Suena como una frase lapidaria, y lo es tanto como no lo es. Lo es porque ya no está, porque me animo a escribir estas líneas rememorando las imágenes y los sentimientos que están en el corazón, y a los que ya no se sumarán nuevas vivencias, pero no lo es en el sentido de que su legado siempre estará presente en todas las personas que la conocimos. Acaso a eso aspiramos y eso quedará cuando ya no estemos, esos momentos, esos retazos de vida, esas lecciones compartidas de la existencia que hemos ido depositando en nuestras personas queridas.
Hablo de Joaquina, que falleció hace unas semanas y desde estas líneas quisiera dedicarle el último adiós a la que ha sido para mí una gran amiga, con la que compartí muchas etapas de mi vida, que por cierto creo que han dado para mucho.
Durante nuestra infancia, nuestras vivencias fueron muy distintas. Ella se dedicaba únicamente a ayudar a sus padres en la panadería que ellos regentaban, la del Tío Herrero, que era muy célebre en aquellos tiempos; por mi parte, yo me dedicaba por completo al estudio, acudiendo a diario a la academia de D. José Verdú, donde casualmente también cursaba sus estudios el que más tarde se convertiría en el esposo de Joaquina. En ese período de tiempo empezamos a conocernos y fue surgiendo entre nosotras una gran amistad, que se materializó cuando ya la adolescencia afloraba. De la mano abandonamos para siempre la niñez y juntas compartimos esa transición tan importante para cualquier ser humano como es el paso a la edad adulta.
De aquella época recuerdo especialmente lo trabajadora que era Joaquina; para ella el día no tenía horas y lo mismo arrimaba el hombro en la venta de pan que convertía la tela de un saco de harina en un vestido que ella misma confeccionaba. En la mayoría de ocasiones se dedicaba a estos menesteres aprovechando la noche, ya que era el único momento de tregua en el que se podía permitir pensar en qué gala lucir el domingo siguiente. Esa incesante actividad la acompañó a lo largo de los años y verdaderamente no he conocido persona más trabajadora que ella.
Fue igualmente una gran colaboradora, hasta el último momento, de las fiestas que se celebran en nuestra población en Honor de San Bonifacio, dedicándose por completo a la Fila de los Estudiantes. Casi todos los pertenecientes a esta comparsa llevan grabado en su memoria el sello de su dedicación, y es que Joaquina nunca negó su ayuda cuando iban a pedirle cualquier cosa o bien orientación sobre lo que querían hacer en la fila. Por poner un ejemplo de lo que Estudiantes significaba para Joaquina, recuerdo una ocasión en la que, en vísperas de fiesta, una señora se acercó hasta su casa para comentarle que, al prepararle el traje a su hijo, se había dado cuenta de que una “golilla” estaba deteriorada. Fue la MAESTRA Joaquina la que, a costa de perder horas de sueño, trabajando contrarreloj y sin pedir nada a cambio, consiguió que el hijo de esta señora desfilara de gala con su brillante golilla… Joaquina no ahorraba un esfuerzo con tal de que “su comparsa” fuera de las mejores.
Pero el trabajo no lo era todo… Nos corrimos muchas juergas juntas, sobre todo cuando llegaba la Navidad y la Nochevieja. Todavía recuerdo a su madre, una mujer pequeñita y encantadora, que nos hacía pasar a su casa para maravillarse de lo guapas que nos habíamos puesto, como ella decía, para celebrar la venida del año nuevo.
Siempre admiré de Joaquina su capacidad para encarar la vida, ya que no ponía trabas a nada y para ella todo era fácil de resolver, siempre manteniendo el buen humor que la caracterizaba. La añoranza me asalta cada vez que pienso en aquellos momentos y en lo bien que lo pasamos juntas. Llevaré conmigo tu recuerdo, Joaquina, mucho más vívido e imperecedero que este pequeño homenaje en forma de palabras que he querido dedicarte.