Cumplir medio siglo de vivencias, como ha sido mi caso, en nuestra fiesta de Moros y Cristianos supone llevar sobre sí mismo la zozobra de ignorar el gran misterio que desde el siglo XVII se ha cernido sobre los orígenes de nuestra fiesta, preocupación que queda reflejada también en el libro de Hipólito Navarro La fiesta de Moros y Cristianos de Petrer, en el cual el autor lamenta la ausencia de documentación que pudiese resolver el enigma. Inquietud constante que es también la de otros muchos amantes de estos festejos y estudios de distintas áreas festeras de nuestra geografía. Como lo fue también del que fuere presidente de los MorosViejos, Juan A. Navarro Pérez, quien ya decía en el boletín informativo de su comparsa en 1978: “Afirman los que han intentado estudiarlos que no se conoce con exactitud el origen de nuestra fiesta. Nadie sabe explicar de qué forma se inició, en qué fecha, por razón de qué. Existe una serie de interrogantes al respecto, que posiblemente jamás podremos descubrir…”
A su par, también autoridades del mundo de la investigación levantaron sus voces confirmando su desconocimiento. Francisco Checa, profesor de la Universidad de Almería y estudioso de las fiestas de Andalucía, sentenció al decir: “Es muy difícil conocer dónde se originaron e incluso quién las ideó. Pero se sabe que estas representaciones ya existían desde hace varios siglos”.
Para comprender mejor los hechos que realizaron nuestros antepasados y el porqué de sí mismos, transcribimos el primer párrafo del trabajo de Vázquez Hernández “San Blas, 375 años de su fiesta y devoción en Sax y sus antecedentes” (2003). El autor se sitúa en la España de comienzos del siglo XVII, cuando la religión y el espíritu católico impregnaban todos los aspectos de la vida cotidiana, resumiendo que el sentido religioso popular de principios de este singular siglo con invocaciones a multitud de milagros que acaecieren después de la expulsión de los moriscos fueron decisivos para la veneración de santos y reliquias que iban a presidir la vida de los españoles en cada población, según el resultado del Concilio de Trento, que apunto por acabar con los graves problemas de la Iglesia como el fin de las guerras religiosas, instaurar la reforma en el seno de la Iglesia y liberar a los católicos de los musulmanes. Vázquez –en su interesante trabajo– aporta la cita de William A. Christian: “los santos en general, tanto los antiguos santos locales como los nuevos santos epidémicos, se hicieron especialistas en enfermedades y plagas”. Si ante esta situación añadimos el peso de la Inquisición, el resultado de la conducta del Medievo no debe de sorprendernos.
Si es cierto y compartido el texto de Francisco Checa y el de nuestro fallecido querido amigo Juan A. Navarro Pérez (1978), en que también manifiesta su desolación por la ausenciade datos sobre los orígenes de nuestros Moros y Cristianos, como exponente de una realidad compartida en el mundillo de nuestra fi esta local, tuvieron que pasar quince años para que en 1963 se editase en Nueva York la obra Aspectos folklóricos y literarios de la fiesta de Moros y Cristianos en España, de Carrasco Urgoiti. Obra reveladora y determinante que Hipólito Navarro poseyó más tarde, una parte fotocopiada, procedente de la biblioteca de su íntimo amigo y festerólogo Joaquín Barceló de Sax, también festero de Petrer.
Un dato releído muchas veces me llevó a pensar que Hipólito sabía más de lo que escribió en su libro, opinión mía con la que coinciden otras personas que leyeron con detenimiento la cita de Hipólito en la página 113 de su libro, donde escribe que: “en 1666 se ordena por orden del Virrey de Valencia la creación de una comparsa conforme se acostumbraba antiguamente”. Me parece éste un dato del máximo interés y que Hipólito no subraya.
La página 113 del libro de Hipólito La fiesta de Moros y Cristianos de Petrer (1983) nos abre el capítulo referente a los “Orígenes y antecedentes”, página de la cual tiraremos de su hilo para intentar descifrar la fecha del nacimiento y la razón de ser de nuestra fiesta, pues era materialmente imposible que naciera de la manifestación popular en nuestro antiguo pueblo después de la expulsión de los moriscos y el asentamiento de los nuevos colonizadores, quienes también sufrieron la pertinente penuria derivada del abandono de las tierras y las tensiones constantes de los nuevos labradores de la villa con el conde de Elda, consideradas como grave problema social a mediados del siglo XVII.
