La reseña: El paso de los españoles

*Nota: Reseña extraída de la revista Festa 2012.

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El paso de los españoles

Verónica Martínez Amat, Petrer, Obrapropia, 2011, 260 páginas

 

El paso de los españoles es el interesante título del trabajo de Verónica Martínez Amat, petrerina licenciada en Filología Inglesa por la Universidad de Alicante, Especialista Universitaria en Archivística, amante y estudiosa de la Historia, y que ha recibido varios galardones, en concursos de relatos en Valencia, medievales o de corte erótico-románticos.

No es de extrañar, cuando conozco algo de su vida entre las letras y leo algunos de sus trabajos, como este El paso de los españoles. No, no se trata de un espectáculo amoroso-literario atrevido, sino de una honda existencia de amor, con descripciones de la autora como «ojos marrones de mirada profunda que la habían mecido con delicada ternura entre las brumas del sueño», acompañadas de escenas épicas por la defensa de unos valores morales, con una proyección casi real del 1700 en nuestra retina, que hace que el trabajo se lea acompañado de un continuo diseño en nuestra mente de imágenes con ese mismo realismo.

Porque en El paso de los españoles hay amor, de todo tipo, pero ninguno al arte: sí amor natural a la persona querida y deseada, sí amor a la solidaridad, a la libertad o a Dios.

Así es, ya que se trata de una historia con sentimiento patriótico, social y religioso, donde no faltan la guerra, la paz, los celos y la fantástica y amorosa creación del ser humano.

Es una novela muy bella. Modestamente para quién esto escribe, más que digna de ser guión de cualquier cinta cinematográfica. Es más, de ser llevado el tema de origen en que se basa como temario docente de historia a las aulas, ya que tengo entendido que El paso de los españoles por tierras escocesas, en alianza con sus habitantes contra los ingleses, en una de tan crueles e injustificadas guerras de los siglos pasados, fue un hecho real no tratado en profundidad en los libros de texto, gracias a los cuales sí sabemos de los enfrentamientos continuos desde el siglo IX entre ingleses y escoceses.

Ella, Verónica, estuvo hace tiempo en Escocia. Pero, lejos de acordarse de la sal o el aceite que utilizan en los sabores, de la corteza gastronómica de la tierra, o del clima, con esos cambios bruscos de sus colinas, va y se mete en clanes, reinos, territorios feudales y hasta en el respeto de sus árboles.

Con su visión, es capaz de trasladarnos, como si lo estuviésemos viendo -insisto- a las tierras altas escocesas, en línea paralela a la mirada del Rey Felipe V quién, desde España; se deja llevar por un cardenal, Giulio Alberoni, para enviar tropas españolas a una misión casi imposible de invasión contra dominios de Inglaterra en suelo escocés.

Ella, Verónica, sitúa en nuestros tiempos actuales en ese país a una chica que se llama Sonia, de viaje turístico, quién se encuentra a una de esas personas que quieren compartir charla, aunque pongan sus rudas condiciones en el mismo rostro.

Y es así como Sonia se traslada sin querer, obligado a compartir el vino con el espontáneo historiador, al principio de una leyenda de 29 capítulos, además de prólogo y epílogo, que se sitúa en el año 1719.

En el primero de los capítulos indicados, el Rey Felipe V acepta un plan de ataque a Inglaterra, apoyando a escoceses. Siguiendo con las siguientes entregas, leemos que un tal Alejandro Andía es el principal consejero del polémico cardenal. Este Andía, de apellido influyente en el devenir político de entre los siglos XVI y XVII por su padre, según luego él supo, es el protagonista principal de esta joya literaria.

Ella, Verónica, se inventa una historia de amor, antes de que empiece la guerra, que es realmente creíble: la chica joven y rebelde, protegida por dos hermanos -todos escoceses, y en su territorio- que recelan de Alejandro Andía, más por sus miradas hacia la hermana, que por su aspecto de soldado español.

«El español», que así fue conocido por todos, se encontró salvando la dignidad y la vida de esa chica escocesa, Catriona, si bien Verónica la bautiza en su palpitante obra como Cat. De nada sirvió la caballerosa postura del español para encontrarse enfrente a los cuñados, que lo llevaron hasta uno de los retos de sufrimientos típicos de las tierras de muchos países occidentales.

En esas que aparece otro español, que ella llama Juanillo, un soldado raso, que pasa a ser parte destacada de esta partida novelesca.

