*Nota: Artículo publicado en la reciente revista Festa 2013, disponible en todas las librerías y kioskos de la localidad.
Hasta los primeros años del pasado siglo XX Petrer fue un pueblo eminentemente agrícola y complementariamente ganadero. Todas las familias tenían como sustento lo que «la tierra daba» a base de laborarla. La inmensa mayoría de las tierras eran de secano y regentadas por algo más de media docena de poderosos hacendados y terratenientes (Eleuterio Abad Sellés, Ramón Maestre Maestre, Luciano Pérez Planelles, Miguel Amat Maestre, José Payá Cortés, Gabriel Maestre Pérez…), a cuyo frente estaban los mitgers, que se encargaban de que los cultivos prosperasen a cambio de entregarle al senyoret la mitad de cada una de las cosechas de almendras, olivas, trigo, centeno, uva destinada a la elaboración de vino, manzanas de secano y otros alimentos en su mayor parte no perecederos. Las grandes fincas de Catí, el Clot de Manyes, Palomaret, Les Ventetes, Puça, Caprala, L’Avaiol, Les Pedreres, Ginebre, L’Almadrava, Lloma Badà, fueron un ejemplo de pequeños y medianos latifundios regentados por gentes pudientes y laboradas por familias que ejercían una agricultura de subsistencia.
Las tierras bajas del extenso término municipal eran otra cosa. El agua de la Mina de Puça regulada por la Bassa Fonda, situada entre el Ayuntamiento y el antiguo lavadero, alimentaba la fértil huerta petrerense que se extendía desde el Guirney hasta L’Almafrà pasando por La Canal y El Campet. Eran tierras de minifundios (todavía lo son), de pequeñas parcelas aprovechadas al máximo por sus propietarios/agricultores. El entramado de acequias que acercaban el agua por gravedad hasta todos los rincones de estas partidas rurales constituían todo un «laberinto ramificaciones por donde discurría el agua «caballera». Desgraciadamente, la mayor parte de las conducciones se han perdido y las que todavía se conservan deben continuar así.
Muchas tierras blancas y arcillosas propiciaron la creación de alfares y la elaboración de botijos, cántaros y otros utensilios domésticos procedentes del fango. Fue la primera industria de Petrer. El preludio de la elaboración de zapatos y el comienzo del adiós al campo. La zona de La Foia estaba plagada de tornos que se afanaban en trasformar el barro en objetos cotidianos y comunes. Surgieron también cerámicas que, cuando se hicieron grandes, se trasladaron valle abajo. Sin embargo, lo que realmente despobló los campos fue la eclosión de la industria zapatera en la vecina ciudad de Elda y también en Petrer. A diferencia de otras poblaciones cercanas (Novelda, Monóvar, Agost, Sax…) que continuaron viviendo de la agricultura, aquí en Petrer el abandono de los cultivos fue radical. Lo que en estos pueblos «vivir del campo» es cosa habitual, en Petrer, suena desde hace tiempo a extraño, a raro. Incluso «choca». Tan solo unos cuantos agricultores de tierras de regadío en Caprala y la huerta cercana al pueblo resistió el «envite» de la industria.
Petrer dio la espalda a la agricultura y dejó pasar de largo planes de regadío que sí aprovecharon otras poblaciones. Tampoco sirvieron de nada aquellas famosas Normas Subsidiarias que años más tarde desembocaron en el Plan General, redactado por el prestigioso urbanista García Bellido, en las que solamente se podía construir en los terrenos rurales con un mínimo de 10.000 m2, superficie calculada para que una familia pudiera vivir de la agricultura.
Decíamos que hoy aquí extraña que una persona o una familia pueda vivir del campo. No obstante, sí que las hay. Unas han orientado su vida laboral en oficios relacionados con las labores agrícolas o ganaderas, y otras lo están intentando. Estos son algunos ejemplos. Afortunadamente, hay más.
Alfredo Vañó y su equipo
Alfredo Vañó Amat estaba al frente de una importante empresa dedicada a la elaboración de cajas y envases de cartón destinados fundamentalmente al calzado. Un buen día se hartó de tanto problema y, sobre todo, de esos ciclos inherentes a la elaboración de zapatos en los que el trabajo te desborda o te quedas sin él. Decidió cambiar radicalmente de oficio y trabajar en contacto con la naturaleza. En la finca de su abuelo materno, Enrique Amat, había un tractor, lo puso a punto y comenzó a labrar campos allí donde le llamaban. Era el año 2002 y ahí se inició todo.
