A veces, muchas veces, nos vemos sumidos en nuestro pensamiento acerca del mundo que nos rodea. Nuestra creencia negativa del entorno, de nuestros semejantes, nos lleva a sacar unas conclusiones que damos como irrefutable, totalmente acertadas, y no nos damos cuenta que esa visión que hemos creado es la que nos impide ver el mundo, a los otros, tal y como son. Nos impide ver la belleza que hay en un día de lluvia, nos impide disfrutar del sol, de la diversidad y riqueza que se encuentra en el contacto con los demás.
Es grato comprobar cuando en una relación humana el prejuicio desaparece, cuando no nos sentimos juzgados, ni sometidos a un ferreo control, como nos expresamos tal y como somos, como nos mostramos a los demás sin temor y como el entorno se manifiesta con toda su expresión natural enriqueciendo nuestra experiencia, cada uno dando su matiz a la relación, siempre diferente al otro.
Todo lo anterior lleva a pensar que es necesario ver lo bueno para manifestarlo, es necesario buscar el bien en cualquier situación que aparente ser negativa para atraerlo, para polarizar la situación y transformarla. No podemos estar siempre sumidos en el error, no se trata de ser ingenuo, ni de poco realista, se trata de comprender que existen infinitas realidades en potencia esperando ser manifestadas por nuestra consciencia. Esto requiere SER consciente de SER.
Cada mañana al levantarnos elegimos nuestra ropa, una nos favorece más que otra, lo mismo ocurre con nuestro estado emocional, uno nos favorece más que otro, a lo largo del día el decidir descartar el estado agresivo, de enfado, seguro que nos va a reportar más beneficios y bienestar. Pero para saber elegir el traje emocional que nos sienta bien, tenemos que comprobar que nos sienta mal, experimentar las consecuencias de ese estado emocional “oscuro”.
Hay que comprender que nuestra personalidad no “es” agresiva, “está” agresiva, que nuestro “estado” de comportamiento ante una determinada situación o momento, no nos “hace” eternamente así. Y todo “estar” se puede cambiar. Y el ser no es calificable, no es pensable, es omnisciente, es la vida, la energía, ni buena ni mala, neutra, esperando ser convertida, manifestada al pasar por el tamiz del pensamiento. De nosotros depende convertirla en oro o en plomo. Somos los alquimistas.
Así, si nuestra concepción del mundo, si nuestro pensamiento gestado acerca de lo que nos rodea nos produce malestar, miedo, inseguridad en nuestras relaciones, es decir, estamos creyendo, creando y aceptando un traje que cada mañana al despertar nos ponemos, envarando y reprimiendo el cómo queremos manifestarnos, ¿por qué no nos atrevemos a ir de compras (buscar), probarnos otros trajes y ver cual nos favorece más, con cual nos sentimos más a gusto y además es agradable a los otros? ¿por qué no desechamos de una vez por todas esos comportamientos condicionados, adquiridos, heredados? Seguro que nos llevaremos la sorpresa de que al ejercer nuestra elección, al hacernos conscientes de cómo queremos pasar el día y dirigir nuestra conciencia hacia ello, nuestra tarea se hace más fácil, nuestras relaciones mejoran y nuestra salud lo agradece. Es cuestión de atreverse.