*Nota: Artículo publicado en la revista Alborada nº 45 – 2001
Cuando en alguna ocasión hemos echado un vistazo a esa propaganda de viajes en la que se nos informa acerca de posibles rutas con encanto, solemos constatar casi siempre que se trata de parajes y recorridos alejados de nuestra localidad, más apropiados para un viaje largo —de ésos que sólo podemos llevar a cabo en las vacaciones— que para lo que habitualmente asociamos con salidas matinales de un fin de semana.
Sin embargo, muy cerca de nosotros podemos encontrar lugares que merecen una pequeña visita. Un paseo o, quizá, una marcha de unas pocas horas, durante una mañana, puede llevarnos a parajes y caminos que tienen un encanto especial y que nos depararán —a buen seguro— sorpresas agradables. Uno de esos lugares es Bateig. La mayoría de nosotros hemos oído hablar de este monte, muchos lo conocen y bastantes habrán visitado esa zona, de la que posiblemente recordamos algunos detalles, tales como una cueva en su ladera o unas curiosas esculturas de dinosaurios que pueden verse en algún campo cercano. Pero, paradójicamente, Bateig también es un lugar bastante desconocido, incluso para aquellos de nosotros que lo hemos visitado en alguna ocasión y recordamos esos detalles. Tal es así, que si preguntásemos a alguna persona que haya visitado esa zona, no sería extraño que nos respondiera que Bateig es un monte al que sólo podemos subir y, desde el que, una vez arriba, sólo nos queda volver a bajar.
Nada más alejado de la realidad; el lugar esconde algunas sorpresas especialmente interesantes para el paseante. Únicamente tenemos que prolongar un poco más nuestro recorrido para tropezarnos con ellas y disfrutarlas. Quizá la primera sea que el monte se extiende—una vez arriba— más allá de lo que su visión desde abajo podría hacernos sospechar. Pero, probablemente, la sorpresa más llamativa con la que podemos encontrarnos sea la de un sendero perfectamente señalado y que se extiende por la cima del monte alcanzando una distancia de 1.200 metros aproximadamente. Cualquiera de nosotros que, paseando por allí,se acerque a ese sendero, no dejará seguramente de asombrarse ante el hecho de que allí, en medio del monte, aparezca de pronto un camino bien cuidado, perfectamente delimitado con piedras a un lado y a otro, y en cuyo comienzo (o final, todo depende de la ruta seguida) se eleva un cúmulo de piedras que sostiene un monolito. Si todo esto ya nos sorprende, aún más asombrados quedaremos cuando, al continuar nuestro camino por ese mismo sendero, nos tropecemos con zonas en las que piedras, colocadas aquí o allí, diseñan, nada menos, que ¡varios merenderos!
Es muy probable que, llegados a este punto,comencemos a preguntarnos, extrañados, quién o quiénes han podido ser los que se han tomado tantas «molestias» y han realizado ese singular trabajo que, con toda seguridad, les habrá llevado tiempo y esfuerzo. Pues bien, la respuesta a nuestra curiosidad es la siguiente: toda esta«obra de campo» la han realizado tres montañeros eldenses, Pepe Navarro, Luis Navarro y Francisco Moya.
Si queremos conocer la historia de este sendero, debemos remontarnos algunos años hacia atrás, a 1995. Por esas fechas, Pepe y su hermano Luis tenían la costumbre de ascender a Bateig muchos fines de semana; partían de un sendero que sale desde la Peña del Sol, a la izquierda,y que lleva hasta la cumbre del monte que divisamos desde ahí. Una vez arriba, tomaban un camino otra vez hacia la izquierda y llegaban a una caseta o —para ser más exactos—a lo que queda de una caseta, lugar donde se detenían a descansar y disfrutar de la vista. Sin embargo, el azar quiso que en una ocasión pudiera observar cómo otro montañero, ascendiendo por el mismo camino, se dirigía, no obstante, en otra dirección, a la derecha, y continuaba por allí hasta perderse de vista. Esa casualidad y cierta curiosidad provocaron que ambos tomasen la decisión de recorrer esa nueva ruta; así fue cómo descubrieron que Bateig era bastante más que lo que hasta ese momento conocían. El nuevo camino les llevó hasta la señal geodésica que marca la mayor altura del monte. Lo que descubrieron de ese modo fue una zona del monte poco frecuentada y, por tanto, desconocida para muchos. Desde ese momento, para ellos se convirtió en algo habitual recorrerla los fines de semana.
De esta manera también fue cómo descubrieron que, en los alrededores de la marca geodésica, la zona estaba repleta de piedras de diferentes formas y tamaños diseminadas aquí y allá. El origen de tal acumulación de piedras en la zona es un misterio, aunque Pepe piensa que son los restos de campos cultivados y abandonados hace ya mucho tiempo. Fue en ese momento cuando se le ocurrió la idea de utilizar todo aquel material para marcar el sendero y, así, preservarlo del deterioro. Comenzaron a colocarlas piedras a lo largo de los bordes del camino, allá por octubre de 1995, empezando desde el mismo punto geodésico y en dirección hacia abajo. Durante bastante tiempo, unos tres años aproximadamente, Pepe llevó a cabo esta tarea solo o ayudado por Luis, durante los fines de semana, llevando piedra a piedra y colocándolas a la misma distancia unas de otras. Cuando se alejaban bastante del lugar en donde se acumulaban las piedras, volvían atrás, recogían y llevaban bastantes a un mismo sitio, formando una especie de «cantera» desde donde poder continuar con el trabajo y, desde ahí, continuaban.
Con el tiempo, se unió a ellos Francisco y, desde ese momento, Pepe y él formaron un equipo de trabajo permanente de cuyo esfuerzo hoy nos podemos beneficiar todos. Un equipo de trabajo en el que, dicho por ellos mismos, no faltó una cierta distribución de tareas cuando las circunstancias así lo requerían; mientras Pepe continuaba su labor de colocar las piedras en el sendero, Francisco se ocupaba de la limpieza de las pocas arboledas de pinos que quedan en la zona, desbrozándolas y protegiendo los brotes para su conservación.
Durante cinco años, casi todos los fines de semana, dedicaron su tiempo libre a este «trabajo», aunque para ellos no era, con toda seguridad, un «trabajo», sino más bien un agradable esparcimiento. A veces, se unían a ellos en la tarea algunos otros montañeros que, como ellos, forman parte de un grupo de montaña de nuestra localidad, los «Diez Amigos de Elda». Finalmente, cuando llegaron al final del sendero marcado, decidieron colocar un cúmulo de piedras que, de alguna forma, marca la entrada al sendero y sirve para conmemorar el esfuerzo realizado. Quien se acerque por allí no dejará de asombrarse ante el aspecto que tiene el cúmulo, realizado con piedras cuidadosamente encajadas unas con otras hasta completar su forma cónica y desde cuyo interior se eleva un monolito al que han unido una placa en la que se menciona a los autores y las fechas de comienzo y finalización del trabajo.
YA ME HA PICADO LA CURIOSIDAD,MENUDO TRABAJAZO. ME GUSTARIA CONOCER ESTA RUTA TAN CERCANA.
PODRIA ALGUIEN DECIRME DONDE COMIENZALA LA SENDA Y EL TIEMPO QUE MAS O
MENOS DURA LA VUELTA.
GRACIAS