No tuvimos la suerte de desplazarnos hasta Vietnam para conocerle, sino que nos encontramos con la amabilidad de José Luis González en una terraza del pueblo; con esa honda mirada de quien ha conocido a otras gentes y otras culturas. Con historias que contar de paraísos lejanos (México, China, Vietnam…) y también con su conocimiento extenso de la industria del calzado.
Pronto nos fijamos en su hablar pausado y su discurso relajado. Pese a residir en un país de connotaciones bélicas y uno de los más poblados del mundo, con 87 millones de habitantes, la vida allí transcurre en otro tempo, lejos del estrés al que los occidentales estamos acostumbrados. Y no será por una cuestión de trabajo, ya que en Vietnam la jornada laboral es más intensa que la nuestra y puede alargarse hasta la noche.
Aunque José Luis no conduce, sí pasa cada día por la ciudad más grande del país, Ho Chi Minh (popularmente conocida como Saigón), cosa que se convierte una auténtica aventura. Un mar de ciclomotores le envuelve en su recorrido, cientos de vietnamitas lo rodean portando los objetos más inverosímiles, desde animales, pasando por mercancías peligrosas, hasta familias al completo, que difícilmente cabrían en nuestros monovolúmenes. Una imagen que podemos haber visto en la red o en documentales televisivos, pero que en directo impresiona. Bien porque la gente no puede permitirse un coche, bien porque supone una locura hacerse camino con un vehículo de mayores dimensiones, lo cierto es que la moto es la estrella de las carreteras vietnamitas, algo que José Luis comprendió, integrándose como uno más en el caos. “Para cruzar una calle a pie es mejor no mirar a los lados, porque el visitante podría esperar durante horas, en vano, a que el tráfico se desvaneciese. Sólo queda levantar la mano y agitarla, esperando a que la marabunta de conductores vayan dejándote paso”, apunta José Luis.
Viajero desde la niñez
En este contexto se desarrolla el día a día de José Luis, un manchego nacido hace 57 años en Albacete y con sangre zapatera. Su padre ya formaba parte del gremio y en el año 1959, cuando contaba con siete años de edad, se trasladaron a Petrer. “Mi abuelo era zapatero, de La Roda (Albacete), y tenía un taller donde hacía zapatos a medida. Mi padre trabajaba como encargado en una fábrica donde se realizaban botas de Guardia Civil y en casa también hacía zapatos a medida, como mi abuelo. Además, todos mis hermanos son zapateros”.
Cuenta José Luis que con semejantes antecedentes era previsible dedicarse al calzado. Y así fue cómo empezó a trabajar cuando tenía doce años en la marroquinería, cuando corría el año 1964. “Empecé a desvirar a los 15 años y en aquellos momentos era el trabajo más peligroso, el más complicado y el mejor pagado también, dentro de la industria del calzado. Mucha gente ha perdido algún dedo en esta arriesgada tarea”.
Nos explica cómo el canto del zapato se pegaba a la suela, la cual tenía un sobrante, por lo que había que dejar el perfil ajustado a pulso, “trabajo que se tenía que hacer con una máquina que iba a 16.000 revoluciones por minuto, con una fresa de 16 dientes…”. Al recordar aquel momento, sonríe y confiesa que llegó a quemar unos cuantos motores de máquinas de desvirar.
El trabajo no sólo era peligroso, sino que era intenso, puesto que no trabajaba fijo en una fábrica, llegando a simultanear la actividad en cuatro o cinco, “de modo que cuando terminaba la producción en una, me iba corriendo a otra”.
magnifico reportaje sobre Jose luis y sobre la deslocalización de la industria del calzado en Petrer en este mundo globalizado.
Muy interesante.
Una aclaracion para el reportaje, Jose Luis NO CONDUCE LA MOTO , porque es totalmente imposible, es una aventura por los miles de motocicletas que conducen habitualmente. Creo ha sido un error de impresion.
vaya vaya, así que José Luís en la Muralla China…
jejejeje
Tengo que decir, compartiendo el dia a dia con Jose Luis, que es una gran persona, profesional y particularmente. Y si conduce moto, despacio pero conduce cada dia