*Nota: Artículo publicado originalmente en la revista Petrer Mensual, nº26
Imitando aquel corresponsal petrolanco que seis meses consecutivos repitió la consabida noticia de «continúan las lluvias» en el periódico local «El Tío Cuc», yo sigo recordando los establecimientos que Petrer tenía en la década de los 40, siendo las tiendas de ultramarinos las que hoy comentaremos.
En primer lugar lo haremos con la de «Molt Regales» ubicada en la calle Prim, por ser ésta la décana ya que su existencia supera el siglo.
La recuerdo perfectamente por ser a la que más fui a comprar, en ella mi madre tenía «domiciliado» el racionamiento. Aún estaba al pie del cañón la Tía Doloretes, una señora supercargada de bondad pues el trato aquí, no era vis a vis, era familiar.
Las existencias no eran abundantes, pero se trataban, se pesaban y se medían con cariño y exactitud, es decir el kilo… kilo y el litro… litro. Como símbolo, recuerdo las dos banquetas que habían en la entrada al salón del mostrador formando parte del servicio. Ir de compras a la tienda en esta época era un acto social. Resaltemos que son cinco las generaciones las que hasta ahora han regentado este negocio, hasta hoy.
En la calle San Vicente, estaba la Tendeta. Era atendida por Roseta, la cual rezumaba cariño y amabilidad, desconociendo por completo que existía maldad. Recuerdo a su esposo y a la vez amigo mío Tista «El de Cánovas», poniendo los garbanzos a remojo que diariamente se vendían, teniéndolos expuestos en la calle al lado de la puerta.
La tía Juliana era hermana de mi abuela Ramona, a la cual hay que reconocerle su grado de inteligencia sin haber tenido oportunidad de enseñarle regla alguna pues solía utilizar signos de su propia invención con lo que controlaba todo lo que por entonces se vendía «fiao» y que no era poco. La ubicación de esta tienda estaba en la calle San Vicente.
De la tenda de Sentó situada en la calle Numancia, recuerdo que a lo que más me enviaba mi madre era a por sardinas de bota, advirtiéndome casi siempre «dile a Sentó que tes pose grans». Así lo hacía Sentó, también casi siempre me contestaba «no te quexes ans de pegate». A propósito, fueron tantas las sardinas que se «chafaron» en la puerta de entrada al patio de mi casa que al marco se le hizo una cavidad en forma de sardina.
Enumeraremos a las demás tiendas por su nombre comercial y su ubicación no sin antes destacar su arte en la venta y el trato exquisito que nos dispensaron.
Barsella en la calle Miguel Amat. Josefa Galiano en la calle San Vicente. José Ma y Carmen en la calle Castelar. La Lloba en la Plaza de Baix. La Pajarilla en la Casa Alta. La Sevilera en la calle San Rafael. La Somereta en la calle San Antonio. Luis Escolano en la calle Pedro Requena. Regina en la calle La Virgen. Tarsila «La Socorra» en la calle Mayor y la tenda de Felumena «Filomena» atendida por Mercedetes y José Ma Román en la calle Prim. Mención aparte dedicaremos a la tienda de Julia Tortosa «La Manca», pionera no, inventora del sistema todo artículo es vendible en una tienda de Ultramarinos. Tanto es así que las grandes superficies comerciales que hoy hay en nuestra villa son meros discípulos de ella, incluso en la flexibilidad de horarios. Hoy está atendida por Reme, perteneciente a la tercera generación.
Debo resaltar y dejar constancia que el festero de Petrer ha tenido el mejor servicio en toda su historia en cuanto a la pólvora se refiere, cuando esta tienda de solera era su proveedora.
No estaría de más dedicarle un homenaje testimoniándole nuestro agradecimiento. ¿Qué os parece, nos animamos?
Con el ruego de que si alguna omisión o error se detectase sepáis disculparme. Os envió un cordial saludo.