La aventura de la emigración: Querer es poder (III)

rue vaugirard 2a

Les dejamos el último párrafo del capítulo anterior:

El rostro de aquella mujer, de nombre Raymonde cambia de color y girando el rostro ligeramente hacia el interior de la vivienda pronuncia con un hilo de voz ¡Michel! (ya está, me digo, hasta el nombre se ha cambiado). Efectivamente se nacionalizó francés y su nombre ya no es Manuel.

Aparece en el umbral, un hombre totalmente desconocido para mí, al que veo muy nervioso y que sin articular palabra y mediante un gesto con su mano me invita a entrar. Ya en el salón me presenta a su compañera a la que le debe la vida cuando era perseguido por la Gestapo alemana.

La Gestapo de Hitler. Imagen vía Taringo.
La Gestapo de Hitler. Imagen vía Taringo.

Tal vez a modo de justificación escucho durante una larga hora todas las desventuras que dice haber vivido desde que abandonó familia y hogar en Barcelona. (Algunos dicen ir a por tabaco y no regresan, a él lo de la guerra le sirvió de coartada para desaparecer).

Aunque tal vez haya en su relato algo de verdad, no me creo nada.

Solo después de haber aliviado su conciencia, me pregunta por mi madre (su esposa) y su otro hijo, mi hermano. Le explico muy brevemente lo mal que lo pasamos en su ausencia, no vale la pena entrar en detalles, la verdad es que ninguno de los tres le importamos demasiado, además a medida que voy observando el mobiliario va creciendo mi indignación. Es mediodía y me invitan a que coma con ellos. La comida es frugal, puré de patatas, pollo y de postre tarta de chocolate.

Vuelve a contarme las veces que escapó de ser fusilado y que una vez «in extremis» fue rescatado de los alemanes por Raymonde, su actual pareja y su grupo de partisanos de la resistencia francesa.

¿Qué ha sido de aquel hombre de izquierdas tan admirado por mi madre, defensor del oprimido, con la palabra libertad siempre en su boca y obsesionado por la igualdad entre los hombres? Creo que nada, solo palabrerías ¡¡qué desengaño!!

Ni siquiera ha tenido el detalle de preguntarme si necesitaba algún dinero.

Camino de la parada del autobús en que me acompañan ambos (su flamante automóvil Peugeot queda aparcado en su garaje), le comento y le explico que me veo obligado a regresar a España ya que mi pasaporte ha caducado, y es en aquel momento en que se decide a echarme una mano, por primera vez y última en nuestras vidas.

 La rue de Vaugirard. Imagen de Paisavant.
La rue de Vaugirard. Imagen de Paisavant.

Al día siguiente lunes pasa a recogerme y me lleva al Ministerio del Interior, rue de Vaugirard. Por el camino me explica que se dedica junto a un socio francés de origen judío, a la fabricación e instalación de mobiliario de cocina de alto standing. Entre sus clientes han figurado personas como Charles Aznavour, François Mitterrand, Françoise Hardy etc. Y a quien vamos a ver es al Subprefecto de Interior, cliente y amigo.

François Mitterrand. Imagen extraída de Wikipedia.
François Mitterrand. Imagen extraída de Wikipedia.

El ujier nos acompaña hasta el despacho de aquel importante señor con el cual debe existir una buena amistad, como parece demostrar el hecho de que el tratamiento entre ellos no es el de “vous» habitual y distante, sino el de «toi» solo usado entre familia o amigos. Le explica mi situación y acto seguido y sin dudarlo extrae de un cajón de su mesa una tarjeta en la que escribe al dorso «Laissez Passer». Una hora más tarde tengo en mis manos los permisos de residencia y de trabajo.

Él, mi padre me estrecha la mano y regresa a sus quehaceres y no me lleva a mi hotel en su coche alegando compromisos.

Era el mes de febrero de 1952 y no volvimos a vernos hasta marzo de 1962. Fue aquel año en que decidí visitarle para que conociese a mi hija, su nieta, nacida en diciembre de 1961. Volvimos a vernos el día de Reyes de 1964, en el que se presentó en casa con una pequeña bicicleta para la niña. En todos aquellos años de distancia, solo se produjo una llamada telefónica por mi parte para comunicarle mi nuevo domicilio.

Después de pasar una semana trabajando a prueba, paso a formar parte de la plantilla de Monsieur Edmond Moreau, industrial que se dedica a la fabricación de prensas mecánicas, contando entre sus muchos clientes con importantes industrias como Saunier Duval de calefactores o Olida la conservera más importante de Francia. Allí junto al Sr. Moreau permaneceré hasta el año 1970 en que decido (equivocadamente) regresar a España.

Mis comienzos en la empresa de Mr. Moreau han sido duros. Aunque en la prueba a que me han sometido he conseguido el nivel P-3 (equivalente a operario de primera en España) con un salario que permite vivir sin dificultades, he tenido que adaptarme a un régimen de trabajo muy riguroso. Extremadamente exigente en los trabajos que se confían, nadie dirige la palabra a nadie durante la jornada y la celeridad es un factor que se tiene en cuenta. Como ejemplo de ello valga la anécdota que me ha ocurrido: cumpliendo con mi trabajo frente a mi máquina, voy tarareando en voz baja una tonadilla de mi país, cuando el jefe del taller Mr. Roger se me acerca y me pregunta, si me siento mal. Le respondo que estoy perfectamente y él argumenta que le ha parecido escuchar de mi boca algo así como un quejido, a lo que contesto con una sonrisa que solo rememoraba una canción de mi tierra. La pregunta me ha dejado perplejo – ¿Hay alguna clausula en su contrato que le obligue a cantar? Sin más comentarios sobre el tema.

La empresa se encuentra en la rue Robespierre en la localidad de Montreuil en la banlieue (cinturón) de París. Como yo vivo en Levallois que se encuentra justo al otro extremo de la ciudad, me he de levantar todos los días a las 5 de la madrugada para poder llegar puntualmente a mi lugar de trabajo a las siete, y cuando digo a mi lugar de trabajo, es porque no significa pasar la puerta de entrada de la empresa a esta hora, se trata de encontrarte a las siete frente a tu máquina. El trayecto en el metro es de una hora y media, incluyendo el transbordo que he de hacer en la estación Denfer-Rocherau. En pocas palabras, la vida es dura en París.

Rue Robespierre. Imagen de fr.topic-topos.com.
Rue Robespierre. Imagen de fr.topic-topos.com.

En la empresa de Mr. Moreau acabo de iniciar un largo recorrido que durará diecisiete años, durante los cuales ascenderé a jefe de taller y llegaré a convertirme en el hombre de confianza del “gran patrón” como llaman ellos al mandamás, algo por otra parte poco habitual en un extranjero. Mi influencia en la empresa me permite dar trabajo a españoles dentro del cupo que permite la ley. Por allí pasan jóvenes de Madrid, de Valladolid, de Murcia, Valencia o de Lugo, pero curiosamente ningún catalán. Todos ellos me hacen quedar muy bien, trabajadores y cumplidores, llegan a merecer el respeto de los compañeros franceses, porque curiosamente, hasta los andaluces que en España son considerados poco trabajadores, allí destacan por su capacidad de trabajo que en ocasiones supera al de los propios franceses. Es curioso comprobarlo.

…CONTINUARÁ…

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