El texto seleccionado está inmerso junto con otros datos aislados y dice: “… También en el año 1666 en “Consell” del 2 de Noviembre,… se da cuenta de una carta que el Marqués de la Casta, Gobernador de Orihuela, por orden del Marqués de Leganés, Virrey de Valencia, se pide que la aliste una Compañía conforme se acostumbraba antiguamente, y que se ha de nombrar Capitán Alférez y Sargento, y que estos se nombren por suerte y se nombraron: Capitán a Melchor Pérez; Alférez a Esteve Ripoll y Sargento a Bonifacio Rico”.
Después de releer este texto, no podía comprender que se nombrara por suerte, por sorteo, capitán, alférez y sargento para formar una compañía “conforme se acostumbraba antiguamente”, dado que los cargos implicaban el uso de armas, además de un grado de preparación de tácticas militares defensivas y del ataque de los turcos, ante un posible desembarco en nuestras costas cuando las gentes del pueblo eran agricultores; más bien parecía que del texto se desprendía la orden de organizar una comparsa; y si ello era incomprensible, en el dato de 1639 se mencionaba “a los soldados alistados como los demás de dicha villa”… de las compañías de Elda y de Petrel”, lo que nos apartaba de toda duda, si bien lo más decisivo fue comprobar que la orden iba firmada por el mismo marqués de Leganés, virrey de Valencia, que a su vez era también gobernador de Orihuela, y saber –como hemos repetido en otros trabajos– que la población de Jumilla en el año 1614 contaba documentalmente con la fiesta denominada de Moros y Cristianos.
Habían transcurrido 52 años desde 1614, fecha de Orihuela, a la nuestra de 1666 en la que se ordena el alistamiento de la compañía. El dato era propicio para pensar que nuestra fiesta también estaría cerca de la fecha de Orihuela que la sitúa en el 1614, contando en que en el documento de 1666 se especifica sin ninguna duda el hecho de que se formara la compañíaconforme se acostumbraba antiguamente, y que se ha de nombrar capitán, alférez y sargento.
Si la página 113 nos revela la procedencia y la autoría de la proliferación de las fiestas de Moros y Cristianos, a partir de este dato pude recomponer, en mi opinión, el misterioso puzle, pues si la procedencia nos llega de Valencia, vía oficio por orden del virrey de Valencia, los datos que esgrime la página 114 determinando en el documento de 1617 que el Consejo ordena “… que porten la donsayna de la Vila de Castalla, de grossa y mig ademets y una arrova de pólvora…” y en 1623 sigue ordenando la compra de “dos arroves de pólvora y portés una dolsayna y predicador” documento en el que también se habla de “… fer la festa del castell…” y años más adelante también nos indica la orden hacer “la función con alardo…”
En definitiva, Hipólito en su libro introduce datos necesarios para saber que, quien ordenaba hacer la fiesta, también pagaba la música y la pólvora, y además que se contaba conla colaboración de “uns fadrins per a que tiren” cuando ya estaba “ la Compañía de soldados alistados”.
¿Sabía Hipólito que en su libro estaban las piezas que explicaban, en síntesis, el misterio del origen de la fiesta, añadiendo muchos de los datos que aporta en su libro M.ª Soledad Carrasco Urgoiti, libro que, como dije antes, recibió fotocopiado de su amigo Barceló?
En la página 117, en un párrafo decisivo, Hipólito nos dice: “Creemos que está claro lo de la intervención de aquellos “fadrins”, lo de la “Capitanía de soldats” con “música y festa de pólvora, lo de la función con alardo y el nombramiento de capitán para el alardo, así como lo de formar un cuerpo de hombres armados con arcabuz, conducidos por su capitán y demás oficiales, vecinos de la villa”. Él sabía que en estos datos tenía que estar la clave del misterio, pero el puzle continuaba estando sin ajustar hasta que, en mi opinión, la orden del virrey de Valencia ordenó que se “aliste una Compañía… y que se ha de nombrar Capitán, Alférez y Sargento, y que éstos se nombren por suerte y se nombraron: Capitán a Melchor Pérez; Alférez a Esteve Ripoll y Sargento a Bonifacio Rico”. Es un acta del año 1666, acta que, por su importancia, en mi opinión debería de grabarse en bronce y exponer en nuestro castillo junto a los símbolos del moro y cristiano de nuestra fiesta.
