Historias para no leer por las noches

Los breves relatos que vamos a publicar y que hasta hace años  se  denominaban  de  terror,  han  quedado  bastante disminuidos de sus efectos terroríficos, debido al aluvión de sustos, miedos, y espantos de todas clases a que nos han acostumbrado  nuestros  actuales  políticos.  Si  en  algún momento os  sentís  indispuestos  con la  lectura,  dejad  de leer,  pero  pensad  que  todo  es  ficción  y que  lo  que  de verdad  da  miedo  es  lo  que  vais  a  leer  mañana  en  los periódicos, es decir, la obscena realidad.

¿Alguien ha visto a Julia?

Hacía muy pocos minutos que se había despedido de sus amigas con las que había cenado en casa de una de ellas como solía hacer casi todos los sábados. Ella era Julia, la mayor de las cuatro amigas; treinta y dos años, soltera como las demás, con un empleo mediocre como casi todo el mundo y lo más triste, sin familia alguna. Sus padres se fueron al Más Allá hacía ya algunos años.

La vida de Julia no tenía nada de especial salvo los encuentros con sus amigas de los sábados, sin embargo, poco podía sospechar que aquella noche iba a vivir una experiencia traumática.

La noche siempre ha tenido fama de misteriosa pero además se trataba de una noche del mes de diciembre recién estrenado el invierno y con una endiablada niebla que no permitía ver nada a dos metros. Julia caminaba con paso decidido deseosa por llegar a su casa cuanto antes.

Para acortar el recorrido había tomado la calle de en medio del pueblo, es decir, el callejón más antiguo y estrecho en el que se encontraban las casas de dos alturas, las primeras que se construyeron hacía siglos. El frío intenso y la humedad de la niebla los notaba ella en su rostro e intentaba paliar sus molestos efectos enviando hacia su frente bocanadas del caliente aliento de su boca.

De pronto, le pareció ver algo de luz a su derecha como si alguien hubiera abierto la puerta de su casa, y de esa luz mortecina salió una voz rota, una voz agónica que parecía decir “Ayuda, la niña, la niña” y Julia, como cualquier persona, se acercó hasta la autora de los gritos de auxilio, una anciana de cabello gris y desordenado que vestía como única ropa un viejo camisón que le cubría hasta los tobillos. Tan pronto Julia dio el primer paso en el interior de aquella casa, todo lo que vio le  pareció de auténtica pesadilla hasta tal punto que de inmediato empezó a preguntarse por qué no apresuró el paso e hizo oídos sordos a la llamada de la vieja.

En el centro de aquel espacio una rústica cuna de madera albergaba a un bebé, pero que por la longitud que se adivinaba bajo la ropa que lo cubría podía ya tener la criatura más de un año de edad, si bien su rostro amarillento y cubierto de los granos propios de un adolescente le daba un aspecto siniestro. Tan pronto descubrió la presencia de Julia empezó a castañear unos dientes grandes y amarillos que tampoco correspondían a su edad. “Tiene hambre- dijo la vieja mirando a Julia-y me ha mordido” exclamó, mostrando una ensangrentada mano a la que le faltaba la mitad de un dedo. Y en efecto, Julia pudo observar sobre la ropa de aquella cuna el dedo que la vieja había perdido. Con el corazón encogido y cubriéndose la boca con su mano, Julia intentó preguntarle a la vieja qué demonios estaba sucediendo allí. El desasosiego de Julia fue en aumento hasta casi perder el sentido cuando al dirigir la mirada al rostro de aquella mujer, vio con espanto que por uno de los orificios de su nariz  empezaba a aparecer la cabeza de un enorme gusano, que la extraña mujer cogió con sus dedos e introdujo de inmediato en su boca, con fruición, con hambre.

Al llegar a este punto Julia  ni lo pensó dos veces, había que huir a toda prisa y de un salto se plantó cerca de aquel portal de madera, al tiempo que  una voz masculina gritaba desde el fondo del lugar «¡Que no salga, cierra con llave, la niña tiene hambre, la niña ha de comer!» Y aquella bestia que así gritaba corría hacia Julia con uno de esos enormes cuchillos de carnicero en su mano. Julia logró adelantarse a ambos y con un pie en el exterior la mujer aún pudo agarrarle una mano a Júlia con su ensangrentada extremidad.

Julia corría calle arriba a ciegas huyendo desesperadamente de aquella tenebrosa familia. El sonido de sus apresurados pasos sonaba en sus oídos aunque tal vez no fuesen solo los suyos los que resonaban en la noche, seguro que aquella bestia la seguía. No podía más, el ahogo le impedía respirar, intentaba seguir corriendo aunque sentía que iba a desplomarse y en el momento que notó que una mano rozaba su hombro… despertó. Sentada en la cama, cubierta de un sudor frío y con el corazón al borde del infarto empezó a comprender que todo había sido un sueño, aunque no comprendía cómo un sueño así había podido germinar en su cabeza. Poco a poco se fue tranquilizando pero el miedo continuaba presente y,actuando como en un acto reflejo, se levantó para acercarse a comprobar que la puerta de la calle estaba bien cerrada. A continuación, se dirigió a la cocina, necesitaba beber un sorbo de agua que le aliviase de aquella horrible sequedad de boca. Tomó un vaso del estante y fue entonces cuando reparó con espanto que el dorso de su mano estaba cubierto de sangre aunque ya seca. Y recordó con espanto el momento en que aquella vieja con su mano ensangrentada intentó retenerla cuando decidió huir. No pudo reprimir los sollozos mientras se dirigía al baño donde empezó a frotar  su mano con el jabón pero con rabia, con miedo, mientras veía correr hacia el desagüe del lavabo aquella agua teñida de rojo y lloraba, lloraba porque se sentía sin nadie cerca que pudiera tranquilizarla, protegerla. ¿Seguro que solo había sido un sueño? ¿Y la sangre en su mano? Era para volverse loca.

Los días transcurrían pero aquella tenebrosa experiencia no se borraba de su mente. Evitaba frecuentar las calles tan pronto anochecía. Pero pruebas que permitiesen abrir una investigación no poseía ninguna. Explicarlo o comentarlo con alguien era arriesgarse a que la tomasen por loca. ¿Quién iba a creerse una historia como aquella?

Y llegó el verano, días más largos, más claridad y algo más de ánimo también. Y de pronto recordó aquella mujer del pueblo de al lado que regentaba una pequeña tienda, especie de herboristería donde también podían encontrarse artículos relacionados con lo paranormal. Alguna vez había estado allí acompañando a su madre y pensó que aquella mujer podría darle una explicación sin poner en duda el estado de su mente.

Cuando vio entrar en su tienda a Julia le pareció recordarla y así se lo hizo saber. «Solo es para una consulta», le dijo ésta. «Pues espera que cierre, ya es la hora y así nos vamos tranquilas a la trastienda donde duerme la niña». «¿Tienes una hija?»,  pregunta Julia. «No, nada de eso, se trata de una invitada que tengo durante el verano. Ve pasando,Julia, ya verás lo contenta que se pone en cuanto te vea». Y,  exacto, tan pronto la vio, comenzó el castañeo de dientes que Julia ya conocía. “Ya tiene hambre»,  exclamó la boticaria.

No se ha sabido nunca más que ha sido de la pobre Julia. Alguien insinuó que se fue a Londres para trabajar de AuPair. Es posible, pero ante la duda mejor no salir de noche sin compañía, porque cosas increíbles ocurren. ¡ Corre, cierra bien tu puerta!

 

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