Sus servicios comenzaron a ser solicitados cada vez más y poco a poco no tuvo más remedio que adquirir otra maquinaria destinada a labores agrícolas e incluso a obra civil: desbrozadoras para limpiar los márgenes de los caminos, trituradora de restos de poda, segadoras de grano, cosechadora de oliva y almendra, remolques para tractores…
Tres años después, en el 2005 «fichó» a Javi Rico Cerdá, un joven enamorado del campo que se «ahogaba» entre las paredes de una fábrica de tacones de nuestra localidad. Sus padres siempre han tenido campo en Puça y confiesa que cuando era pequeño se quedaba «embelesado» observando la cadencia del ir y venir de algún tractor labrando uno de los numerosos bancales que jalonan esta partida rural. Desde entonces vio cumplir su sueño y ahora asegura que disfruta, como si de un fórmula uno se tratara, pilotando los tractores, haciendo surcos, moliendo la tierra y sus terrones tal y como se transforma el trigo en harina. Asegura que no le dan miedo las inclemencias del tiempo. Aunque dice que prefiere el invierno al verano.
En eso coincide con Paco Hellín Rico, un joven de 33 años que trabaja en la empresa de Alfredo hace algo más de tres años. Paco viene del sector de la jardinería y por eso está más dedicado a la poda, al desbroce y otros trabajos similares. Sus padres tienen un campo en Catí y desde que era un niño ha estado en contacto con el medio ambiente más puro. A eso achaca la razón de que esté enamorado de su trabajo. A los tres se les nota que les gusta lo que hacen, que, lejos de ser monótono, está impregnado de una extensa gama de matices dominados fundamentalmente por las cuatro estaciones del año y las labores que en cada una de ellas desarrollan.
Este «equipo de tres» hace de todo. Labra, estercola, planta, siembra, cosecha, desbroza, poda e injerta. Suministra leña, cubas de agua cuando falta el líquido elemento, estiércol, fumiga… No solamente en Petrer sino en poblaciones cercanas y otras que no lo están tanto como Caudete. No paran y, además, están a la «última» en lo que respecta a las labores agrícolas. Recuperaron el nacimiento y la balsa de la finca de la Casa de la Señora, donde tienen su «cuartel general» y su último proyecto es plantar más de dos mil almendros de floración tardía en estas tierras enclavadas en el corazón de Puca. Allí donde hubo un importante asentamiento árabe.
Andreu y Loli y sus profundas raíces en el Clot de Manyes
Andreu y su hermana Loli viven en uno de los lugares más recónditos del territorio petrerense: el Clot de Manyes. Al pie de la mítica sierra del Maigmó y a la sombra de la Foradá, allí donde se concentran escaladores de media España. En el lugar amanece tarde porque al sol le cuesta escalar los más de 1.400 metros de altitud del Maigmó y anochece pronto por culpa de la cadena montañosa que sirve de fachada en el este al valle del Vinalopó, por donde el sol se pone. Al lugar no llega ni el agua ni la luz pero para Andreu y su hermana eso no supone ningún inconveniente porque nacieron allí sin estos servicios que para la inmensa mayoría de los ciudadanos son imprescindibles. Allí también nació su padre y el padre de su padre. De ahí tanto apego. Tienen sus raíces tan arraigadas que es imposible desvincularse de esa extensa finca de más de un millón de metros cuadrados a pesar de tener un céntrico piso en Petrer.
Un aljibe cercano y desde hace unos años una placa solar ayudan en los menesteres domésticos. Ambos fueron testigos de cómo, poco a poco, se fue despoblando el valle que se desliza hasta el Estret d’Agost y después llega hasta el Palomaret y la población alfarera. También han sido testigos de cómo se han ido desplomando por ruina cada uno de los caserones que a uno y otro lado del camino había. Se marcharon los Serranos, Joaquín el de Cancio y su hermana Amalia y otros vecinos que distaban un buen tramo de su hogar pero que les hacían sentirse más acompañados.
Allí las gallinas andan sueltas. Los pavos y los palomos también, la leña condimenta los alimentos y caldea el hogar y el ganado pastorea por los alrededores. Eso sí, su tienda favorita para comprar es el Carrefour, donde Andreu acude cada cierto tiempo a bordo de su todo terreno.
