Deflación, burbuja, especulación, codicia, estafa, descontrol… palabras todas que se han utilizado para aproximarnos a una explicación de la hecatombe económico-financiera en la que nos encontramos. Y si hemos de considerar los serios análisis de algunos economistas, el exceso de ambición, el descontrol amoral y la desregulación promovidos por la euforia neocon desde los años ochenta estaría en la base de esta crisis monumental. Así, tras los esfuerzos posbélicos por implantar una sociedad del bienestar que mitigase la influencia soviética en las sociedades occidentales durante la guerra fría, la llegada de Reagan al poder sirvió para instituir algunas ideas económicas cuyas consecuencias pagamos hoy: la libertad de los mercados debía ser absoluta, sin nada ni nadie que la limitase; su autorregulación supondría la no intervención del poder político, mero espectador y árbitro ante el tatami financiero; además, se impuso una flexibilidad total para que los agentes económicos, ajenos a todo principio o conjunto de valores, actuasen con arreglo a intereses genéricos y abstractos: beneficio, rentabilidad, eficacia.
Todo esto, que ha proseguido durante casi treinta años, se traduce hoy en una situación tan calamitosa como insostenible. Aunque, sin embargo, las rentas del capital se han concentrado aún más y se han disparado a costa del empobrecimiento de las rentas del trabajo. Y no son pocas las voces que hablan de una necesidad de regulación, de control e incluso una mayor intervención estatal en la onda del keynesianismo de entreguerras. Tampoco falta quien subraye la oportunidad de aprovechar esta hecatombe para introducir cambios estructurales en la mecánica frenética y depredadora a que ha llegado el capitalismo hoy. O quien proclame la conveniencia de establecer relaciones y vínculos económicos menos compresivos y dañinos, más humanizados, basados en criterios éticos y de sostenibilidad. Como ha señalado Juan Francisco Martín Seco en La trastienda de la crisis. Lo que el poder político quiere ocultar, «resulta insostenible un sistema económico en el que las empresas pretendan producir en los países con salarios bajos y protección social y labora inexistente, y vender después sus productos en otros en los que el nivel de vida sea elevado». Es decir, que un modelo basado únicamente en la explotación y la obtención de beneficios con el menor coste posible, es ya un modelo generador en sí mismo de conflictos y contradicciones en plazos no tan amplios. Además, por supuesto, de inhumano.
Entre otras aportaciones recientes, en junio pasado apareció una Carta de los economistas italianos ante la crisis (ver en www.letteradeglieconomisti.it) suscrita por más de trescientos profesores universitarios, y que les recomiendo leer íntegramente, donde se diagnosticaba que «esta crisis tiene varias explicaciones, entre las principales la ampliación de la brecha mundial entre una creciente productividad y un estancamiento o tal vez más, una desaceleración de la capacidad de consumo de los mismos trabajadores. Durante largo tiempo esta brecha se vio compensada por un extraordinario crecimiento especulativo de los valores financieros y del endeudamiento privado, que a partir de los EEUU funcionó como estímulo de la demanda global». O sea: una continua huida hacia delante. Y, entre las medidas para superarla, además de incidir en la necesidad de poner freno a la especulación o de fortalecer y regular los contratos nacionales, los salarios mínimos, etc., inciden en que «se debe disciplinar y restringir el acceso del pequeño ahorro y de los fondos de pensión de los trabajadores al mercado financiero. Se debe transparentar el principio de separación entre los bancos de crédito ordinario que prestan en el corto plazo y las sociedades financieras que operan en el mediano y largo plazo».
También en un artículo muy interesante, Adela Cortina, catedrática de Ética, concluye que «sin control, los bancos juegan al riesgo excesivo, al préstamo basura un día y a no prestar al siguiente, los ayuntamientos avalan recalificaciones, los consumidores se endeudan más allá de lo razonable y llega un tiempo en el que el tren de la actividad económica da un brusco frenazo. Que parece que, al menos en parte, es lo que nos ha pasado». Para terminar preguntándose: «¿No es cierto que la economía ha de ayudar a construir una buena sociedad y, cuando no lo consigue, fracasa rotundamente, teniendo en cuenta que esa buena sociedad hoy ha de ser mundial?».
Esta es, a mi modo de ver, la pregunta esencial a la que hemos de responder si queremos reorientarnos en un panorama tan tirante como complejo. Y me parece muy acertada la respuesta de Vicente Verdú, autor de El capitalismo funeral, al señalar que «el futuro será más estable y feliz con una política redistributiva eficaz que rescate y promueva el bienestar de una amplia clase media. Pero, a la vez, una acción redistributiva acorde con la visión de una sola Humanidad intercomunicada y en donde la visión de la desigualdad, la injusticia y la miseria se hace ya menos tolerable que nunca». Y en consonancia con tales principios, «la nueva empresa impulsará relaciones más cooperadoras, transparentes y creativas y mejorará, en suma, los ambientes laborales para contribuir a deshacer la idea del trabajo como castigo biblíco para reconstruirlo como un quehacer inseparable del desarrollo personal y profesional».
