Métodos para el estudio de la fauna (II)

En el artículo anterior, hablamos de la estación de espera y la estación de escucha. Hoy,  sin abandonar los métodos directos de estudio de la fauna, veremos el foqueo nocturno y la captura con trampas,  y nos iniciaremos en los métodos indirectos.

Itinerarios de foqueo nocturno:

Realizar recorridos nocturnos, por carreteras y pistas, utilizando un vehículo y un potente foco es una buena manera de detectar animales crepusculares o nocturnos que utilicen caminos en sus correrías. El amparo de la oscuridad es un buen aliado de los carnívoros que generalmente son crepusculares o nocturnos, recurriendo a la comodidad que les proporcionan las sendas y caminos por los que se desplazan para recorrer sus áreas de campeo. Podemos aprovechar esta costumbre para desplazarnos por los caminos mediante un vehículo. Utilizaremos un foco manejable, que podamos dirigir hacia los lados del camino y potente (500.000 candelas son adecuadas), que permita ampliar el espacio de búsqueda a las inmediaciones de la carretera.

Dado que los ojos de estos animales están adaptados para ver bien en la oscuridad, la iluminación de un foco se refleja con mayor potencia en la capa interna de los ojos, recubierta de bastones sensibles que captan la luz, por lo que a gran distancia pueden distinguirse dos puntitos brillantes en mitad del matorral o del bosque, delatando su presencia.

Además de carnívoros o herbívoros que utilizan las sendas en horas nocturnas para desplazarse, en la época estival es relativamente sencillo encontrar con este método al alcaraván o al chotacabras, permaneciendo éste último acurrucado justo en medio del camino confundiéndose con piedras u hojas.

Evidentemente el motor del vehículo tiene que ser lo más silencioso posible y los velocidad no superar los 20-30 kilómetros por hora. Las horas de foqueo son comprendidas entre las 3 primeras después de oscurecer.

Captura con trampas:

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El método más agresivo y menos aconsejable.

El método de observación mediante captura con trampas es el más agresivo para con la fauna y poco aconsejable por el estrés y la alteración que produce la captura en los animales. La única justificación a este método es la captura con fines científicos (extracción de sangre para análisis posteriores, marcaje de identificación, colocación de emisores de seguimiento o detección, estudio de población y movilidad mediante captura-recaptura, etc.). Para muchas especies generalmente es imprescindible disponer de permisos y licencias para su captura e igual ocurre con la posesión y uso de trampas.

Esta técnica se basa en la necesidad del hombre por conseguir su alimento de la naturaleza; para ello se hacía servir de multitud de instrumentos con que atrapar su futuro alimento. A modo de ejemplo mencionar que las actuales cajas nido, colocadas en los árboles y utilizadas como lucha biológica contra plagas forestales al aumentar el número de cobijos para la nidificación de las aves, tenían antiguamente un origen meramente trampero. Una vez que el pájaro colocaba en ellas su nido, el hombre tenía a su disposición y de manera accesible un buen puñado de huevos para hacer la cena: tortilla campestre acompaña con carbonero al ajillo.

Las trampas de captura usadas hoy en día están dirigidas a multitud de especies, según las exigencias de las mismas teniendo sumo cuidado en no dañar al animal, en permitir el mayor confort dentro de la jaula una vez atrapado y en no demorar más de lo necesario la suelta del animal.

Para micromamíferos existen dispositivos que recuerdan a las ratoneras de toda la vida, las cuales se activan cuando el roedor pisa una pieza móvil o cae por una trampilla deslizante. El atrayente para ellos puede ser un trozo de queso o sardinas (debido a su fuerte olor). Cubriremos el interior de la jaula con lana, algodón o algún otro tejido que le permita guarecerse del frío de la noche haciendo un nido en su interior. Esto es necesario debido a que su alto biorritmo o una helada nocturna pueden producir la muerte del roedor.
 
La captura de carnívoros sigue el mismo procedimiento aunque, evidentemente, con trampas apropiadas al tamaño del animal. El atrayente en carnívoros puede ser cebo vivo (gallinas, conejos) encerrado fuera del alcance del carnívoro para evitar que lo devore. Cuando el animal se introduce en la trampa y pisa una pequeña plataforma basculante situada en el suelo, el hueco por donde ha entrado se cierra de manera rápida, impidiendo la huída del animal.
 
