Bonifasi i Montañerico: «La escalerica de Bolón»

La mañana es fresca como corresponde, extremo que se agradece al abrigo de las modernas y ligeras telas que hoy sirven al montañero. El frío limpia el ambiente y vuelve nítidos los horizontes de inconmensurable alcance. Los amigos caminan en silencio, cada cual en su mundo de pensamientos; inmemorial tarea de los caminantes de todo tiempo, es el mirarse en las puntas de sus botas, cual diapasón que mide el tempo de la marcha, descifrando pensamientos que van de lo banal a lo más elevado del espíritu andante, sin más estorbo que el sonido de la pisada en los relieves del suelo donde se posa, a cada latido, el  corazón de suela que redobla a cada paso.

Tal vez se cruzó en el pensamiento, el recuerdo aparcado que esperaba su momento, o simplemente nació en el instante intimo que el mismo paseo propone. Lo cierto es que surgió como surgen las cosas que son aparentemente banales, y sin dejar de andar, ni aminorar el paso, fue Bonifasi quién rompió el siseo casi imperceptible del esparto, movido por la brisa que lame la inclinada ladera camino hacia la cumbre de Bolón, la aislada elevación que en el centro del valle, obliga al reseco Vinalopó a torcer su cauce en su huída hacía el Mediterráneo.

—¡Hay que ver como cambian los tiempos!

—¿lo dius per la frescoreta que fa?—preguntó el de Elda, mientras iba contando los oscuros escalones de tosca madera, insertados en el agreste sendero en virtud de un “Plan E”, de economía sostenible, según reza en un gran cartel que dicho sea de paso no se sostuvo, y tumbado queda al inicio de la obra senderil.

—¡Que va! Lo digo por la diferencia entre los sólidos y asentados senderos que afirmaban sobre el terreno nuestros abuelos, y esta burda manera de entender hoy, como se hace un camino en la montaña.

—Mantente mientras cobro —sentenció Montañerico, que tampoco tiene claro cuanto aguantarán los maderos sobre el exiguo amasijo de cemento, a pesar del anclaje con un ferro hincado en el suelo.

No será porque sea barato, pues con 37.100 euros ya podían haberse acondicionado ribazos, aunque fuera de piedra seca. Y algo de tierra y legón tampoco hubiera venido mal para suavizar el terreno.

Se paró Bonifasi, como consciente de lo dicho, y con un claro gesto con los dedos de su mano, dividió mentalmente la pequeña fortuna empleada para tan simplista arreglo, y cambió la jocosa expresión que traía por una mueca de sorpresa ante el propio cálculo matemático que arrojó inesperada cifra.

—¡Nada menos que más de 10.000.- de las antiguas pesetas! —Y volvió a caminar, estirando en la subida el paso, aunque no mucho, dado la pendiente por la que ascendían.

—Uno y dos: ¡Diez mil!; tres y cuatro: ¡Veinte mil!; cinco y seis: ¡Treinta mil! ¡Joooodeer! ¡Qué fuerte es esto! Mira Montañerico, desde donde estas hasta aquí, treinta mil pelas y no han rastrillado ni el suelo. ¡Qué fueeeeeerte!

—Mentes sabias nos dirigen Bonifasi.

—Y que lo digas. ¡Pero qué bien se paga con el dinero ajeno!

Ambos arrancaron a reír al unísono y siguieron cuesta arriba camino del leve collado donde acaba el proyectado arreglo. Y al llegar, y descubrir el hecho, fue Bonifasi quien retomó el tema del sendero, asunto que muy probablemente había continuado lamiendo los pensamientos de los caminantes a medida que iban descubriendo el poco trabajo hecho para tan alto coste económico.

—¡Anda! Y encima sólo ha sido arreglado medio sendero.

—No querrás que hipotequemos el pueblo, pues seguro que a más alto trabajar, más alto habrá de ser el  precio.

Ambos viejos rieron, y sin darse un respiro acometieron la última parte de la ascensión que conduce a la cumbre de Bolón. Seguramente siguió cada cual en sus propios pensamientos que, muy probablemente no serían reproducibles aquí en horario infantil pues, no siendo tontos, ya están hartos de los listos que nos manejan, tal vez por eso, e influido por la desconfianza que vemos a diario en los medios de comunicación, al llegar Montañerico a la cima le soltó de sopetón al compañero:

—Oye, ¿y tú crees que aquí también habrá “tela” de los mismos trajes, que en la capital del reino?

La risotada recorrió el Valle donde Elda y Petrer se asientan, pero nadie escuchó la respuesta dada. El día había aclarado y el calor del Sol suavizó el ambiente hasta hacerlo confortable y casi primaveral. Vino luego el almuerzo, insustituible momento que, siendo tal vez el único motivo del viaje para otros, nunca lo será para ellos, aunque lo aprecien y gusten con el deleite añadido de quién sazona el alimento con la visión del paisaje.

No es la cumbre el destino, sino el pretexto. Es el camino, que aflora el pensamiento con cada latir de las botas del montañero y le hace libre, como el pensamiento.

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