluirlos en su “magazine” Petreraldia.com. Soy consciente además del esfuerzo que ha dedicado en la búsqueda de las fotografías, no siempre fáciles de conseguir, que han ilustrado con mucho acierto mis escritos. Gracias Luis.

Mayo Casanova, alias el Lazarillo, alias el Palmera, en una foto actual.

A mi esposa Eufemia le he de reconocer y agradecer las horas que ha invertido mecanografiando mis folios, y el aliento que ha tenido que darme en alguna ocasión para que continuase con mis recuerdos.

Por mi parte no me reconozco mérito alguno al haberme limitado a expresar por escrito un tiempo de mi vida. Solo me he valido de mi memoria y en ningún momento he buscado información en lugar alguno, es por ello que no siempre he sido preciso en lo que se refiere a fechas exactas, digamos que se trata de un periodo que discurre entre los años 1940 a 1952. Lo que sí puedo agregar es que todo lo que he narrado es rigurosamente cierto.

Sin embargo he de confesar que algunas veces lo he pasado mal escribiendo porque al evocar algunos momentos de aquel triste pasado, me he sentido peor que cuando realmente los viví.

En aquellos años los niños y  adolescentes  humildes no teníamos referencia alguna de lo que significaba disponer de todo lo necesario para llevar una existencia digna, es decir, lo normal para nosotros era el hambre y el frío. En la actualidad, en que se goza de un cierto bienestar, es cuando por comparación, te entristece recordar aquella miseria.

Y para terminar una aclaración, mi nombre Mayo, no es un seudónimo, es realmente mi nombre. Se trata de una ocurrencia de mi padre, que no de mi madre (ellas, en aquellos años no tenían derecho a ser ocurrentes) de ponerme el nombre de un mes del año. Afortunadamente para mí, tal vez el hecho de que mi padre ignorase la historia de Robinsón Crusoe que le puso al negrito que encontró en la isla el nombre de Viernes, por ser el día en que se produjo su encuentro, me salvó de que inspirado por aquel hecho novelesco a mí me pusiera el nombre del  día de la semana en que nací, porque de haber sido así, mi nombre sería aún más rocambolesco, Lunes.

Abrazos a todos los que me han leído.

Aquí lo vemos con su perro labrador, Catai, no en vano el perro lazarillo por antonomasia. Y por cierto, somos nosotros los que estamos agradecidos con él y en la confianza que nos ha prestado para publicar sus escritos. Te esperamos pronto con otra historia, Mayo, ¿quizá la del emigrante...?

 

 

 

 

 

4 thoughts on “Barcelona, recuerdos de posguerra (y XVII)”

  1. Bajo los rayos de un sol tranquilo se la ve esbelta, elegante , llena de fertilidad convierte un trozo de desierto en oasis. Pero, no te dejes engañar solo por su aparente aspecto frágil ,es pura ingeniería vegetal creada para soportar las condiciones más adversas, afronta el peor de los huracanes ,cimbreando, doblando su tronco hasta el suelo… sin romperse jamás. Su flexibilidad “fluye” junto al “problema” y ese es su pasaporte a la supervivencia. Es el eje de equilibrio entre la fuerza de la tierra y la tiranía del cielo.
    Así que, no puedo estar más de acuerdo con el que un día, decidió apodarte “el palmera”, porque simplemente …así eres.
    Gracias por tu relato, Mayo.

  2. Hola Mayo,
    Aprendi mucho de tus escritos y vivencias. Gracias.
    Te animo a que continues tu periplo con la escritura sobre tu experiencia con la vida.
    Un abrazo

  3. Hoy he descubierto su narración y aunque yo soy nacida en los 60 en el barri chino, (actual Raval) me ha traído a la memoria recuerdos de infancia.

  4. Hoy he descubierto su narración y aunque yo soy nacida en los 60 en el barri chino, (actual Raval) me ha traído a la memoria recuerdos de infancia.
    Gracias.

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