El sistema de captura más utilizado hoy en día es utilizado para la captura de aves para anillamiento científico. Consiste en la colocación de redes con las cuales el ave choca, se enreda y queda atrapada. Una vez tomados los datos y anillado, el pájaro vuelve a ser liberado.
 
Para la captura de insectos terrestres, caracoles, babosas, etc. las trampas más sencillas y rudimentarias son los botes de cristal enterrado a ras del suelo y cubiertos por maderas u hojas. En el fondo del bote se coloca un algodón empapado de agua con azúcar. Estos animales cuando despunta el día, se desplazan entre la hojarasca buscando esconderse de la luz del sol, cayendo en el bote y no pudiendo ascender por la pared. La efectividad de estas trampas aumenta si se colocan barreras u obstáculos a estos animales para redirigirlos a la entrada del bote.
 
MÉTODOS INDIRECTOS:
 
No siempre es necesario tener una observación directa para conocer la fauna existente en un lugar determinado. De hecho esta observación en muy raras veces se produce. Tienen espacio aquí los métodos indirectos que delatan la existencia de la fauna circundante y que nos permite acercarnos a su estudio únicamente con las pistas que éstos nos proporcionan.
 
A continuación exponemos dos métodos de estudio indirectos, y los otros dos los dejaremos para próximos artículos:
 
Censos de rastros:
 
La manera más económica y sencilla de detectar la presencia de fauna consiste en realizar un transepto por ramblas y senderos por los que creemos que puedan desplazarse. El paseo tiene que hacerse sin prisa, observando con detenimiento el suelo, de 2 a 4 kilómetros de distancia y a ser posible por zonas alejadas de la civilización.
 
La observación de los rastros nos permite, a nivel científico, realizar una parcelación territorial, cuantificación mediante el índice kilométrico de abundancia (I.K.A. – nº de indicios/km muestreado-para cada recorrido), existencia, abundancia,  distribución, etc.
 
A continuación se señalan los elementos principales para detectar la presencia de animales como son las sendas y pistas por donde se pueden desplazar cuando sale en busca de comida, las características de las huellas que dejan y los datos que de ellas se desprenden, las madrigueras y otras guaridas donde permanecen refugiados, las marcas dentarias que, en caso del encuentro del esqueleto o del cráneo, aportan el dato más significativo e importante de la existencia del animal y, por último, otros signos característicos que permiten aportar un elemento añadido para detectar su presencia.
 
En entregas próximas aprenderemos de manera más profunda y exhaustiva la detección de huellas, rastros y pistas de los carnívoros alicantinos.
 
Egagrópilas: Las aves, al no disponer de dientes para masticas a sus presas, no pueden más que tragárselas enteras. La ingestión de plumas, huesos, uñas y demás elementos de sus presas no pueden ser atacadas por los ácidos gástricos. Por lo tanto la digestión de estos elementos es imposible.
Muchas aves como cigüeñas, garzas, gaviotas o rapaces se ven en la obligación de expulsar estos restos de deshecho de su organismo. Mediante movimientos antiperistálticos de su garganta consiguen vomitar un bolo de forma redondeada de restos no digeribles. Esta bola recibe el nombre de egagrópila.
 
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Bajo los comederos de las aves rapaces (bajo ramas de árboles con buena visibilidad o salientes rocosos) podemos encontrar una colección de egagrópilas distintivas de cada especie según su tamaño, forma o color.
 
La información que nos dan las egagrópilas no se basa exclusivamente en la detección de a qué ave rapaz le pertenece sino que va más allá. El análisis exhaustivo de estos restos nos permite conocer con que tipo de animales ha estado cazando. La descomposición de las egagrópilas y el análisis de los restos que podemos encontrar dentro de ellas (las más claras son las mandíbulas y los cráneos) nos informan de los micromamíferos que habitan en la zona.
 
Para ello, introducimos la egagrópila en un vaso con agua durante media hora con el fin de que se vaya reblandeciendo y deshaciendo. A continuación con unas pinzas vamos desgajando los restos que nos vamos encontrando en su interior y los colocamos sobre papel secante. El análisis más detallado de la dentición de los cráneos existentes de los mamíferos, o de los picos de pequeñas aves que han sido cazadas, muestran la fauna existente y el índice de abundancia de la misma.
Cada especie aviaria realiza su propia egragópila, así que es un gran método de estudio indirecto de su presencia y población.
Cada especie aviaria realiza su propia egragópila, así que es un gran método de estudio indirecto de su presencia y población.

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