Una universidad en la cárcel
Fueron, pues, siete años de cárcel, seis en Alicante más los meses de Monóvar y los otros tantos en Carabanchel. Allí se forjó decisivamente la poesía de Mollá. Se sabe bien que el despertar poético había tenido lugar durante su estancia en Brasil, donde había quedado impresionado por la belleza del paisaje y había leído la poesía mística de Teixeira de Pascoâes y Joâo de Deus. Luego, ya en España, su actividad durante la República le llevó a participar en organizaciones sociales y culturales del Partido Socialista, pero fueron muy pocos los poemas que publicó en periódicos locales o provinciales (véanse los que di a conocer en mi libro Petrer: Los años decisivos 1923-1939). La guerra, su alistamiento en el Cuerpo de Sanidad, su trágica experiencia en Guadarrama… le llevaron a la composición de unos 50 romances que, tras su tosca publicación en 1938, esperan una edición definitiva que precise su valor.
El Reformatorio de Adultos de Alicante, como Paco repitió muchas veces, fue su universidad. Allí formó un sólido grupo con el crítico y periodista Francisco Ferrándiz Alborz, el poeta Manuel Arabid Cantos, los pintores Salvador López y Vicente Martínez Moncada, los músicos José Estruch Martí y José Vives, el poeta y dramaturgo Jorge Llopis, el director de Idella, José Capilla, el poeta menorquín Diego Petrus… y, sobre todos, Miguel Hernández.
Conocí personalmente a Miguel Hernández allá por el 14 o 15 de julio de 1941. Había llegado allí el 29 de junio, procedente del penal de Ocaña. Cuando salió al patio, después de los días obligados de aislamiento por medidas de higiene, un amigo, el delicado poeta menorquín Diego Petrus, me dijo: «¿Ves aquel que lleva a la cabeza una toalla en forma de turbante? Es Miguel Hernández (…) Miguel, por aquellos días, llevaba un método de inglés casi siempre en las manos (…) Cuando un amigo nos presentó, Miguel llevaba su método en la mano. Afable, sonriente, estrechó la mía con su mano enérgica y fuerte. Era muy moreno y contrastaban en su atezado rostro sus grandes ojos verdes, de mirada profunda y magnética. Fuimos sinceros amigos, y en los días sucesivos nos juntábamos en el grupito del patio (…) Guardo la vanidad de recordar que alabó mi poema«Resolución»y me hizo repetirle dos veces «Alma», otro poema escrito por aquellos días.
(…)Al entrar el otoño volvió a resanarle de manera aguda, o subaguda, la solapada bronquitis. Después de seis o siete días de permanencia en su petate de la celda, tendido en el suelo, con voraz calentura, hubo que trasladarlo a la enfermería. Al principio parecía mejorar y se levantaba. Lo sé bien porque ocho o nueve días después de ingresar él en la enfermería, me llevaron también a mí aquejado de bronquitis, tocándome estar a cuatro camas de la del poeta (…) Hablaba conmigo de poesía, de la Naturaleza, de las libertades legítimas del hombre, de la humanidad. Una tarde me instó a que le hablara de las selvas del Brasil… Una mañana le ofrecí unas manzanas del huerto que entonces tenía mi padre (…)
(Fragmentos del texto «Recordando a Miguel Hernández», publicado por primera vez en Alborada, Elda, 1979, y recogido en el libro Canciones del camino, Petrel, 1988).
El lugar dejado por Hernández lo ocupó Francisco Ferrándiz Alborz, quien llegó a la prisión alicantina en enero de 1943 y cuya condena a muerte no le fue conmutada hasta finales del año siguiente. Alborz venia precedido de su fama como periodista de gran cultura e ideales revolucionarlos. Nacido en Cocentaina, vivió en Montevideo desde muy joven y había dirigido el diarlo La Prensa de Buenos Aires. Él aglutinó el grupito de poetas e intelectuales al que pertenecía Paco y fue para el poeta petrelense su mentor literario. A Alborz le dedicó Paco muchos poemas, especialmente «Poeta» y «Alma», de la que ya en 1943 hizo el escritor contestano un encendido elogio que luego reprodujo en La Tribuna, diario de Montevideo, en 1947, y que se puso como prólogo a la edición del libro Alma y otros poemas, Petrel, 1980. Se conserva una carta de Alborz en la que, ya con libertad condicional en Villafranqueza, le pide a Paco, que estaba en iguales condiciones en Madrid, que le envíe una foto y poemas con el objeto de publicarlos en el suplemento literario de El Tiempo, de Bogotá:
Villafranqueza, 10 de julio de 1946
Querido amigo Mollá:
Hace tiempo te quería escribir, pero no siempre he tenido los cincuenta céntimos en disposición de sello. Supongo que estarás bien, aunque todo sea relativo. La compañía de tu Justa, el trabajo, los libros y los versos es fácil te compensen de los sinsabores que el tiempo lleva consigo.
