La esperanza de Caprala

NOTA: Artículo publicado originalmente en la revista Petrer Mensual nº 38, febrero de 2004. Hoy la Esperanza de Caprala es, de hecho, un restaurante y casa rural regentada por Antonio Rico Navarro, ‘Saoro’, y su esposa.

 

Don José Sarrio Sempere fue un reputado y distinguido militar destinado en la colonia española de Cuba en el último tercio del siglo XIX. Allí hizo su fortuna y gracias a ella compró varias propiedades en la madre patria. Las fértiles tierras del valle de Caprala le atrajeron de manera especial y durante años se erigió en el mayor terrateniente de la zona. Construyó una casa de tres plantas en el corazón del caserío que con el tiempo se convirtió en un punto de referencia para los lugareños. Murió en el año 1902 y sus descendientes poco a poco se fueron desentendiendo de la heredad. Cien años después de su muerte, dos petrerenses, tras un dilatado y laborioso trabajo burocrático, no exento de dificultades, se han hecho con la legendaria finca de la Esperanza para volverla a poner en producción.

Fachada principal de la casa.

 

Antonio Rico Navarro, vin­culado a Caprala desde que sus padres se cons­truyeron una casa hace veinti­tantos años, siempre soñó desde que era un crío comprar la casa situada junto a la era del caserío de esta partida rural. Sus dimen­siones, su estilo, sus enormes co­rrales y los centenarios olmos que la resguardaban de los vientos del norte despertaron su atención en los descansos de sus correrías ve­raniegas. Por fin su anhelo se ha hecho realidad gracias a la cola­boración de otro petrerense – Alejandro Jiménez Selva-, quien contagiado por la ilusión de An­tonio, emprendió también la aventura de desenmarañar el impresio­nante cúmulo de dificultades bu­rocráticas que se les venían enci­ma si querían comprar las tierras y el inmueble. Alejandro asegura que todo el peso de la negociación la ha llevado Antonio y por ello aplaude su constancia y tenaci­dad. A lo largo de siete años han tenido que tratar con el adminis­trador de la finca en un principio y más tarde con los herederos -los biznietos- diseminados por varios puntos de la geografía española (Barcelona, Cádiz y Cáceres).

Durante su primer contacto con la casa, una vez que, ¡por fin!, se firmó la escritura, apareció en­tre muchos objetos personales (cartas, fotografías familiares, pe­riódicos de la época, libros, pos­tales, etc.) un uniforme militar que utilizaban los oficiales españoles en su destino de Cuba. De color azul oscuro, con hombreras, bo­tones dorados, que en su tiempo destacarían por su brillo, y algu­na distinción laureada. Y es que Don José Sarrio debió ser un militar importante. Tenía tratamien­to de llustrísimo Señor. Era Co­mandante graduado, Capitán de Infantería, había sido galardona­do como Caballero y estaba en posesión de la Gran Cruz y Placa de la Distinguida y Real Orden de S. Hermenegildo y S. Fernando. También fue condecorado con las Medallas y Cruces de África, Cuba y Mérito Militar.

La casa tiene unas magníficas vistas de la Umbría de Marcos.

A mediados del siglo XIX la carrera militar era una profesión de futuro y de ahí que los militares profesionales fueran por lo general gente culta e ilustrada que estaba al frente de unas tropas muy poco preparadas. José Sarrió amasó su pequeña -o mediana- fortuna en Cuba, cuando todavía la isla caribeña era una colonia es­pañola. Compró varias posesiones e inmuebles en Monóvar -de donde era oriundo-, en Elda y en Petrer. Quedó prendado de Caprala y allí mando construir una casa solariega donde pasar largas temporadas y, también, adquirió muchas tierras en el valle. Tenía fincas diseminadas por toda la zona, desde las inmediaciones del nacimiento de agua de Caprala hasta la Casa del Dolç, muy cerca del Arenal de L’Almorxó. Pegada a la casa construyó una bodega, corrales para el ganado, pajar, almazara y cambra. Sin embargo, sus bienes más preciados fueron sus derechos a horas de agua que todavía hoy en día perduran, y la casa, repartida en tres plantas de 88 metros cuadrados cada una. La bautizó, le puso el nombre de Es­peranza en honor a su única hija llamada María de la Esperanza. También tenía un hermano llamado Don Buenaventura y dos hermanas monjas, Sor María de la Salud y Sor María del Remedio.

