*NOTA: Artículo publicado originalmente en la revista Petrer Mensual número 24 (diciembre de 2002)
Queda todavía mucho por escribirse sobre nuestro poeta. La celebración del centenario de su nacimiento quizás haya sido una oportunidad perdida por no haber intentado que su obra saliese de los límites en los que ahora se encuentra, por no haber promocionado su conocimiento entre los jóvenes estudiantes, por no haber incentivado la investigación entre los eruditos y hacer plenamente viva una poesía que, ahora más que nunca, nos es tan «necesaria como el aire que respiramos trece veces por minuto».
Mi acercamiento hoy y en esta revista a un libro de Paco Mollá, tan sorprendente y poco estudiado como es LUZ EN LA SENDA, quisiera que sirviera como homenaje al poeta en el décimo tercero aniversario de su muerte, y como llamada para que otras muchas personas que lo conocieron escriban los recuerdos que tienen de Paco y así formar con todas esas vivencias un caleidoscopio más completo y permanente del hombre y su obra. Doy las gracias aquí a quienes me han ayudado con su información a configurar este artículo y siento que algunas personas que estuvieron muy cercanas a Paco en los momentos en los que componía los versos de este libro, no se hayan decidido a hablar de ello. Gracias también.
La poesía de Paco Mollá está recogida en varios volúmenes y diseminada en muchas revistas y periódicos locales, provinciales y nacionales. Si nos atenemos a los libros publicados -y mientras que no se conozca de modo fehaciente la posible edición de sus romances de guerra en el frente de Guadarrama- sólo uno de sus libros puede considerarse así, es decir, como una unidad de contenido y sentido; los demás son recopilación de poemas de muy diversa temática, escritos por el autor en distintas etapas de su vida y publicados muchos de ellos anteriormente en papeles sueltos. Desde Cuando las yemas revientan (1967) a Ultimos poemas (1991), pasando por Orto (1975). Alma y otros poemas (1980), Canciones del valle (1988), y Canciones del camino (1988), todos ellos son recopilaciones más o menos organizadas cronológica o temáticamente. Muchos poemas se repiten y van pasando de uno a otro volumen a gusto del recopilador, puesto que el poeta dejó su obra generosamente en manos de quien se propusiera editarla. Sólo LUZ EN LA SENDA (El alba incesante) es un libro unitario, aunque quizás tampoco ese poemario esté organizado y dirigida su publicación por el autor. Y es un libro único por tantas cosas que estoy seguro de que el lector interesado se va a sorprender por alguna de ellas.
Lo primero que sorprende es la propia edición del libro: no lleva pie de imprenta, lugar de publicación… nada; sólo el título del libro, nombre del autor y una fecha: 1980. Desde el punto de vista de la edición, ese libro no existe; es un libro fantasma. La rudimentaria encuademación de tapas acartonadas podría sugerir una edición casera pero la magnífica calidad del papel interior y la buena disposición e impresión de los textos hace pensar en un diseño y composición profesional. Es una pena que la segunda edición del libro, en 1994, no haya reparado erratas de la primera y añada otras que allí no estaban. Un ejemplo es el absurdo título de «Ninfa» (página 44 de la 2a ed.) para un poema llamado «Linfa» por el autor.
El libro original contiene 56 poemas, más el que da título e introduce el volumen. La segunda edición, «algo corregida y aumentada» -como escribe Francisco Antonio Vera- elimina un poema, cambia de lugar otro y añade cinco nuevos, uno de ellos especialmente curioso y del que hablaré después. En la presentación, titulada «Este librito», Paco nos ofrece la raíz del poemario: un grupo de personas se reunía para caminar por la montaña, al llegar a la cima la conversación derivaba en una meditación contemplativa y en el transcurso de ella, los fervorosos asistentes entraban en contacto con seres espirituales de dos categorías: los luminosos y los oscuros; aquellos les transmitían «sabios y edificantes consejos», los seres oscuros les pedían ayuda para salir de su estado. A veces, los seres espirituales les enviaban mensajes que se hacían audibles por la voz de Paco: eran los poemas que podemos leer en el libro y que se conservan porque uno de los asistentes los escribía al tiempo de ser pronunciados por el poeta.
Quien no haya conocido a Paco Mollá. al leer el prólogo creerá encontrarse ante un iluminado, un farsante o un predicador tontolino. Pero quien le conoció sabe que la doblez o el engaño era un imposible para él y que su formación cultural también hacía imposible la farsa metafísica. Entonces; ¿qué significan estos poemas?, ¿de dónde surgen? Veamos.
