Como comenté en la primera parte, decidimos que en vista de las costumbres que íbamos aprendiendo de estas aves, lo mejor era montar este segundo hide. El montaje debía ser prácticamente de noche, al caer el día. Con esto intentaba que de ninguna de las maneras pudiese dejar de usarlo al ver a dos personas plantando un “arbusto” cerca de uno de sus posaderos favoritos, además de no estorbar en sus hábitos de vida (esta instalación nos llevó unos 35 minutos).
Este hide debería ser un auténtico arbusto y conseguimos que así fuera, un escondite sostenido con palos de igloo que alojaba a una persona de un modo aceptable para hacer las esperas. Procediendo de este modo, nos sorprendimos tanto por la aceptación del ave a este “arbusto” como por la frecuencia en las visitas a sendos posaderos, aunque en esta ocasión, la configuración del terreno y la vegetación circundante nos ayudó enormemente a que esta “topera de las trenzas” (que es como la llamamos porque la confeccioné simulando enredaderas con cuerdas y hojas de plástico) tuviese una excelente aceptación desde el primer día, no solo por nuestros queridos cernícalos, sino también por abejarucos, grajillas, e incluso alguna abubilla.
Con el paso de los días, los tres pollos que había fueron creciendo fuertes y sanos, y comenzaron a asomarse y batir alas. Los dos más creciditos se iban de excursión por los pequeños salientes de la pared con la ayuda de un torpe aleteo que les era suficiente para mantener el equilibrio, hasta que un día uno de ellos dio el salto y voló… para realizar un accidentado aterrizaje en un punto elevado de la zona. Esta torpeza fue desapareciendo en pocos días, dando paso a un vuelo ya más limpio y elegante.
Para mí lo más gratificante de la experiencia, junto con las fotografía, es pensar que estos tres pollos están ahora, en estos instantes, en el campo, en su hábitat, creciendo y desarrollándose, aprendiendo de sus padres, y que nosotros hemos tenido el privilegio de conocerlos desde casi su nacimiento hasta sus primeros vuelos, quedándome un sentimiento familiar para mi… y para mucha gente, cuando vas por algún sitio y ves una cara que te suena en ocasiones se cruza una mirada y asalta una pregunta:
¿Nos conocemos?
Este es un sentimiento que tengo con muchas de las aves que sigo y fotografío.
Por supuesto mencionar y agradecer la importante colaboración de mi hermano Joaquín Guillermo que con sus horas de hide y sus fotografías ha conseguido darle un toque brillante a este reportaje.
Enhorabuena por el reportaje.