Examinando la obra de Carrasco Urgoiti, destacan aspectos tales como el que, en todos los pueblos celebrantes, “existe la idea de que la fiesta procede de tiempos remotos y que exalta el triunfo de los naturales del terruño sobre los infieles, cuyo dramatismo responde más a una tradición nacional que regional- local, guardando una cierta relación con el Santo Patrón, subrayando además que el texto dialectal es un hallazgo raro aun en regiones como la levantina, en que la población campesina no habla habitualmente el castellano, añadiendo que el carácter culto o semiculto de los textos no es exclusivo de las comunidades rurales, sugiriendo que en los pueblos rurales sectores educados –curas, maestros, poetas– han tomado mucha parte en la elaboración de los textos que hoy se usan”. En Petrer se recuerdan las actuaciones del poeta E. Amat y del cura J. Zaragoza y, posiblemente, del mismo Hipólito sobre la reforma de partes del texto de las embajadas, en torno a los años cincuenta del siglo pasado.
Resulta reiterativo, y a su vez necesario, señalar que los antecedentes históricos conocidos de la fiesta de Moros y Cristianos, en su forma empírica, se producen entre las tropas cristianas que combaten a los musulmanes a lo largo y ancho del Al-Andalus, conociéndose los primeros datos enmarcados en el siglo XII, donde en diferentes campamentos con asentamientos militares cristianos, ante celebraciones importantes, casi siempre onomásticas, nacimientos o desposorios reales, una parte de la guarnición se disfraza de moro portando enseñas musulmanas, mientras que la otra mitad representa a los cristianos. “Se proclaman embajadas y luchan en un castillo de madera, y en otras poblaciones las chusmas roban símbolos cristianos y finalmente los cristianos son vencidos en la primera parte de “la función”. En la segunda parte, los cristianos, guiados por un guerrero celestial que viste de blanco simulando a Santiago “Matamoros”, cuyo papel solía interpretar un capitán del ejército cristiano, el cual anima a los cristianos, y en una nueva batalla, después de invitarles a la rendición, vencen a los moros recuperando lossímbolos de la cruz perdidos. Como colofón, los moros reniegan de su religión, queman sus símbolos, y convertidos el cristianismo abrazan la cruz”.
En la obra de Carrasco Urgoiti se resalta la actuación de las chusmas, resumiendo con el siguiente e interesante dato para la Chusma de nuestra localidad: “… finalmente todas las noches suia ruido de máscaras y carreras que aunque no se llevasen a la perfección que pudiera, pero con todo eeso en esta parte hacia su papel de gracioso la chusma que las formava: y esto mismo hicieron una tarde los devotos, con un juego de moros y Christianos, finjiendo cautivar la imagen del Santo y boluerla a librar. (Fiestas que la muy insigne y antigua ciudad de Cádiz hizo en la beatificación del Glorioso Patriarca San Juan de Dios. Sevilla, 1621)”.
Los datos conocidos de La Chusma de Petrer, que constan en el libro de Hipólito, nos dicen que el nombre de la Chusma aparece por primera vez en 1887, en cambio es en 1760 cuando se nombra la función con alardo que se determina para el segundo día de Pascua de Resurrección. La relación de fechas entre la de Cádiz y la de Petrer las separan 139 años, y los datos que hablan de hacer la función con el alardo, en que se cita por primera vez a la Chusma, los separan 127 años. Son casi siglo y medio de silencio entre ambas fechas lo que nos hace pensar que La Chusma apareció tardíamente ya en 1887, sin tener relación con la función citada del año 1760, pues a la de Petrer no se le conoce más acción que la realización de la parodia de la fiesta con indumentaria a la usanza morisca, tal como llegó hasta mediados del siglo XX, como vimos nosotros mismos y confirman fotografías publicadas. En relación con La Chusma, gracias a la transmisión oral, se constata que en torno a los años siguientes de la posguerra, con sus muchas hambres y penas, la Chusma retomó la costumbre ancestral durante las fiestas de hacer comidas públicas, tradición de finales del siglo XVI-XVII que convocaba durante las fiestas de los pueblos de España a los dispersos 150.000 ociosos, entre vagos trashumantes e incluso familias que industrializaban la mendicidad durante fiestas y romerías, según cuenta J. Caro Baroja (1981).
