Garzón y la democracia

España en democracia cada día anda peor y nos debería preocupar. Lo digo por los empeños más que claros de nuestros gobernantes en controlar también el Poder Judicial. Ya controlan, mercadeando sin pudor si es necesario, el Legislativo y no soportan la más mínima independencia de los jueces. Si esto sigue así, no sé si España se romperá o no pero que vamos directos a ser un país bananero, cada día tengo menos dudas desgraciadamente.

La pretensión gubernamental de controlar a los jueces continua de plena actualidad con  el “caso Garzón”. Qué es el “caso Garzón”, en qué consiste,  de qué se trata. Sencillamente de un juez denunciado por prevaricación (el delito más grave que puede cometer un juez en función del cargo) en tres actuaciones diferentes y en todas ellas el Tribunal Supremo encuentra elementos racionales de posible culpabilidad como para admitir a trámite las denuncias. La reacción del gobierno y la izquierda de este país ha sido salir en tromba, con toda su batería mediática incluida, en defensa de la inocencia del juez, descalificando a los querellantes, tergiversando las razones de las causas, descalificando a la Judicatura… y a la contra, otros haciendo casi un juicio paralelo de Garzón, apuntando las muchas actuaciones irregulares que haya podido cometer en toda su carrera. Pero vamos a ver: si Garzón continúa siendo inocente en tanto en cuanto el Tribunal no lo juzgue y condene, me querrían explicar a qué tanto alboroto.

Al margen de los espurios intereses que cada uno de los implicados en esta orgía de despropósitos democráticos puedan albergar, lo que es inadmisible en un estado de derecho es que la Justicia sea coaccionada por nadie y menos por el Gobierno como está ocurriendo.

El “caso Garzón” es un asunto triste para los españoles porque evidencia lo manipulables que algunos creen que somos; porque evidencia que los intereses de grupos están convencidos de podernos manejar a su antojo habida cuenta nuestra infantil formación democrática. Ya es un gran problema que la ciudadanía no confiemos en nuestros políticos, pero no es menos grave que a ellos les merezcamos tan poco valor como para pensar que se nos puede engañar facilonamente. El asunto se centra en cómo evitar divorcio tan perjudicial para la buena convivencia en desarrollo.

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