Hace años vendieron cuarenta jornales de sus tierras a la Diputación Provincial de Alicante. Aquello les dio un gran respiro económico y. además, Andreu se encarga de labrarlos y sembrarlos. También de gestionar las subvenciones y ayudas que reciben por parte de la Administración. Sin duda, Andreu y Loli son los últimos -y más representativos- de una forma de vida rural que era habitual hace una decena de décadas y que ahora resulta muy singular.
José Amat Paya, «el Guiña», el decano de los pastores
Lleva cincuenta y siete años de los sesenta y cinco que tiene pastoreando por los montes. La inmensa mayor parte de ese terreno por tierras locales. A los siete años ya se conocía el oficio por los aromáticos montes de la sierra de Mariola, entre Bocairent y Banyeres, donde su padre, pastor de toda la vida, como él, se había desplazado para ganarse la vida a mitad de la década de los cincuenta del pasado siglo. El pastoreo y la agricultura le ataron de por vida. Trabaja de sol a sol los trescientos sesenta y cinco días del año y es feliz con su oficio. Probó en un taller de troqueles para el calzado y solamente resistió unos meses. El resto de su vida ha transcurrido entre el Coto el Manco y el Rancho Grande, en Puça.
En el Coto del Manco (Casa Castalia) cuidó de un numeroso ganado de cabra hispánica, esa de impresionantes cornamentas que en los años ochenta fue denostada porque según los ingenieros perjudicaba el desarrollo de los bosques y que finalmente se ha demostrado que, como Pepe Amat defendió desde un principio, hace todo lo contrario. Sin temor a equivocarnos, el Guiña, seguramente, fue el primer ecologista de estas tierras. Hombre culto casi sin ir a escuela. Gran conversador y muy querido por los que tienen la suerte de conocerle. La ganadería que practica es denominada como «extensiva». Sus más de centenar y medio de ovejas y una veintena de cabras salen a diario al monte a pastar. Los lleva allí donde los pastos son más frescos y están en las mejores condiciones: Caprala, L’Avaiol, Gurrama, Catí… El alimento se complementa con las propias cosechas de avena y otros granos que cultiva en su finca del Rancho Grande y otras parcelas como el «Bancal de la Sort», cedido por algún propietario cercano. También con las exquisitas cerezas de la finca de Pere el del Forn en el cercano paraje de la Gurrama.
Su padre, José María, adquirió la finca del Rancho Grande en el año 1972 tras un periodo de arrendamiento. Él y su progenitor se volcaron en cuerpo y alma para rentabilizar lo que para otros era imposible. Compatibilizaron la actividad ganadera con la agraria. Y una era complementaria de la otra. Desde entonces hasta ahora así lo ha sido.
Gerardo Brotons García, de los zapatos al monte
Gerardo Brotons García siempre fue zapatero y a lo largo de toda su vida manipulando zapatos solamente trabajó en dos fábricas, en la de Durá y en la del Tallaí, en total veintiséis años. Su última especialidad dentro del vasto mundo de la manufacturación del calzado fue la de montador de enfranques y talones. Hace cinco años, coincidiendo con los malos augurios de la crisis que nos amenazaba, se le despertaron sus genes y decidió dejar su oficio casi siempre estresante y dedicarse al pastoreo. Su abuelo, el Petorrí, ya era pastor y quizás por ello siempre le atrajo ese oficio. Gerardo tiene ahora cuarenta y ocho años y hace cinco que tomó esa decisión tan drástica. Se siente una persona feliz y, además, su anhelado oficio le da para vivir. Eso sí, para él no hay días festivos, ni «puentes» ni mucho menos vacaciones pero no le importa. Trabaja en lo que le gusta.
Tiene un par de centenares de cabras celtibéricas -también conocidas como cabras hispánicas- de pronunciados cuernos y de largas barbas. Todas sin excepción con su correspondiente chip de control. Son ejemplares dedicados a la reproducción porque lo que se vence es el choto de unas cuantas semanas. De ahí que la inmensa mayoría del ganado sean ejemplares hembras con tan sólo siete u ocho machos. Las hembras paren como máximo dos veces al año entre uno y dos ejemplares. Toda la producción se la compra un intermediario de Villena que posteriormente la distribuye en carnicerías y restaurantes.