¿Qué lees? Pero, sobre todo, ¿qué escribes? Yo, a falta de trabajo, que no encuentro, leo algo y escribo otro algo. En América ya han empezado a publicarme algunas cosas, artículos en primer lugar, y espero editar allí algún libro.
¿No piensas venirte para estas tierras? Aunque económicamente tampoco hay muchas posibilidades, el clima es delicioso. ¡Lástima que el clima no dé de comer ni trabajar!
Tropecé en la calle el otro día al amigo Arabid, libre y sano. Mi hermano continúa en la cínica.
Estoy enviando al suplemento literario de «El Tiempo», de Bogotá, una constante colaboración literaria. Tengo el propósito de enviar unas cosas tuyas y de Arabid, con un comentario mío. De Arabid ya tengo una selección de sus versos y ahora me falta una tuya, pues aunque algo tuyo tengo, deseo incluir parte de lo último que hayas hecho. Si tienes algún retrato pequeño tuyo, me lo mandas para que le hagan un clisé.
«Marida»la he ofrecido a unas cuantas editoriales, pero todas me contestan que tienen leño el cupo de publicaciones. Esperaré un poco más, pero, si puedo, a ta primera oportunidad la mando a América.
A ver si cumples lo que te pido. Y cuéntame de tu vida. Sabes que te aprecio de veras.
Saludos a tu compañera, y recibe un abrazo de tu amigo
F. Ferrándiz Alborz
Otro maestro tuvo Molla en la cárcel alicantina. Vicente Clavel, director de la editorial Cervantes, de Barcelona, pasó dos años preso en el Reformatorio. En sus clases de preceptiva literaria, en 1941 y 1942, aprendió Paco la importancia de la forma poética: «comencé a preocuparme de nuevo por la música y las imágenes en mis poemas», escribió Paco. Efectivamente, de esos años son un buen número de poemas, algunos publicados en Canciones del camino y Últimos poemas, y que, además de ser un fiel reflejo de la vida en prisión, sirven como vivo contraste con su obra anterior. Del romance como tipo de estrofa única, pasa a una rápida asimilación del ritmo del soneto; de una poesía escasa en recursos, con excesivo y repetitivo epíteto, llega a trabajadas figuras literarias de las que hay buena muestra en «Alma» y algunos otros poemas presentados como ejercicios de clase o que le fueron premiados en los certámenes habidos para la población redusa. Así el «Soneto a la esposa», «Sagrado pan» o los «Poemas a la madre». Pero pronto se decantará por una poesía directa, donde prevalece la imagen sencilla y un rimo muy marcado.
Hay un texto de otro compañero preso, Vicente Galindo, fechado el 19 de agosto de 1941 en el Reformatorio, que presenta un acertadísimo retrato de Paco y un fino análisis de sus rasgos poéticos de entonces. Entresaco aquí algunas líneas de este interesante documento:
…Yo no sé por qué endiablada asociación de ideas, cuando veo deambular por el patio de la cárcel a Francisco Mollá Montesinos, pienso en la mentada escultura de Rodín. Fuerte, robusto, cuerpo sólido, cuadrado, de gladiador espartano, todo músculo, moreno, velloso; diríase un fauno salido de la selva virgen.
Y Mollá, que por su aspecto semeja un luchador de greco-romana, uno de esos forzudos vascos que, allá en las fiestas norteñas, en la plaza de la aldea parten troncos o levantan pesos; Mollá, de tipo ciclópeo, tiene fibra, tiene alma de poeta.
…No es, no, el vate de ímpetu, de pujanza creadora, de alta y sonora voz (…), no entona como el belga Verhaeren, una loa a las poleas, a las máquinas tentaculares que impulsan la grande industria; no canta, como los poetas de la Rusia actual, el músculo y la impetuosidad creatriz de las multitudes. Late en su pecho el sentir del poeta lírico, recatado, suave, místico, de un romanticismo que en ocasiones diríase ha recibido el alado influjo pesimista de Leopardi o Rodenbach.
… Y esa«realidad» de poeta, hecha sueño; esa «realidad» que gravita sobre el alma y es lenitivo y paz, no cura de las apariencias que en el hombre, como en el Todo, constituyen una irrealidad; permite ¡oh paradoja! que en un cuerpo de gigante aliente un alma de niño.
Otro testimonio es el del poeta ilicitano Manuel Arabid. Mantuvo con Paco una profunda amistad que sólo separó la muerte. En febrero de 1945, ambos en la cárcel alicantina, Arabid le dedicó este soneto, inédito hasta ahora:
Al poeta de las almas, Francisco Mollá Montesinos.
¡Dime, Poeta!
Tú que haces de la espiga pan del alma,
y del bramar de las olas armonía,
que conviertes del lirio, su agonía,
en voz de estrella que a la noche ensalma.
Tú que haces con el rizo de la palma
la curva sensorial de la alegría,
y el murmullo de selva, lejanía
en la dorada orquesta de la calma.
Tú que sabes de fuentes ancestrales
que apagan del espíritu la duda,
¿en qué fibras de gritos siderales
fue tejido tu numen portentoso?
iQuiero ser Luz, Destino! Y en la muda
recta de tu verdad… hallar reposo.
