Escritos de un joven indecente XXXV: La navaja de Occam

 

Sentirse solo es una gran ventaja.
Es difícil superar el espejismo
de que le importas a alguien.
Si eso no te MATA
te hace más HUMANO.

Pierdes de todos modos.

En el caso de que te matase
incluso te planteas
si tu puta cabeza
dejaría de ser un avispero
en pleno mes de agosto.
Si cesaría el tormento en tu cerebro
al DESAPARECER…
Creo que lo del cielo o el infierno,
lo del más allá y tal,
es secundario.

Mañana no quedará NADA
de los restos que fuimos.
Nos prometimos tanto
que hemos incumplido TODO.
Nacimos para esto.
La LIBERTAD de unos
es la PENITENCIA de otros.

La segunda opción
también tiene su aquél.
Si piensas que el SER humano
es malo por naturaleza
y te condenas a seguir «viviendo»
sólo te queda creerte POETA
para aguantar el castigo,
aunque te adelanto
que terminarás odiando el oficio
al convertirte en CARNE de relato.

Puedes intentar AMAR
pero donde hubo un corazón suicida
AHORA hay desierto y calma
y de tu boca no yacerán más:
-«Te quieros» 7 ni 7 «quédate conmigo» – ,
pues en el fondo
sabes que sólo
las necrófilas
podrían estar contigo.
Por lo tanto:
PERDER o PERDER…
esa es la opción.
¡Asúmelo!

YO he aprendido
a no planear los hechos,
a dejarme llevar en otros CUERPOS.
Así que cuando la melodía
de mis versos cese
y llegue la despedida,
no enviaré cartas,
ni lágrimas,
ni besos.
No me encontrarán
en el Nº 23 del «Espíritu Santo»
ni en la «Calle Melancolía».
Mi patria es mi pueblo
y su mar mi cielo
y mis restos…
bueno…,
más de 20.000 versos
esparcidos,
(que algunas no supieron descifrar a tiempo)
dos libros publicados
y un tercero
que he escrito
en dos madrugadas
y no he releído
por miedo
a la añoranza.

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