Ella, Verónica, enriquece en su trabajo nuestro léxico del español, así como parece querer utilizar un lenguaje cercano. De un lado, emplea palabras como gutural, en lugar de garganta; exudar, para hablar de sudar; fútiles, para referirse a momentos o cosas sutiles; abrojos, para hablar de las plantas rastreras; sándalo, en vez de nogal; hollaban, de huella, pero como si se pisara uvas para extraer el mosto; adarve, el camino situado en lo alto de un terraplén; abluciones, en lugar de limpiezas; indolente, dejado; taimademente, en lugar de ruinmente; quedamente, cuando quiere decir silenciosamente; ignotos, desconocidos; piafar, en lugar de explicar que el caballo levanta las patas por inquietud o rápido galope; miríada, muy grande o indefinida; conciliábulo, en lugar de asamblea o reunión; ensalmo, oración; o persignaban, cuando se refiere a los que se santiguaban.

Y, de otro lado, sin perder ni una sola décima de autenticidad, da la impresión de intentar transmitir en su escritura un punto de vista próximo a jóvenes lectores. Juanillo, Alex, las «nuevas maravillas tecnológicas» de las que el padre de Alejandro ya le hablaba, o carracuca, son diminutivos, nombres propios o términos que utiliza de manera fresca, para perfecta combinación con el uso de la lengua de la época, y del país.

Nos habla de los Highlanders como si todos supiéramos que eran los habitantes de las tierras altas de Escocia; de la Handfast, como si estuviésemos invitados a la ceremonia de boda; de los claymores, como si todos apelemos a la imaginería para saber que son espadas; de la visge beata que bebían los escoceses como si absorbiéramos nosotros ese licor, que es antecesor del whisky; o de los Laids, como si ya demos por hecho que es nuestro jefe del clan. Y nos presenta a los Mcdonald, Cameron, Mcgregor,Mckenzie, Mckae …

Pero volvamos a Juanillo, ese soldado que le ofrece a Alex amistad, servicio y fidelidad. Y así fue. Hasta el punto de renunciar a sus supuestas tareas como soldado en el frente, para cuidar de aquella chica escocesa que acabó enamorándose del otro español, Alex, que por fin partió al enfrentamiento contra los ingleses, junto a las tropas escocesas.

En tierras agrestes, indómitas… Son adjetivos ricos empleados por Verónica en el intrigante relato donde, además, nos hace con una visión espectacular una descripción de paisajes, lagos, cielo o colinas que nos abren tanto la vista a la imaginación como a la lectura, como ya he repetido.

Lo mismo sucede en la batalla, cuando Verónica escribe «tres fragatas (…) de bella factura, rompían el horizonte en una estampa (…) que parecía sacada de una pintura enmarcada (…)». Y en estas, es capaz de completar la escena con datos y de­talles como los 800 soldados de Infantería, 120 dragones de Ca­ballería, 200 granaderos ó 4 baterías de morteros que ella misma sitúa en su plano literario con un control tremendo del número de navíos, soldados o mosquetes.

Así que, en estas, Alejandro sigue en el frente, bajo las órde­nes de su coronel Bolaño, mientras se mezclan intrigas y sucesos, como los comentarios que le llegan tanto del uso interesado de su persona por parte del citado cardenal Alberoni (su protector) debido a autorías del padre -ya fallecido- como de las penurias de la chica escocesa, al verse atacada, junto a sus vecinos, por sol­dados ingleses.

Una novela en la que hay lágrimas de tristeza y de alegría, por fallecidos, por recién nacidos, por nuevos amigos, por la pri­vación de libertad…

Al parecer, la joven turista con la que se inicia esta historia, sí ha podido constatar, por su compañero de tertulia y de vino embotellado hasta llegar a la boca, que en la cima de una colina de Escocia existe un abrupto agujero cortado por el hielo de las montañas y al que darían desde esta batalla de nombre «El paso de los españoles».

Escribía antes sobre realidad. Pues hay que mirar con dete­nimiento la portada del libro. Lo que ven, existe. Es una fotogra­fía de la fortaleza de Eilean Donan, el castillo en cuya una de sus almenas se nos presenta Alejandro Andía.

También citaba antes el cine. Allí se han rodado importan­tes títulos. Es una portada rediseñada -que casual es la vida- por otra Verónica Martínez, junto a Iván, de la empresa gráfica de Petrer, Addis.

Una labor técnica que adorna de forma sobresaliente la impresionante foto tomada por Verónica, nuestra escritora, jun­to a su amor, en una de sus visitas al país de las faldas y cuadros escoceses.

En el relato hay viajes de ida y vuelta a España, a Escocia, también a Italia, a Roma. Como esta capital, la obra de Verónica ya es eterna.

 

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