Uniforme militar de Cuba.

Su esposa que también gozaba del tratamiento de llustrísima se llamaba Joaquina Amat Linares. En la fachada todavía se puede contemplar unos manises (azules) con el nombre de la casa. Queda el hueco de un mosaico en el que estaba representada la figura de Cristo.

Publicaciones del siglo XX.

Su hija anduvo poco por la fin­ca pero el nieto, conocido en Ca­prala como el senyoret, venía to­dos los veranos a sacar cuentas con el administrador Juan Payá.

Era abogado de Aduanas y dicen que se desplazaba desde Barce­lona hasta Petrer a bordo de un Seat 850 al que no le gustaba for­zar la marcha y por eso sus viajes se convertían en interminables. Una vez en la finca, cámara fotográfica en ristre, gustaba de vi­gilar cada uno de los lindes e ins­peccionar que ‘les fites’ (mojones) estaban en su sitio. Tal era su ce­lo a la hora de reclamar lo que, a su juicio, era suyo que tuvo sus más y sus menos con más de un lugareño.

Álvaro Rico con el piano.

 

En la entrada a Caprala, en lo que hoy es un bosque de pinos, junto a la carretera, existieron unos viñedos dedicados a la ela­boración de cava que -aseguran- ofrecían una envidiable calidad. El resto de la finca, muy diezma­da, por el abandono está planta­da de olivos aunque la mayoría de las tierras quedaron desde ha­ce años yermas a merced del bos­que bajo y de los pinos. De ahí que algunos bancales se han convertido en auténticos bosques. La casa, durante algunos años, es­tuvo alquilada a varias familias de nuestra población o forasteras. El escritor Enrique Angulo, recien­temente fallecido, pasó un vera­no en La Esperanza.

El paso del tiempo no ha lo­grado borrar un pasado de cier­to esplendor. Las camas de hie­rro, un piano, algunos muebles y ciertas pinceladas en la decora­ción. Por ejemplo, en el zócalo de cada habitación estaban ins­critas -todavía lo están- las ini­ciales de la persona que ocupa­ba la alcoba.

Cien años después del co­mienzo del declive de una de las fincas más ricas del término mu­nicipal -por la abundancia de agua- tornan a resurgir. Como el ave fénix, desde su ocaso levanta de nuevo el vuelo. Los aban­donados bancales vuelven -y vol­verán- a labrarse y a estar ocu­pados por árboles autóctonos co­mo los varias veces centenarios olivos cuyos troncos retorcidos han resistido el paso del tiempo y distintas culturas. Tierras y casa están plagadas de proyectos e ilu­siones de sus nuevos propieta­rios y los sueños y la ilusión son si­nónimo de esperanza.

Las fotos familiares quedaron en la casa.

 

Recuerdos olvidados

Una especie de sensación agridulce quedó tras la visita a la enigmática Casa de la Esperanza que le ha dado nom­bre a una de las fincas señeras de Caprala. Siempre hemos sostenido que esta parte de nuestro término mu­nicipal se asemeja más a una pedanía que a una par­tida rural. Durante la visita a cada una de las estan­cias, en estantes, armarios, repisas o muebles apare­cieron abandonados gran cantidad de objetos y muchos documentos familiares. Fotos de personajes desconoci­dos para nosotros pero tremendamente vinculados a la historia de quienes habitaron el inmueble. Imágenes y ar­tículos en diarios de principios del siglo pasado, algu­nas monedas de la época que servirían de trueque pa­ra la compra de cualquier mercancía, unas cartas ma­nuscritas… en definitiva, una sensación extraña al ver las fotos familiares, las cartas y los objetos muy perso­nales olvidados en el más puro desorden por los rinco­nes de cada una de las estancia.

 

One thought on “La esperanza de Caprala”

  1. Me gusta volver a releer este artículo que nos permite conocer parte de la historia de La Esperanza.
    Quiero felicitar a Saoro y a Mª Carmen por haber recuperado esta singular finca, por abrirnos sus puertas y hacernos sentir como en nuestra propia casa. Os animo a que sigáis deleitándonos con vuestra cuidada gastronomía en un entorno donde la naturaleza nos muestra todo su esplendor.

    Capralenc

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