Como de costumbre, radio, prensa y televisión iniciaron la semana con nuevos escándalos, corruptelas y vergüenzas que acapararían buena parte de la «atención mediática» durante los días sucesivos. Amén del fútbol. El caso más sonado pasaba por la publicación de unas grabaciones en las que, presuntamente, el cargo público X contaba una importante suma de dinero, fruto de unas comisiones ilegalísimas (si es que el superlativo tiene algún sentido). Ni que decir tiene que con el tiempo tal embrollo se resolverá por la vía judicial correspondiente, quiero decir: que se solventará con la Ley que aplica para tan delicados quehaceres. En apenas dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete u ocho años (lo que viene siendo un suspiro) sabremos si fue o no culpable y si será declarado como tal (pues es sabido que lo uno no implica lo otro). Otra cuestión será la restitución de las cantidades ilícitamente sustraídas… ¡es que lo queremos todo!
Junto a las aventuras y desventuras del cargo público X, y siguiendo el hilo de nuestra Ley, otro titular suscitaba mi interés: «El juez desimputa al señor Y junto a once exdirectivos de Caja Madrid por las tarjetas black«. ¿Se acuerdan de los gastos que tan destacadas personalidades cargaron a esas «black cards»? Algunos incluso llegarían a retirar del cajero cada día la máxima cantidad permitida, 600 €. Si multiplicaran la cifra por los 30 días de un mes el resultado será de 18.000 €. De modo similar se inducen unos 219.000 € anuales recurriendo a los 365 días del año no bisiesto… En mi opinión, nada tiene de particular que el magistrado haya considerado que estamos ante un «complemento retributivo» y que, no obstante, deban devolverse esos mismos montantes. ¿Que por qué resarcir tales cantidades si eran un legítimo complemento retributivo?, incongruencias sólo aparentes. No erremos el tiro, usted y yo no entendemos de leyes, nuestra humilde existencia poco o nada tiene que ver con el malabarismo de toga. ¡Al carajo con los criterios morales!, ¿de qué otro modo construir nuestro edificio democrático?
En otro orden de cosas, y de tono, la reacción de los políticos al «buen dato» del paro registrado en abril del presente año es espeluznante. Ya saben, del espeluznar de toda la vida: dícese de lo que causa pánico u horror. Sin entrar en pormenores, la misma realidad es para algunos prueba de su éxito al frente del Gobierno, mientras que para otros evidencia el estrepitoso fracaso de las medidas adoptadas por aquél. La disparidad es abrumadora, ¿ni siquiera en esto se alcanzará el consenso?
Pero lo cierto es que, se mire como se mire, marcamos cifras récord en la breve historia de nuestra democracia y que, particularmente, el paro juvenil es hiperbólico. ¿Tampoco tan desoladora realidad desviará su mirada de los respectivos ombligos?
¿Y qué hay de Petrer?, ¿cómo vamos con eso del desempleo?. Pues parece que estupendamente, no hay nada de qué preocuparse. Los amabilísimos petrelenses (que me acogieron en su seno hace ya algunos años) vivimos al margen del problema que azota al país. Tal y como actualmente se recoge en la web del Ayuntamiento, y cuya fuente es el Servef (ahí es nada):
Las cifras de paro siempre han sido para Petrer poco significativas, ya que por tradición, en el sector zapatero, principal motor de la economía, ha existido economía sumergida. Presumíamos de que Petrer no tenía parados, aunque durante la última década los inscritos en el desempleo han aumentado de forma progresiva. En diciembre de 2010 había 5.607 parados, de los cuales el 59% correspondía a mujeres (3.309 mujeres y 2.298 hombres).
¡Bondades de la economía sumergida!, ¡Un hurra por esa magnífica tradición y otras tantas costumbres locales!
– Hola, buenos días, ¿dónde me ha dicho que vivía?…
– En Petrer, no está demasiado lejos de…
– ¡Ah, no me diga más!, lo conozco, mi cuñado es de allí y todos los años nos invita por moros y cristianos. ¿Verdad que es un pueblo con encanto?.
– Sí, aunque realmente no he nacido allí… pero le he tomado bastante cariño, ¿sabe?.
– Sí… Por cierto, ¿cómo se llamaba eso otro tan típico de aquella zona?… Eh…
– ¿Nanos y Gegants?.
– No, lo otro…
– ¡Ah!, ¿se refiere a la economía sumergida?.
– ¡Exacto!. ¿Cuándo se celebraba la fiesta?…
– Mmm… no sabría qué decirle…¿Cómo se llamaba su cuñado?.
…
Ya casi transcurrió la semana. Decido dedicar un rato a escribir este artículillo, para quien tenga a bien leerlo. Como ciudadano, reconozco que me domina el hastío, el hartazgo y lo que aún es peor: el desencanto. En este instante mis dos hijas juegan en el sillón, de vez en cuando les echo una ojeada y procuro regañarles para evitar una discusión (o esa es mi intención). La mayor ha celebrado cuatro cumpleaños, el primero de la pequeña será a finales de este mes. Decido dejarlas a su aire para ver cómo resuelven sus conflictos, ¿serán capaces? Controversia con motivo de un caballito rosa que ambas quieren para sí… protestan… finalmente deciden compartirlo. Distraído con la escena, me detengo en el color de su piel: aunque el sol ya brilla con fuerza todavía les luce blanca. En mi caso, por lo que se ve, el color es notablemente más oscuro.
Ninguna es consciente de cómo funciona el mundo de los adultos, o tal vez soy yo el que olvida que ellas heredarán lo que hoy contruimos entre todos. Ojalá, ¿quién sabe cuándo?, logremos cambiar algo las cosas para que mis hijas (y las suyas/os) se conviertan en ciudadanas/os dominadas/os por la alegría, la satisfacción y lo que aún es mejor: la ilusión.
Pronto, no más allá del inmediato lunes, los señores X e Y caerán en el olvido por la irrupción de otros titulares similares de escándalos, corruptelas y vergüenzas que seguro ya cocinan en más de una redacción. Por mi parte, mi trabajo está concluído. ¡Pero zas!, un súbito pensamiento asoma a mi sesera antes de apagar el ordenador: ¡no puedo desanimarme!, ¿qué clase de padre sería?.
Exactamente, la realidad sumergida! Enhorabuena
Vaya, por desgracia he de reconocer que estoy completamente de acuerdo. A ver si todos los partidos toman buena nota de cómo está el tema.
Qué buen ¿»articulillo», dice? Permítame el inevitable deseo de felicitarle por su calidad y por su contenido.
Yo ya casi no leo nada, seguramente porque mi hastío es casi como el suyo.
Pero al final… El final es lo mejor. Le sugeriría que pensara -y discúlpeme el atrevimiento- ¿cómo fue su niñez? Igual era tan pco prometedora como la que vislumbra para sus niñas y seguramente fue mejor que la de sus padres. Y seguramente ellos confiaron en usted, en sus valores (y seguramente no se equivocaban) A mí me queda la esperanza de que mis hijos y mis nietos serán capaces de enderezar nuestros entuertos. Su «¡no puedo desanimarme»! me ha supuesto una vitamina de confianza que debo agradecerle.