Finalmente, hay que resaltar la estrecha relación que surgió en la cárcel entre el joven escritor Jorge Llopis y Paco Mollá. Entre los papeles de Paco se conserva una interesantísima carta que Llopis le escribió en 1947. No conozco ningún estudio sobre el dramaturgo que haya investigado las raíces de su vocación literaria y, sin embargo, si nos atenernos a las palabras de Llopis, Mollá fue quien le «abrió el túnel a lo Desconocido», tal como pone de relieve esta carta, fechada el 25 de marzo de 1947:
Estimado amigo Paco:
Me encuentro desde hace varias semanas en este campamento adonde me han traído para cumplir el servicio militar que me falta. Como verás, te he dirigido mi carta a Petrel, ignorando si te encuentras ahí, pues en Alicante me dijeron que te encontrabas en Madrid.
Recuerdo constantemente nuestra buena amistad, nuestras conversaciones sobre nuestra sublime locura, los paseos por el patio en los que leíamos lo último que, en su vuelo, nos habían aportado las musas… Todo parece ahora un sueño y ha quedado guardado en el estuche del pasado. Sólo de vez en cuando, como en un estuche de verdad, como en un viejo cofre guardador de recuerdos de otra época, lo abrimos y vamos repasando el contenido con cierta tristeza, con admiración casi, pues el tiempo no ha sido bastante para marchitar todo lo guardado.
Si amigo Mollá, para mí y a pasar del lugar an que nos hallamos,y nos conocimos, fue una de las mejores épocas de mi vida, porque se abrió ante mí, porque lo abriste tú, el túnel a lo Desconocido.
He vuelto otra vez a sumirme en un lapso, en un paréntesis de quietud, de no pensar … Desde que marchaste de Alicante no he vuelto a hacer cosas de envergadura, si alguna vez las hice. Parece haberse dormido en mí el fondo de inspiración que todos tenemos. ¿Cabe esperar otra vez que tú intentes removerlo de nuevo con tus dedos mágicos? Escríbeme y aliéntame. Te lo ruego, casi te lo mando. Tú me enseñaste a empezar, tú me señalaste la ruta; pues bien, no consientas que mi llamada de auxilio quede en el aire suspendida como una lágrima del alma. Has de ayudarme a encontrar el camino extraviado. Te puedo decir, como Amado Nervo :
¡Oh Kempis, Kempis, qué mal me hiciste!…
Te envío un soneto de los que hice en tiempos pasados y que tú no conoces todavía. Un abrazo de tu amigo de siempre.
A Francisco Mollá, profunda y vital encamación de lo lírico. Su amigo Jorge Llopis Establier.
Alma en un piélago de negras huellas,
ciclópea construcción de los sentidos,
Verbo que se hace luz en los oídos,
caminante por ámbito de estrellas.
Profeta: con el rayo que destellas,
con la voz panteísta en tus latidos,
con la luz de tus dedos encendidos
las cosas de la vida haces más bellas.
¡Pedestal en el mármol de la Ciencia!
¡Arquitecto de métricos palacios!
¡Metafísica flor de humana esencia!
¡Nave que surcas entre cuerpos lacios:
es el yo de tu cálida potencia
sujeto en la oración de los espacios!
Creo que de momento bastan estos documentos para mostrar la profunda huella que la estancia en el reformatorio de Alicante dejó en el alma y, consecuentemente, en la poesía de Paco Mollá. El período de la cárcel es de verdad el comienzo de su historia literaria. Lo anterior es prehistoria y tentativas, desvaído caminar por la sombra. Su voz empieza a ser personal a partir de esos sonetos, su ritmo lo encuentra tanto en la copia como en el endecasílabo, y sus mejores poemas serán aquellos en los que resuene el eco de la mística, la comunión con todo lo creado. La cárcel, la escuela poética de la cárcel de Alicante, la intensa amistad trabada con escritores como los que aquí he documentado, le dio a Mollá la facilidad en el uso de la forma y los recursos poéticos; a ellos incorporó el caudal de sus idílicos recuerdos adolescentes y de sus vivencias recientes. Después, entre 1947 y 1950, es decir, durante su estancia en Madrid, nada parece haber escrito. En cambio, a partir de 1952, sus poemas se suceden semanalmente en Dahellos, y en Valle de Elda posteriormente. Cuando murió en 1989, Paco habla publicado más de mil poemas en periódicos y revistas, aunque los recogidos en sus libros no superan los 600, contando incluso los que contienen sólo variaciones de los ya publicados.
Pero algo más ocurrió en la cárcel alicantina: el ansia de libertad, la necesidad de luz y espacios abiertos, la evasión mental hacia un mundo feliz, le llevó a escribir una narración que sigue siendo desconocida por la mayoría de los lectores del poeta: Un sueño fantástico de la niña Jandira. Pero esa es otra historia que habrá de esperar el momento oportuno para relatarla.