A mediados de los años cincuenta, un grupo de aficionados al senderismo recorrían los caminos de las montañas de nuestro término; eran personas amantes de la naturaleza, profundamente preocupados por el ser humano y unidos por un ansia espiritual. El grupo variaba entre las seis y las quince personas, familiares y amigos de Paco procedentes de Elda, Alicante o Alcoy, además, claro, de los nacidos aquí. No conozco sus nombres, sólo los que Mollá cita en una de esas reuniones, la del plenilunio de mayo de 1967: Sandalio, Rodrigo. Antonio Vera, Mario, Paco Azorín y el propio poeta. El lector ha de saber que. tras salir Paco en septiembre de 1946 de la cárcel de Carabanchel, se trasladó con Justa a Elda, a una pequeña vivienda situada en la calle Vázquez de Mella, puesto que la condena suponía también el destierro de Petrel. En su casa se reunían amigos que compartían afinidades literarias y sociales, hasta que en 1962 el matrimonio vino a vivir a la calle La Huerta. Pues bien, allí en Elda surge la idea de las excursiones a la sierra que acababan frecuentemente con reflexiones sobre la belleza de lo creado:
En silencio, nos concentrábamos elevando nuestro pensamiento hacia Dios y en pocos minutos, este místico que fue Paco, entraba en éxtasis; el rostro se le transfiguraba como iluminado por una luz interior y surgía inmediatamente el poema, que sin pausa, sin dudas ni titubeos, trasladaba al papel -escribe Francisco Antonio Vera en el prólogo a la segunda edición. Y el mismo Paco, en su introducción, dice que de los muchos mensajes sólo se han recogido los que yo humildemente recibía, porque los recibía xilográficamente y en verso, pequeños poemas que era más fácil guardar. Me cuesta muchísimo aceptar estas palabras de Paco. No que recibiera la inspiración para escribir sus poemas – todo poeta es un pequeño dios que crea de la nada la belleza poética y tiene una percepción superior- sino que los recibiera «xilográficamente». ¿No será una errata, enorme y terrible errata que hace casi ininteligible el mensaje?
A pesar de todo, aun dudando de esas palabras, ahí están esos poemas en los que se expresa claramente una honda experiencia mística:
VIAJE
Llegando a la total ausencia mía,
mirando ya sin ver peñas y pinos,
como llama hacia Dios me diluía.
Yo no sé qué recónditos caminos
en lo ignoto del espíritu andaría
que mi ignorancia se pobló de trinos,
la angustia de mi noche en alegría
y miel inmensurable mis espinos…
…No supe del regreso; ni sé nada
de la región por mi «otro» visitada,
mas se me duerme como un niño el viento…
El mundo es ya un espejo oscurecido
donde va el corazón -de un ansia herido-
entre un espiritual deslumbramiento.
El lector de poesía mística -y sobre todo quien haya vivido algo parecido- podrá analizar mejor que nadie este poema de Paco fechado en 1967, uno de los diez o doce en los que se manifiesta con mayor transparencia la inmersión del hombre en el misterio. El poemario no está ordenado, pero el lector atento podría «reorganizar» los poemas como un proceso: el momento en que los amigos se reúnen para subir a la montaña, los caminos de la sierra y la visión paradisíaca del valle, cuya contemplación conduce a los sentidos a la aspiración de un mundo sobrenatural y, finalmente, el momento del encuentro con el Absoluto. De los 56 poemas, veinte están fechados. El más antiguo es de la Navidad de 1957; el más moderno, del 29 de marzo de 1977. Por su forma y contenido, se podría afirmar que, en su mayoría, los que no llevan fecha fueron escritos entre 1960 y 1970; me afirmo en ello porque los 45 primeros poemas de Paco recogidos en libro fueron los publicados por el sacerdote don Jesús Zaragoza en el volumen conjunto titulado Cuando las yemas revientan (1967), libro que contenía también poemas del mismo sacerdote, de Enrique Amat y de Gabriel García Romeu. Todos los de Paco, agrupados allí bajo el epígrafe de poemas religiosos, son del mismo signo que los que comento, y bien es sabido que el párroco de San Bartolomé «arregló» muchos de esos poemas: basta comparar las significativas variaciones entre los editados en el libro y su publicación anterior en Dahellos y Valle de Elda.