La aparición de una nueva obra titulada Moros y Cristianos, firmada por Marlène Albert-Llorca y José Antonio González y publicada por la Universidad de Toulouse (2003), implica a un grupo de jóvenes investigadores que se patean varias áreas festeras, desvelando que todas las fiestas mantienen el mismo esquema: son fiestas promovidas por la Iglesia y las monarquías de turno para convencer al pueblo que los perdedores fueron los invasores y que la religión verdadera era la de los vencedores, ayudando así a la manipulación de la historia en concomitancia con la ausencia de libertades que este país sufrió durante demasiados siglos. Y no es hasta nuestro tiempo cuando se pueden editar libros de investigación de verdadero impacto histórico, como el nuevo libro de la profesora de Estudios Árabes e Islámicos Dolores Oliver El Cantar de Mío Cid: génesis y autoría árabe (2009), en el que sostiene una hipótesis revolucionaria y abre nuevas vías de estudio no sólo en los aspectos literarios sino en la relación entre ambas culturas. Publicación legítima no exenta de polémica impensable de publicar en otros tiempos, pues sostiene que fue el poeta y jurista árabe Abu I-Walid al-Waqqashi quien ideó el famoso poema épico “para inmortalizar al Cid y éste, a cambio, se comprometió a respetar las creencias de los musulmanes de Valencia, conquistada a los árabes por Rodrigo Díaz de Vivar”.
Y como resumen de estas dos aportaciones literarias, se preguntan los investigadores de Toulouse: ¿no se están volviendo, juntos Moros y Cristianos, garantes míticos de una identidad recompuesta? Añadiendo Dolores Oliver: “Hay que tener amplitud de miras, estudiar objetivamente la historia y si hay dos mundos conviviendo hay que estudiar los dos. La historia de la España musulmana que se está estudiando es falsa, completamente falsa”.
Si es plausible la resolución de los investigadores, también fue admirable el hecho de que hace más de cincuenta años se produjo en nuestro pueblo una acción que en cierta forma recompuso la identidad de la cultura infravalorada musulmana de nuestra fiesta, cuando miembros del entonces Club de la Juventud que hoy ya peinan canas, después de realizar una encuesta en el pueblo sobre nuestra fiesta, reveló que mayoritariamente se censuraba que al final de un acto festero se le volase la cabeza a la Mahoma. Hipólito Navarro, siendo presidente de la Unión de Festejos, junto con el anterior presidente Luis Vera, apoyaron la decisión de prohibir tan lamentable acto, manifestando los malos ratos que habían pasado cuando, durante algunas las fiestas, invitados de la embajada árabe presenciaban tan despiadado y sonado acto; pues no en vano la cultura árabe, junto a la cristiana y judía, elaboraron el auténtico carácter plural de nuestra personalidad durante casi un milenio.
Hemos llegado al final de este trabajo después de un largo viaje rastreando pistas de datos oscuros, salteando siglos, interpretando situaciones análogas y descartando datos que no nos acababan de convencer. Los deseos de saber más, anhelos propios y de tantos amigos que ya nos dejaron, nos han motivado a seguir con el trabajo y a superar los momentos bajos, con la convicción final de que hemos avanzado en conocimientos gracias al mundo de la investigación cada vez más amplio y dotado; detenidos en este punto, que nunca será el final, seguramente seguiremos preguntándonos muchísimas cuestiones más de interés en el mundo de nuestra querida fiesta, que concebimos como la exaltación de las grandes culturas de nuestros Moros y Cristianos, si bien, como otros opinan sabiamente, nos faltan los judíos. No obstante, terminamos deseando que después de esta exposición nos sea más fácil asimilar que la antigüedad de nuestras fiestas, como constantemente Hipólito sospecha en su obra, está más cerca del siglo XVII.
BIBLIOGRAFÍA
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OLIVER PÉREZ, D.: El Cantar de Mío Cid: génesis y autoría árabe, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, Almería, 2009.
Mi gratitud a la profesora Laure Heuzé por su aportación en la confección de este trabajo.