Según vemos, términos como sostenibilidad, cooperación, transparencia, redistribución, control… van emergiendo como imprescindibles para para implantar una economía más ética, menos asfixiante, más respetuosa con el medio ambiente, con la calidad de vida: más humanizada, en suma. Entre las alternativas que desde hace más de veinticinco años se ofrecen a las tensas fórmulas existentes, me detendré brevemente en el modelo de la banca ética como ejemplo valioso y representativo de una forma diferente de concebir las relaciones financieras o los conceptos de ahorro e inversión, en un planteamiento más cooperativo y participativo que competitivo, ambicioso y egoísta. Así, frente al desconocimiento y/o esa indiferencia ante cómo y dónde se invierte nuestro dinero cuando lo depositamos en un banco tradicional, desde la banca ética se promueve la inversión en proyectos respetuosos con la dignidad humana y el medio ambiente, en aras de un desarrollo individual y social dignos y sostenibles. Es decir, no se trata tanto de alterar o rechazar las fórmulas financieras de la banca tradicional, como de asentar toda su actividad sobre valores más humanos que los puramente lucrativos que aún siguen imperando hoy.
No invertir además en proyectos negativos (comercio de drogas, armamentismo, tabaco, alcohol, etc.) y fomentar, a base de microcréditos por ejemplo, las iniciativas de personas o comunidades sin recursos -o con escasez de ellos- que de otro modo no optarían a los créditos bancarios tradicionales, son criterios prioritarios para un banco ético. La rentabilidad obtenida se destina a la protección del medio ambiente, la lucha contra la pobreza, la defensa de los derechos humanos, etc. En España, por ejemplo, está implantado ya el proyecto Fiare, que aglutina a unas quinientas entidades, dependiente de la Banca Popolare Ética, en la que sus ahorradores y depositarios actúan como activos socios de la entidad, participando en las sesenta circunscripciones locales para una toma de decisiones más compartida y transparente. De modo que en ellas funciona la supremacía de los socios, consistente en que en una votación todos ellos tienen el mismo poder, independientemente del número de acciones que tengan, siguiendo el principio de una persona, un voto. En la Comunidad Valenciana, la red EnClau actúa como asociación independiente para la financiación alternativa de proyectos cooperativos, contra la exclusión social, de desarrollo rural, etc., trabajando con aquellas entidades financieras que promueven productos financieros respetuosos éticamente con las personas y el entorno, como el estalvi solidari u otros de ahorro responsable a través del Fiare. Quien esté interesado en conocer más a fondo ambas propuestas puede acudir a las webs www.enclau.org y www.fiare.org. O www.triodos.es, la página del importante Triodos Bank, implantado ya en toda España.
Hoy sabemos que la actividad económica nunca es neutral, como aún sigue pregonando el neoliberalismo trasnochado. No funciona involuntariamente o sin intención. Estas otras entidades parten de que toda decisión económica es, también, una decisión ética, presupone unas determinadas convicciones y cuyas consecuencias favorecen a unos y perjudican a otros. Pero ojo, como señala Ignasi Boleda, presidente de Oikocredit Catalunya, especializada en la concesión de microcréditos, » es importante no confundir los bancos éticos -entidades que han nacido con clara vocación social- con las estrategias comerciales que utiliza en muchas ocasiones la banca tradicional para aprovechar la sensibilidad de muchas personas creando tarjetas, libretas y fondos solidarios, productos en los que se destina parte de las comisiones a financiar alguna ONG, pero que no cuestiona el uso que se hace de del dinero que se mueve en estos productos o en qué tipo de empresas invierte ese fondo o que puede incluso conducir a mensajes paradójicos como cuanto más consuma vd. con su tarjeta de crédito, más solidario se sentirá«. Así, «utilizar el dinero como un producto en sí mismo que se recompra y se revende a través del mercado electrónico, generado una esfera especulativa que nada tiene que ver con la economía real, pero que acaba influyendo en ésta, es la que se tiene que acabar», concluye Peru Sasia, director de Fiare.
Tal vez vivamos un momento crucial en el que es necesario regresar a la etimología del vocablo economía, que para los griegos significaba literalmente «gestión doméstica», y reflexionar durante un instante para darnos cuenta que si las finanzas modernas y posmodernas parten de unos supuestos macroeconómicos para, a partir de ahí, establecer las pautas de comportamiento de indicadores como el consumo, el ahorro, el déficiti, etc., para salir de donde estamos se deben priorizar hoy acciones que se gesten en lo más cercano a nosotros, en nuestra propia economía familiar incluso, para desde ahí, en sucesivos vínculos de respeto y sostenibilidad, ir ampliando redes de desarrollo armónico que permitan una más sólida calidad de vida en un mundo más solidario y equitativo socio-económicamente hablando.
Parece una quimera hablar de ética y de finanzas sin que nos rechinen las meninges, pero cada vez se hace más evidente que de una conjunción armoniosa entre ambas depende nuestra estabilidad individual y social en el inmediato futuro. Como ha escrito Elvira Lindo en un reciente artículo (22/09/10 en El País) quizás estemos ante el reto de reeducarnos para afrontar esta nueva etapa que supondrá saber «administrar la escasez» de un modo responsable, solidario y más humano, promoviendo una economía menos lesiva e impactante con nuestro entorno y con nosotros mismos.