La obra de arte es como una peonza: gira y gira, dando vueltas, sin saber muy bien qué es lo que en el futuro las gentes van a entender cuando se encuentren con ella. La idea original es de Sartre, pero yo la escuché gracias a una profesora en mis años de facultad, que hizo que se me grabara a fuego. Nada fue lo mismo para mi cuando miraba o escuchaba. La fidelidad a la idea original pasó a un segundo plano y me interesó cada vez más disfrutar el significado de las cosas a mi manera. Especialmente en el arte, que precisamente se hace para eso.
Y es que con el girar de la peonza se ven conexiones, a veces absurdas y a veces patéticas, que le dan a uno ganas de reír, llorar y quemar cosas al mismo tiempo. Gaudí, Calatrava, el parque Güell, El Palau Reina Sofía y nuestro querida Plaza Enric Valor, conocida en mi infancia como parque de la Santa Cruz. Todos unidos por el trencadís. Sin comerlo ni beberlo, la asociación entre los faraones levantinos y Calatrava y el gusto de este último por las mallas de trencadís han convertido la decoración de Gaudí en una moda. Y la moda, esperpéntica y ruinosa en Valencia, ha llegado a Petrer. El penoso espectáculo que supone la degradación paulatina del Palau y del conjunto en general de la Ciutat de les Arts i les Ciències ha hecho del trencadís la representación misma de una mentalidad que lleva tiempo instalada en cierta cultura política, que se expresa de manera genuina en esos trocitos de cerámica pegados a las paredes. La idea es sencilla: con fuegos de artificio en forma de obras completamente ornamentales, caprichosas o coyunturales, se da la falsa sensación de renovación y avance.
Quiero creer que este estilo de gobierno, que está poderosamente enraizado en la
mentalidad de nuestra clase política, ha sido desenmascarado por el ciudadano de a pie. Quiero pensar que el trencadís y el fuego de artificio ya no tienen cabida. Que este es el primer y último esperpento en forma de loseta rota que vamos a ver (máximo respecto al proyecto arquitectónico, muy coherente con la arquitectura del pueblo). Quiero creer que la gente sabe ya que lo que vale de verdad es el tejido humano. Que el sueldo y la formación de un médico, un bombero o un maestro es lo que mantiene a flote el sistema público. Que mejorar la infraestructura es algo más que una mano de pintura. Que el maquillaje a los edificios, que incluso la construcción de los espacios, no son nada si no hay cuidado del capital humano y los medios materiales necesarios. Pero ocurre que remodelar y edificar es
efectista. Y visto lo visto hasta la fecha, barato electoralmente. Casualidades: también es barato el trencadís porque originalmente era un revestimiento nacido de puros desechos. Sin embargo, este trencadís político, versión levantina, estos fuegos de artificio, están hechos para despistar y además, no son reciclaje. Es algo costoso, con lo que además nos dan gato por liebre. Ni siquiera el refrán “lo barato sale caro” vale aquí, porque esto simplemente, es caro. Para fuegos de artificio, ya tenemos la Alborada. Para trencadís, el de Calatrava…Bueno, igual no.