Los terrenos -y su horizonte- donde habitualmente pastorea van desde la parte alta de Salinetes hasta la sierra de Xaparrals pasando por Els Blanquissals y aledaños. Cuenta con un permiso para pastorear por las sierras protegidas del Paisaje Natural del Maigmó y el Cid porque está demostrado que los rebaños benefician la sostenibilidad de los montes, en contra de lo que se afirmaba solamente hace unas décadas. Por estas tierras petrerenses lo podremos ver a diario cargado con su mochila y su inseparable garrote. Acompañado también de su perro Curro, que se ocupa de que las cabras no se descarríen, y de su burro Perico, que compró en Pinoso ya «bautizado» y acostumbrado a ir, como uno más, con el ganado. Con una indicación de Gerardo, Curro acude a «poner orden» y con un peculiar sonido de su voz, las decenas de cabezas de cabras se desplazan en la dirección que él indica. Todo un espectáculo.
Antonio Mínguez Martínez, productor de miel
Prácticamente casi toda su vida la ha vivido bajo el amenazador zumbido de las abejas. Es natural de Almansa, donde ya su padre y su tío se dedicaban a la producción de miel. Emigró con su familia a Petrer con tan sólo doce años. Allí en los campos del sur de Albacete dejaron buena parte de las colmenas. Otras se las trajeron, poco a poco, al territorio petrerense. Su padre, también Antonio, fue guarda del campo cuando el campo todavía necesitaba ser guardado de los robos de frutos y hortalizas. Y sin duda, Antonio Mínguez Martínez se impregnó de ese halo. De esa filosofía que siempre le ha mantenido unido a la naturaleza, que en su caso ha canalizado con lo que vivió en su infancia y su juventud: la apicultura.
Las abejas polinizan, dan vida, ayudan a engendrar los futuros frutos de manera natural. Aseguran los expertos que si las abejas se extinguieran desaparecería la vida. Y bastante de cierto hay cuando allí donde Antonio pone sus colmenas la producción del arbolado y otras plantas se multiplica. Es el caso de los cerezos de la Casa Castalia, de la finca de la Casa del Pi, cuya producción se ha disparado desde que están allí las colmenas.
Un centenar de ellas -de las suyas- proliferan también en L’Almadrava, en la cantera del Forcat y en els Blanquissals, en Salinetes. Las tiene en grupos pequeños de 20 o 25 colmenas para que las abejas tengan suficiente alimento a lo largo y ancho de los cinco kilómetros que alcanzan en busca de sustento. Son colmenas Layen, las de toda la vida. Esas tradicionales que solamente pueden ofrecer como máximo doce kilos de miel cada vez que se cortan. Y en climatologías favorables lo hacen tres veces al año. Además, las saca y elabora su miel «a pie de colmena». Fuimos testigos de ello en la cantera del Forcat acompañados de la amenazadora presencia de miles de abejas enojadas por el «robo de su miel». El resultado es un producto de mucha calidad, totalmente natural, que gusta al vecindario por su sabor especial. En esta labor le ayuda su mujer, su hermano y algún amigo. La hay de un color claro fruto de los cerezos en flor, la más oscura de romero; la mezcla entre ambas floraciones también es especial y la de las mil flores, donde el néctar de todo tipo de árboles y plantas medicinales ofrece como resultado una simbiosis muy peculiar. También estuvimos presentes en la captura de un enjambre que deambulaba algo perdido por las inmediaciones de la finca de la Casa Castalla.
Antonio es un firme defensor de los ciclos naturales. Se indigna cuando ve a alguien «tratar» (fumigar) a los árboles en plena floración y le gustaría enseñar a gente joven el oficio de la apicultura. Petrer tiene suficiente término -y flora- para ubicar muchas colmenas.
Magnífico trabajo el de Héctor. Como los artículos que solía publicar en el Diario Información, antes de meterse a depender de los políticos.
Hay muy buenos artículos en la revista de este año, como es habitual en el Festa, pero este es el que mas me ha llegado.
El de las fotografías en ByN de Vicente Villaplana, también. Muchas de ellas ilustraron programas de fiestas, de hace algunos años,aunque desconocía quien era su autor.
Me ha gustado especialmente la de la Casa del Barranc de Rabosa que, afortunadamente, sigue en pié.