Barcelona, recuerdos de posguerra (II)

Pero como compensación a sus carencias escolares, le sirve mucho su curiosidad innata. Retiene todo lo que ve y escucha y a lo largo de su vida ésta cualidad, le va a servir de mucho.

De la Plaza Cataluña hacia arriba, dirección montaña, viven los que pasan menos hambre. Personas que trabajan y disponen de un salario, empresarios más o menos importantes y sobre todo los magnates del momento: los estraperlistas al por mayor (mercado negro de enverga dura).

Las Ramblas (1962).

De la Plaza de Cataluña para abajo, uno se adentra en una especie de mercado persa de los que aparecían en  películas como “Las mil y una noches” o “El ladrón de Bagdad”.

No faltaba ningún personaje ni ningún ingrediente. Cerca del mercado de Sta. Catalina, se instala un hombre de poca estatura y jorobado que colgado de su cuello y hombros, lleva algo así como media docena de serpientes vivas. Vendía acompañado de su esposa el famoso ungüento de serpiente, que según decía lo curaba todo y la gente le creía.

Nuestro protagonista, Mayo Casanova, el día de su comunión (1942).

A su alrededor, a lo largo de aquella calle se escuchaban las voces repetitivas de las vendedoras ambulantes de cigarrillos anunciando siempre por el mismo orden”Lucky, Chester, Philips” y así sin parar un momento. Aquellas mujeres vendían los cigarrillos uno a uno al precio de cincuenta céntimos de peseta.

Si tomamos como referencia lo que costaba la entrada al cine Manila en la misma calle, donde se podía ver dos películas por veinticinco céntimos, comprar un cigarrillo rubio era un lujo. Sin embargo se vendían. Junto a las vendedoras de cigarrillos estaban las que vendían pan: «!hay barretas, hay pan!», anunciaban. Una barreta de pan de 100 gramos, se vendía por 1’50 pts. (un  dineral) y el “chusco”, o sea, el pan que daban a los soldados en los cuarteles, costaba dos pesetas. Y también se vendían.

Y luego hay que agregar, mujeres y algún hombre, que encima de un trozo de tela extendido, vendían fruta y verdura pero en míseras cantidades: tres manzanas 1 coliflor, cuatro patatas, que seguramente habían volado de algún huerto de la periferia de la ciudad, para desesperación de los modestos agricultores. De pronto al grito «¡AGUA!», todo era recoger el negocio y echar a correr. Era el grito de aviso de la llegada de los dos municipales que no detenían a nadie, se limitaban a llevarse a su cuartelillo todo lo que habían pillado, donde con la puerta abierta y sin ningún disimulo se podía observar como hacían el reparto entre ellos. ¿Pero había alguien con agallas para decir algo?

De los dos municipales que tenían por misión perseguir la venta ambulante, había uno que sin duda mandaba, que todos conocían como “el Gravat” ya que su cara presentaba el aspecto clásico de aquellos que han sufrido viruela. Este municipal causaba  pánico entre los vendedores ilegales. Hombre extremadamente violento, no le bastaba con apropiarse de las pequeñas cantidades de mercancía, parecía que no quedase a gusto si no agredía a alguno de los desdichados, se tratara de hombre o mujer. Y lo hacía con rabia. Tal temor infundía a la gente que con el tiempo el grito de aviso pasó de ser “Agua” a ser «¡¡El GRAVAT!!»

Llegada de exiliados de Rusia al puerto de Barcelona (1942).

Por espacio de media hora las calles quedaban desiertas, exceptuando al de las serpientes que seguramente pagaba un permiso, o según qué días, continuaban con su actuación sin inmutarse. Los de la cabra que subía una escalera o a veces el enorme oso que se erguía a la voz de su amo. Nunca vieron actuar juntos cabra y oso, por razones obvias. El público aplaudía, pero al pasar la gorra todos tenían prisa por marcharse.De pronto algunos días  aparecía un hombre que por su vestimenta recordaba alguna región del sur de España, el cual llevaba cogido de las riendas a un asno cargado con dos alforjas dentro de las cuales se encontraban diferentes tipos de cazuelas, cántaros etc. Hechos de barro. Y al enorme vocerío se unía el estridente sonido del silbato del afilador de cuchillos en busca de clientes. Es decir que aquella bulliciosa masa de gente, formaban un espectáculo pintoresco y divertido. Ayudaba a olvidarse del hambre.

Subiendo hacia arriba, dirección montaña, se llegaba enseguida a la Plaza de Cataluña, otro pequeño circo dentro de la ciudad. Un hombre con llamativo chaleco y un sombrero con pluma que le daban un aspecto tirolés, hacía trabajar a unas palomas adiestradas que obedecían a sus silbidos y pasaban a través de un arco de madera que el levantaba por encima de su cabeza.

CONTINUARÁ…

 

 

 

3 thoughts on “Barcelona, recuerdos de posguerra (II)”

  1. Apasionante la descripción de la Barcelona de la posguerra. Las fotografias no pueden ilustrar mejor la narración.
    Enhorabuena a su autor , Mayo Casanova, esperamos nuevas entregas……
    ¡Salut!

  2. Molt bones explicacions Maig, sembla que t’hagi passat ahir. Tens memòria fotogràfica i ho expliques de manera que ho pot viure també un mateix.

    Felicitats i esperem més, ets collonut!! Cal més gent com tú a Catalunya!!

  3. Maig,como fiel seguidora de tú relato, solo puedo decir ,que cada paso del lazarillo formaba parte del plan ,para que hoy, yo pueda escribir este comentario.Tu memoría es nuestra máquina del tiempo…explicanos todo lo que viste y podamos viajar contigo.
    ni el temps , ni la distància …pot aturar la veritat viscuda.
    Felicitats des d´Alacant.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *