* Artículo publicado originalmente en la revista Festa 1990
Al hacer aquellas semblanzas o pequeñas biografías de los hombres conocidos y en cierto modo tratados durante nuestra niñez, un tanto desarrollada, no perseguíamos otro fin que recordarlos como hombres más o menos célebres por sus trabajos artesanos que, en aquellos tiempos, para nosotros, venían a llenar un vacío entre nuestros juegos. Era también una manera de ir glosando aquel Petrel de principios de siglo de muy escasos habitantes mostrando su pausado desarrollo, sus calles de tierra machacada, escasas aceras y malas, tenue luz nocturna, en el que casi no existían ni siquiera bicicletas, donde los chicos no teníamos más alternativa que entregarnos a juegos peligrosos como el de apedrearnos en nuestro viejo castillo y algunas que otras lindezas propias de unos tiempos que a veces añoramos.
No podía faltar uno de los tipos más originales y en cierto modo controvertidos que se hizo notar en aquellos años: Feliciano Montesinos, más conocido por «el Vegetariano».
Aunque su vida fue longeva, pues falleció no hace muchos años, también podríamos enmarcarlo dentro de aquella edad moza de nuestros recuerdos de chico. A Feliciano llegamos a conocerlo personalmente allá por los años veintitantos cuando junto con el oficio de zapatero iniciaba el de barbero. Tenía la barbería en su casa de la calle San Rafael. Nosotros, muchachos adolescentes, formábamos una pequeña pandilla con sus hermanos Liborio y Jua- nito, poco más o menos, de nuestra misma edad.
Conocimos a sus padres y a sus hermanos mayores, y los entresijos de su casa no eran para nosotros ningún secreto. A menudo subíamos hasta el porche o terrado para tener nuestras reuniones y, hasta quiero recordar, para entretenernos con sus palomos.
Nos llamaba la atención aquella barbería llena de encendidas pinturas, con grandes y desfasados murales, producto de sus sueños artísticos y, en el fondo, un tanto literarios. Era muy dado a las lecturas, más bien revolucionarias muy de aquellos tiempos, inquietantes y reformadoras, que compartía en su mocedad con una juventud entre la que se encontraba mi tío Ricardo, Colau, Conrado Verdú y algunos otros. Él fue derivando hacia otros derroteros más existencialistas y de fogosas actitudes. Cada dos por tres lanzaba hojas dirigidas «Al Pueblo» que echaban chispas, con exposiciones atrevidas para los tiempos de aquel Petrel aparentemente pacífico.
Estaba nuestro pueblo regido entre liberales y conservadores, cuando Petrel aún conservaba muchas de sus tradicionales costumbres como pueblo agrícola que era y apenas con una incipiente industrialización. Feliciano con aquellos amigos que hemos citado, formaban un grupo de lo que entonces llamábamos de «ideas avanzadas». Publicaban un periódico, cuyo nombre sentimos no recordar, del que era director mi tío Ricardo, secretario Feliciano, y reportero Conrado Verdú que solía firmar con el seudónimo de «el tío Chunga», todos ellos zapateros.
No sabemos si formando parte de aquel grupo o ya por su propia cuenta, vestido a modo de una larga y vistosa túnica o bata, con cabellos largos y aseados, una poblada barba y con sandalias franciscanas, hizo su aparición en una gran fiesta del Cristo. Al atardecer se encontraba en el rellano de la ermita repartiendo entre la multitud allí congregada, una de las muchas hojas que entonces se lanzaban, ésta, bajo el título de «EL ANTICRISTO». Lo que allí se vertía no acabo de recordarlo pero sé que se armó el consiguiente escándalo y que el autor acabó huyendo hacia Monóvar pues lo buscaban para llevarlo al calabozo. Era juez municipal, D. Ramón Maestre al que aquella pandilla le daba bastante trabajo.
Como su inquietud cada vez le iba llevando más lejos, formó Feliciano un nuevo grupo, esta vez de vegetarianos, entre los que figuraban Planelles, Séntim, Cafisos, Hernán y algún otro. Se dedicaban a distribuir prensa, en la que colaboraban, y la revista «Helios» con algún que otro periódico de los «idealistas» propios de aquellas inquietudes y el renacer de nuevos tiempos cuya cabeza visible era siempre «el Vegetariano». El público petrelense de entonces no llegó a aceptarlo de muy buen grado, principalmente el elemento femenino, que con frecuencia le abucheaba haciéndole gran mofa. Pero él seguía imperturbable el camino que se había trazado. Con su vestimenta entre asceta y franciscano, su poblada barba larga y cuidada cabellera, nos atreveríamos a decir que Feliciano era una especie de iniciador de lo que se llegó a constituir como uno de los movimientos más atrevidos internacionalmente: el «GIPISMO». Dejó su primitivo hábito y se vistió con un sayo hecho de saco de arpillera.
Atacado luego de un convencido misticismo, le llevó a buscar nuevos horizontes marchando a Francia, estableciéndose en la parte del mediodía francés, Ni-mes, extremando más si cabe, su atrevida indumentaria. Llevaba aquella vestimenta hecha de saco de arpillera, por el que entresacaba la cabeza y sus dos brazos por ambos lados. Marchaba descalzo invierno y verano entre duras calzadas y, a veces, entre la nieve por los parajes de Nimes y Marsella.
Allí, las gentes le apodaban el «Bon Dieu d’Espag ne» algo así como el buen Jesús español. Aprendió pronto aquel idioma y cuentan que un día, uno de aquellos franceses, le llevó a una cafetería- restaurante y, encaramado sobre una mesa, comenzó a hablar a los allí congregados, de sus conocimientos y aptitudes. Muchas de aquellas gentes besaban sus cabellos creyendo que con ello les daría suerte. Finalmente, aquel que allí lo llevó, pasó entre los congregados un sombrero recogiendo una gran cantidad de francos diciéndole: «Feliciano, todo esto es tuyo». Pero, éste, el «Buen Jesús español», los devolvió a todos los presentes tras agradecer aquella espléndida generosidad.
Allí empezó a ejercer una especie de nigromancia o arte adivinatorio que ya no abandonó, infundiéndole, cada vez, mayor sentido místico. Regresó de nuevo a España sobre el año treinta y uno montando una escuela para los sindicalistas de entonces. Hay que decir que sobre aquellos años, apareció un día sobre las doce, a la salida de las fábricas, con aquel sayo y una cruz de madera, entre aquella muchedumbre, como un martirizado Jesús. También queremos reseñar que en ocasiones se afeitaba la cabeza considerándose un Mahatma Gandhi, apóstol nacional y religioso de la India.
Felicidades por ese genial articulo…..La vida anacoreta de feliciano…era muy superior a la epoca en vivida……
genial no tenia conocimiento de esta publicacion, mis referencias se remontan a las hostorias contadas por mi padre+ (Aurelio Maestre)
Un abrazo
Toñin Maestre
Que razón tienes Antoñin (desde Sao Paulo),Feliciano era un verdadero adelantado a su época. Fuimos a visitarlo , a finales de los 60, mi amigo Juan Hernandez el hijo de Fina la Quela (que era un poco familia suya) y yó a su jardín de la calle merendero,(un verdadero jardin del edén en aquellos tiempos)con el objetivo de grabarle una entrevista con un magnetofón enorme que teniamos. Nos recibió, junto a su esposa tal cual, aparece en la segunda fotografia del reportaje, con la túnica solo y descalzo. Charló largo y tendido con nosotros, que creiamos grabarlo todo, y sin embargo no grabamos nada. Al poco tiempo tanto Juan como yó recibimos un librito de los que el hacia con dibujos y «poemas» dedicado a nosotros que jamás, por más que lo releiamos llegamos a entender. Siempre me llamó , mucho la atención y me inspiró un gran respeto.
Me alegro infinito de tener noticias de nuestro primo Antonio el «brasileiro» aunque sea con ocasión de un comentario sobre Feliciano Montesinos, alias «la estrella de Oriente» según el mismo se firmaba.Yo también conocí personalmente a Feliciano por cuanto junto a Carlos Payá y Ernesto Poveda fuimos a su casa, también con un magnetofón para grabarle una entrevista.Lo hicimos, creo recordar, dos veranos seguidos, también en los años 60, aunque en la segunda entrevista nos despidió a cajas destempladas pues creía que le tomábamos el pelo.A este hombre lo conocí por narraciones de nuestro abuelo D.Antonio Payá, me regaló unos extraños textos y dibujos que creo que aún conservo, y lo cierto y verdad es que me pareció una persona desequilibrada.Hasta ahí llego ya que no tengo más referencias que las expuestas. Saludos a mis primos Antoñin y Luis.
caramba Primos, que bueno es saber de vuestras historias tan divertidas sobre «la estrella de Oriente» que inclusive no me acordaba como efectivamente lo denominaba. Yo sabia de estas historias, de Juanito y Luisin, porque ademas me la conto la tia Ufe una vez en su casa. inclusive como bien dices Luis Antonio, el abuelo Antonio lo conocia bien y me contava unas historias divertidisimas, pena que mucha gente en petrel no llego a conocer de verdad a esta entrañable figura…….
Un beso muy grande para vosotros…..
(ya pensasteis hacer un reportaje sobre las vivencias del abuelo Antonio con las tertulias que montaba en sus casas con el cura, y otras fuerzas vivas de esa epoca????