El pasado 12 de marzo sobre las 13:00, en la calle Pablo Iglesias a la altura de la Plaza de Toros, en Elda, dos ángeles le salvaron la vida a mi padre, gracias a esas personas mi padre sigue entre nosotros. Me encantaría poder darles las gracias en persona. Si deseáis poneros en contacto conmigo podéis llamar al teléfono 678 721 643 y si no, os agradezco de corazón lo que hicisteis por mi padre..
Este anunció apareció en un periódico gratuito de Elda, sin embargo nadie respondió a la natural necesidad de saber y de conocer que los familiares tienen, sobre aquellas personas que sin pensárselo dos veces, sacaron a Manuel de su Kia Shuma verde y le salvaron la vida aquel viernes de marzo, cuando el sol apuntaba alto y las manecillas del reloj sobrepasaban ampliamente el mediodía. Momento intenso en nuestra ciudad, a caballo entre el trabajo y el descanso, con la vista más puesta en el fin de semana por venir. Momento fatídico para Manuel quien, tal vez presa de esa prisa común, sintió acelerarse su corazón antes de perder la noción del tiempo y la luz de su propia consciencia.
Muchas razones tenía en su contra Manuel para ser atendido, además de las carreras del día y la hora, pues mucho se ha legislado sobre la obligación de socorrer al necesitado, pero también mucho se ha escrito, y más ha corrido por vox populi sobre las molestias soportadas por cumplir con el deber ciudadano, auxiliando al accidentado -¡Mejor no meterse en líos!- es el consejo del escarmentado, posiblemente por causa de una administración, poco hecha a humanidades, que sigue anteponiendo el rigor de luces y taquígrafos para evitar (según su natural y erróneo legislar) males mayores. Inconvenientes que, dicho sea de paso, nos vienen legados por la absurda anteposición del formulismo al bien que se juzga (mil ejemplos tiene la Ley). Ello por no hablar de lo que le puede ocurrir a alguien que, queriendo ayudar, cometa involuntariamente algún error fatídico y vea caer sobre él toda la culpa de esa cegata Ley, que gobierna, simplemente los actos de la ciudadanía, y no sus buenas intenciones.
Ni siquiera Manuel supo como ocurrió. Cuentan que vieron titubear al vehículo que conducía hasta que éste se detuvo en mitad de la calle. Y que un chico, y también una joven, le atendieron con rapidez sobre la propia acera, prestándole los primeros auxilios: masaje cardíaco y respiración boca a boca hasta que, avisado el SAMUR, pudo ser trasladado a la Unidad de Cuidados Intensivos. Le contaron luego que, posiblemente, aquellos mismos salvadores habían ido a visitarle, interesándose por su recuperación, pero no pudieron entrar a verle. La policía hizo entrega a la familia de las llaves del coche que había sido convenientemente aparcado, y nada más. Nadie, ni sanitarios, ni policías han podido dar cuenta a la familia sobre los hechos producidos en plena calle. Tal vez por ello todavía sigue Manuel estrenando nueva vida, tras sus primeros 48 años.
Nada recuerda él. Tampoco nada saben, ni su esposa Toñi ni su hija Sarai, de aquellos ángeles salvadores, cuya actuación fue decisiva para devolverle a la vida, según informaron los médicos, pero a los tres les gustaría conocerles y darles las gracias por no haber visto, en la ocasión, más que la necesidad de ayudar, de socorrer, de auxiliar al ser humano con problemas, sin pararse a pensar en todo lo demás.
Tal vez ambas cosas: socorrer y diligenciar sean compatibles, sin tener que obligar y molestar al ciudadano, en la manera que, parece ser, se incordia a posteriori. No lo sé. Habrá quien diga que nunca deberá ser molestia pasar por lo que sea para ayudar al necesitado, pero eso mismo les planteo yo a los legisladores, levantadores de atestados, interrogadores y todo aquel que suele confundir al auxiliador con un culpable (que los hay). Humanidad, eso es lo único que se le pide a estas personas que, según sus propias palabras sólo se limitan a hacer su trabajo. Pues eso, que a ver si lo hacen como Dios y la urbanidad demandan.
El caso de Manuel es un ejemplo de buen final. Todos actuaron rápida y diligentemente pensando exclusivamente en el bien del ciudadano asistido. Por ello creo que es buen momento para este argumento, y sentirnos orgullosos como ciudadanos del cumplimiento eficaz de policías y servicios sanitarios; especialmente del noble proceder de aquellos anónimos eldenses que fueron para Manuel verdaderos ángeles salvadores. Quienes quiera que fuereis, arriba quedan los datos para contactar con la agradecida familia. Sea por delante mi más sincera felicitación a todos y el agradecimiento por el alto valor que os anima, ejemplo de ciudadanía, servicio y amor al prójimo.
Realmente edificante la actuación de estas dos personas.
Un saludo
Armando